Una cita con @GalianaRgm: «El limpiador»

Volvemos a los relatos de siempre.

Hay personas que se dedican a limpiar todo aquello que los demás dejamos atrás.

El limpiador

Fui enviado a esa ciudad a la que nadie quiere ir. A esa de la que nadie ha regresado nunca. No me importó, lo consideré un reto: yo, sí, yo, sí pensaba regresar de aquel infierno.

Me eligieron por ser el mejor en mi trabajo. Éste consiste en limpiar la mierda, tal vez porque no me gusta vivir rodeado de basura; odio vivir rodeado de personas sucias, amo el orden y la limpieza, ¿qué sé yo?, sencillamente optaron por mí porque es mi profesión, soy el mejor y punto.

Las gentes que se autodenominan de bien son las que más basuras acumulan. No se dan ni cuenta, van por ahí arrojando todo tipo de desperdicios. Comienzan por cosas pequeñas producto de sus descuidos, poco a poco se les van acumulando y es entonces cuando me llaman y comienza mi trabajo.

Algunas veces con una simple barrida todo queda limpio; sucede que en determinadas ocasiones hay que activar el equipo de desinfección total, la suciedad acumulada es de tal envergadura que es imposible esconderla bajo las alfombras.

Para que nos entendamos, el tipo de limpieza del que te estoy hablando no es el que estás pensando. Lo mío no es fregar el suelo con fregona y lejía, que también.

Mi fama es de tal envergadura que por eso fui enviado a dejar impoluto el expediente de un degenerado que residía en la ciudad a la que nadie quería ir.

Debía hacerlo con sumo cuidado. Entrar y salir, me dije. Me avisaron que no sería tan fácil; yo lo sabía. Confiaban en mí porque nadie más podía hacerlo.

Sobre si limpié la mierda del fulano en cuestión, te diré que jamás he dejado trabajo sin hacer y no iba a ser esta la primera vez que pasara.

Entonces sucedió. Me di cuenta de que yo era el único candidato a pringado del año. Sí, el tipo sí iba a ir de rositas de todo aquello y alguien debía cargar con el mochuelo; estás adivinando a quién le iban a endosar el asuntillo. Acepté lo irremediable. Agaché las orejas y, como oveja que va al matadero, me resigné aceptando el sacrificio. Lo supe nada más traspasar la muralla de la ciudad.

Como el resto de todos los que recalamos allí, se suponía que no regresaría. El lugar era pestilente, lo más horripilante de lo que te puedas imaginar. Para sobrevivir debíamos luchar los unos contra los otros, ya que allí recalaban los más incómodos de la sociedad; supongo que me entiendes la clase de tipos censados.

Luchábamos entre nosotros; al vencedor de la pelea a muerte le enviaban a una misión. La primera oportunidad que me dieron la aproveché, realicé la encomienda y me las apañé para no regresar.

Hoy me he cruzado contigo, sí, contigo.

Mira el bolsillo de tu abrigo marrón, ese que llevabas puesto para ir al trabajo. El del lado derecho, para más señas. Encontrarás un caramelo de regaliz, de esos que tanto te gustan. Yo te lo puse en el metro, en la parada de Sol. No trates de hacer memoria; el vagón iba lleno.

Solo es un aviso para recordarte que escapé del lugar al que me enviaste por limpiar tu mierda. Ahora cierra los ojos y cuenta hasta diez. Felices sueños.

Galiana

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