
¿Con tu pareja sabes hasta dónde puedes llegar? ¿Existen límites? ¿Acuerdos de alguna clase? Tal vez firmaste un contrato, tal vez solo fue algo tácito, tal vez… solo tal vez, las reglas, los acuerdos fueron apareciendo, se fueron consolidando, encontrando el equilibrio armonioso; todo estaba en orden. Estaba, ese es el tiempo verbal…
Mirada de tormenta, boca de pasión
Aquella mirada de tormenta, aquella sonrisa de pecado, aquellos ojos de azul intenso, aquella boca de pasión… Supe sin lugar a dudas que todo aquello iba a ser mi perdición nada más tenerlo a un segundo de distancia; lo que no imaginé es que aquella combinación me acabaría matando.
Cuando hablo de matar no lo digo en sentido figurado; la dueña de todo aquello me segó la vida hace tres noches.
Digo segó porque usó una hoz, un triste apero de labranza, de los que ya ni siquiera se utilizan en las faenas del campo, o eso creo; uno siempre fue muy urbanita, tampoco estuve muy pendiente de esos asuntos.
No puedo decirte cómo se hizo con ella; tampoco importa mucho. Casi con toda probabilidad la policía buscará incansable el arma y no la hallará; eso sí, sabrán que ella, sin ningún tipo de dudas, fue utilizada para separarme la cabeza del tronco.
Como te estás imaginando, ella se ha encargado de que nadie jamás albergue sospecha alguna de su implicación en este crimen.
En este tipo de situaciones se empieza investigando siempre a la pareja. A ella esto no le va a alcanzar. Oficialmente en los últimos tres años yo no estaba acompañado por ninguna mujer, ni siquiera de forma casual.
El hombre más rico, el más deseado según las revistas del país, llevaba tres años en lo que llaman una especie de celibato. Ella nunca existió a ojos de nadie; fue una de sus condiciones.
Condiciones, tan solo me puso dos; una de ellas fue esa, discreción absoluta. Tanta que me hizo despedir al servicio de la casa, mi gente. Ella pasó a ocuparse de todo con los suyos.
Se instaló el primer día en mi cama; se lo di absolutamente todo, incluida mi cuenta corriente. Desde el dormitorio, con un solo parpadeo, hizo y deshizo a su antojo.
Además de discreción, pidió lealtad; el resto fueron órdenes que cumplí instintivamente, sin más.
Respecto de la discreción, en tres años nadie supo jamás que ella dominó mi mundo, mi persona y el aire que respiraba. Sobre la lealtad…
Hace una semana, por la fiesta de Navidad en mi empresa, bebí más de la cuenta; no es excusa.
Al llegar a casa le conté que en el cuarto de la limpieza me había ciscado a una de las chicas que trabaja por allí, de la cual ni siquiera recordaba su nombre.
Me hizo contarle con todo lujo de detalles, hasta el más insignificante, cómo había sido aquello. Por más insignificante me refiero a que le interesaba saber que cerré la puerta de dicho cuarto, que aparté de una patada los cubos de la fregona. Que sin ningún tipo de delicadeza hice que aquella muchacha que no debía pasar de los veinte se arrodillase ante mí, que con brusquedad empuje su cabeza hacia mi entrepierna, que ella buscó con su boca mi miembro, que antes de llegar a correrme la levanté y sin miramiento alguno la puse contra la pared, le arranqué las bragas y se lo hice por detrás. Que al terminar me vestí y allí la dejé sin más.
Me recreé al contarlo pensando que quería excitarse. Cuando sentí que ya no había más, la miré y llegó la nada.
En sus ojos sólo había hielo y en aquella boca silencio; aquellos ojos se habían convertido en puñales y sus labios se fundieron a negro.
Se levantó flotando en el aire. No recogió absolutamente nada; salió como una exhalación de la casa, incluso descalza.
Hace tres días, después de que no me cogiera el teléfono ni respondiera a mis mil mensajes e intentos de contactar con ella, sentí, mientras estaba tumbado en la que había sido nuestra cama, la hoja de la hoz en mi garganta.
No la empuñaba ella, sino aquella mujer de la fiesta. A su lado, vestida de negro, ella estaba dándole las instrucciones oportunas al respecto.
Galiana












