
Yo he escrito este final; ahora tienes tres semanas para modificarlo. No es necesario que lo hagas de forma literaria, no te pido eso, hazlo con tus propias palabras como si fuera una conversación de bar con los amigos.
Los finales alternativos aparecerán publicados el 14 enero en el blog.
Miles de gracias por adelantado por tu participación.
El viaje II
Miró al pobre infeliz. Ahí estaba envuelto en aquella gabardina beige, carísima e impoluta. Antes de salir de casa se había pasado el peine por el pelo de una cabeza que había vivido épocas mejores. Olía a colonia de viejo, de esas de que no se puede permitir cualquiera, pero de viejo.
Apenas había entrado en la cincuentena y aparentaba tener casi sesenta.
—Usted ayer nos trajo una fotografía de su mujer que no supimos si era para hacernos un póster y colgarla en la pared. Nadie busca a su señora mostrando, y perdone que se lo diga, un cuerpazo como el suyo. Entendemos que esté muy enamorado de ella, pero hay maneras y maneras.
Usted ha entrado aquí diciendo que 24 horas después de interponer la denuncia no habíamos hecho absolutamente nada por encontrarla, que éramos unos mendrugos, unos incompetentes, unos… cito sus palabras.
La inspectora Hernández le ha traído aquí, a esta sala, que es de interrogatorios, ya ve, con un vaso de agua. Cuando le ha tranquilizado, además de policía es psicóloga; ha salido de la sala y he pasado yo.
Ahora voy a explicarle, y no me interrumpa, que veo que va a hacerlo —El inspector le frenó antes que Manuel abriera la boca— todas nuestras averiguaciones.
A su mujer la conoció en el instituto dónde usted trabaja como profesor. Ella fue su alumna. La típica relación de profesor casi cuarentón divorciado con un hijo que se enamora de una cría. A la familia de ella, potentados de Ciudad Real gracias a una industria de carburantes, la boda no le hizo gracia alguna. Se casaron nada más ella alcanzó la mayoría de edad. Usted perdone: con un sueldo de profesor, plaza que casi no ocupa dado que casi siempre está de baja por depresión, no se puede mantener el nivel de vida de su esposa.
Antes de contraer matrimonio usted vivía de alquiler. Su suegro le compró a su mujer la casa en la que siempre han residido; alguna reforma le han hecho, que él ha pagado, como también la casa de la playa donde sucedió el percance de su esposa el pasado verano. A su nombre no tiene ni un solo bien. La plaza de garaje y el coche que duerme en ella también están a nombre de su esposa. Las cuentas del banco son de ella, salvo la suya que es donde ingresan su nómina, la cual usted gasta en gimnasio al que nunca va, en cambiar de teléfono móvil con cierta frecuencia y en un salón de dudosa reputación.
Ustedes no han tenido hijos.
El que tuvo de su anterior matrimonio tenía 13 años cuando ustedes se casaron. Antes vivía con la madre; a los 18 decidió mudarse con ustedes, por eso hicieron la reforma de la casa. La primavera pasada se independizó. Ni ella ni su familia le han ayudado en nada. Trabaja desde la mayoría de edad como vigilante de seguridad en el metro.
Como ve, hemos hecho los deberes; nada de esto lo puso ayer en su denuncia ni nos lo contó.
No se levante de la silla que no he terminado.
Manuel Sanchís no se sentía cómodo con aquel monólogo del inspector, sobre todo por las formas, inclinado hacia delante, invadiendo su espacio vital.
—El verano pasado —prosiguió el inspector Ojeda, esta vez ya de pie y dando vueltas alrededor tras un largo silencio— cuando ustedes estaban de vacaciones en la casa de la playa, ella se resbaló en la bañera. Todo apuntaba a un accidente doméstico, al menos así consta en los informes del hospital.
Su hijo, una vez ella fue operada de la doble fractura de tibia y peroné, los trajo a Madrid en su coche.
Hace un mes falleció el padre de ella. Su madre lo había hecho hacía un par de años.
La reunión que tenían en Ciudad Real era para que su mujer solucionara el tema de la empresa. En el testamento de su suegro consta que la heredan ambas hijas. Su esposa no entiende del negocio familiar. Tiene intención de vender su parte a su cuñada; prefiere llevar la vida que hace aquí Madrid como siempre ha hecho.
Manuel Sanchís ya no era el tipo altivo que había entrado en la comisaria. Observaba al inspector Ojeda expectante, sospechando que se guardaba un as debajo de la manga. Optó por continuar en silencio; tenía la sensación que no estaba en la sala de interrogatorios de forma gratuita.
—¿Le parece que volvamos al momento de la desaparición de su mujer?
—Para eso estoy aquí.
—¿Al momento en que su hijo les trae de Valencia tras la caída de ella?
—No sé qué tiene que ver lo que pasó este verano con lo de ayer.
—Se lo cuento ahora mismo. Su mujer sufrió el accidente en la bañera; en el parte médico consta que ella no recuerda cómo se resbaló. La clínica es privada. El médico amigo de toda la vida de la familia de su esposa. Llamó a su suegro, ya que el jefe del equipo de traumatología le comentó haber detectado algo extraño en el accidente de su esposa. Usted ignora que padre e hija hablan a diario. Su mujer le sugiere que la recuperación sea en Madrid y que prefiere que les traiga su hijo. ¿Lo recuerda?
Manuel hace memoria: ella hizo venir a su hijo con la excusa de recibir la fisioterapia en Madrid; no le comentó conversación alguna con su suegro.
Su suegro fallece. Su hijo les lleva y les trae a Ciudad Real debido a que ella todavía iba en silla de ruedas por el accidente.
—Está usted presentando todo de un modo horrible, inspector —Manuel eleva el tono de voz por primera vez; se da cuenta que le está acorralando.
—¿Está buscando mierda donde no la hay? —le grita ya fuera de sí al inspector.
—Déjeme seguir, no se altere, se va a llevar una sorpresa. —Le contesta con esa calma que tienen los inspectores cuando saben que sólo tienen que empujar la pelotita para marcar el gol. —Entre su mujer y su hijo siempre hubo muy buen rollo. Ella sufrió varios abortos y se volcó como una madre con él cuando supo que jamás podría engendrar hijos propios.
Cuando su suegro llamó este verano a su mujer para contarle la conversación con el director de la clínica, ella le confesó la verdad. El secreto había salido a la luz. Su padre la iba a apoyar; por desgracia no por mucho tiempo.
Los dos hablaron con su hijo. Este les confesó que se mudó a vivir con ustedes porque algo intuyó; todo le recordaba a lo vivido con su madre. En común acuerdo, los tres decidieron que él iría a buscarles a Valencia y que estaría pendiente de su esposa mientras se recuperaba; fue él quien le sugirió el centro para su rehabilitación. Tras el fallecimiento de su suegro, su cuñada que estaba al tanto de todo le sustituyó.
Manuel se quedó fijamente mirando al inspector. No entendía en qué tenía que sustituir su cuñada a su suegro.
—El viaje a Ciudad Real, que ustedes iban a hacer ayer —siguió Ojeda como si estuviera contando una historia que había repetido mil veces— no era para solucionar ningún tema de la herencia en la notaría; de hecho, no había ninguna cita con ningún notario. Se trataba de hacerles salir de casa.
Seré muy breve; el resto lo va a rellenar usted.
Ella olvidó a propósito su abono transporte. Una vez usted fue a casa, su hijo la estaba esperando con su coche. Cuando usted habló con su cuñada por teléfono, le siguió la corriente, llegando incluso a fingir cierto malestar.
Usted es un maltratador de manual. Ya lo fue con su primera esposa y su hijo lo detectó en cuanto vio el patrón. Encadena una baja tras otra por falsa depresión para controlar a su mujer. La acompaña a sus reuniones de sociedad, como lo hace con el fisioterapeuta, hasta se sienta en la silla de la cabina si es un hombre quien la atiende.
Está en la sala de interrogatorios; sí, de aquí va derecho a la cárcel por una denuncia de maltrato físico y psicológico; su esposa además cuenta con el apoyo de su ex mujer a la que también le hizo lo mismo.
Manuel Sanchís miró al inspector desafiante y con altivez le contestó dando un golpe sobre la mesa: —Nada de lo que digan esas dos zorras podrán probarlo jamás.
Tras conocer el final por mi parte llega el momento de desearte Feliz Navidad y una entrada estupenda en el 2025.
¡Nos reencontramos en enero!
Galiana












