‘Pa’ habernos ‘matao’ por @VictorFCorreas (serial sobre Carlos V) para leer y escuchar (incluye podcast en iVoox): «Póker de guerras»

Póker de guerras

Miralá cara a cara que es la cuarta. La cuarta guerra con Francia, tras volver de “lo de Argel” después de haber sacrificado para ello a cientos de caballos —cuestión de elección: o los hombres o los caballos. No cabían todos en las galeras que quedaron en pie—, pero no dejando a nadie en tierra. En ese momento se puede decir, y más con su posterior actuación en España tras ver lo que vio y vivió en Argel, que aquí concluyó su proceso de hispanización. España, hasta la muerte. No nací español, pero moriré español. Al menos, lo hizo en España. Desde aquí —desde Yuste, para ser precisos— puso rumbo para el otro barrio.

Los años que vienen a continuación fueron apasionantes a más no poder, llenos de momentos épicos, de otros incomprensibles vistos desde la lógica actual, pero no desde la del siglo XVI. Para resumir, dos: la nueva guerra con Francia, y “lo de Alemania”. De lo primero nos ocuparemos en el presente capítulo. De lo otro, en el siguiente. Cada cosa tiene su miga.

Lo de Francia, decía. Nueva guerra; porque Francisco I, viendo que el emperador había vuelto de Argel con las orejas gachas y el ánimo más hundido que el del capitán del Titanic a sabiendas de que se marchaba a pique —Edward Smith se llamó el tipo—, se lio la manta a la cabeza y regresó a las andadas. Leña al manzano, que está maduro, que qué hay de lo mío y todo eso —Milanesado en especial—. Así que, sospechando lo que se le venía encima, Carlos V terminó de preparar a su churumbel —el futuro Felipe II— por lo que pudiera pasar. Esto es, que cerrara sesión en cualquier momento; con charla va charla viene en las que le aconsejaba que tuviera cuidado con la peña de la que se pudiera rodear —esos consejeros y sus ambiciones políticas. En el siglo XXI, aún peores—; que no dejara de leer y de formarse; y que conociera bien a los españoles, pues para eso iba ser su rey, y se apoyara en ellos. Que no le fallarían nunca.

En suma, una etapa que se puede considerar como el último gobierno directo de Carlos V en España, tiempo que aprovechó, asimismo, para reforzar las defensas en la frontera con Francia; y para participar en sus últimas Cortes a las que asistió en persona, las celebradas en enero de 1542 en Valladolid. A partir de ahí, el francés y sólo el francés.

Si para Gabinete Caligari la culpa la tuvo el cha cha cha, en el caso que nos ocupa fue del Milanesado, dije antes —y también una excusa muy buena: que le habían desaparecido dos espías. El francés era único a la hora de buscarlas—. Ese pequeño pedazo de tierra en el norte de Italia significaba mantener la hegemonía en Europa, en un continente en el que las alianzas matrimoniales suponían la paz y el reforzamiento o debilitamiento en según qué territorios. Y dos eran los que enfrentaban a Carlos V y el francés: los Países Bajos y el Milanesado, ambos pendientes de aquellas alianzas matrimoniales.

Cuando estuvo en París, se llegó a hablar de una posible boda entre el emperador y la princesa Margarita de Austria para acabar de una vez por todas con los enfrentamientos. Como contraprestación, el francés lo tenía cristalino: el Milanesado, toda vez que la otra —Flandes— era imposible, dado que no creía que el emperador quisiera deshacerse de las tierras en las que nació, y más después de la rebelión de Gante. Allí se le necesitaba más que el comer.

Negociaciones, diseños de alianzas matrimoniales de un sentido u otro o naturaleza, para acabar con el francés emperrado en el Milanesado —y cómo recordaba el tipo la campaña de 1515 con la que se ganó su posesión— y negándose a un futuro incierto en los Países Bajos por mor de aquellas alianzas matrimoniales en las que se veían involucrados hijos, sobrinos y todo el que pintara algo en sus respectivas familias. Con la derrota imperial en Argel, Francisco I tenía motivos suficientes para lanzarse a nueva guerra contra el emperador, la cuarta y última entre ambos, al verlo tan debilitado.

Las hostialidades se desataron el 12 de julio de 1542 con el alegato de Francisco I con aquello de qué hay de lo mío —el Milanesado— y dónde están los dos espías —Fragoso y Rincón— que me han desparecido. Así que hostialidades al canto, con su santidad Paulo III tratando de buscar una paz como si le fuera la vida en ello. Una guerra con tres ofensivas de los franceses: sobre Flandes, el ducado de Milán y Cataluña, siendo esta última donde más esfuerzo volcó, con el delfín de Francia, Enrique, marchando al frente de un ejército de 40000 hombres y 4000 caballos sobre un Perpiñán que aguantó el asedio gracias al trabajo de ese genio militar llamado Fernando Álvarez de Toledo; aunque fue en Flandes donde la guerra prendió con más fuerza, hasta el punto de recibir Carlos V una carta desesperada de su hermana María acerca de cómo estaba el patio allí. Cojonudo, por sintetizar.

Una guerra para la que el emperador solicitó la ayuda de toda España con hombres, dineros, caballos. Con lo que fuera. Nobles, prelados, ciudades… no se libró ni Dios en la medida de sus posibilidades. España cumplió a pesar de la falta de perras ¿Y él? Español para los restos; y también camino de Italia, con miedo de ser hecho prisionero —«me meto y hago este viaje, el cual es el más peligroso para mi honra y reputación, para mi vida y hacienda que pueda ser», según le confesó por carta a su hijo, al que dejó al frente de España y sus españoles—, para entrevistarse con el papa de cara a encontrar una solución —con una delirante negociación con el Milanesado como protagonista, con venta a su santidad incluida—; para, después de solventar diversos entuertos pendientes en Alemania —conquista de Dürren incluida, la plaza del duque de Clèves, que guerreaba contra él en Flandes aliándose con el francés—, encaminarse hacia París tras darse un garbeo por Flandes con objeto de dejar claro que aquello era suyo. Sabiendo que las cosas estaban más o menos controladas en España, a eso se puso, a lo que hay que unir su pretensión de contar con cada vez más aliados, toda vez que Barbarroja seguía haciendo de las suyas en el Mediterráneo con el beneplácito —y alianza— del francés.

Que le salió todo a pedir de boca, vamos. Volvía a sentirse poderoso. Entonces el francés, nuevamente acojonado por lo que se le venía encima —sus planes se fueron al garete, asombrado por el empuje y perseverancia del emperador—, con la peña escapando allá por donde Carlos V pasaba, con los parisinos no menos acojonados que su rey, que ya sólo quería evitar meterse en más fregados de la cuenta, firmó la Paz de Crépy el 18 de septiembre de 1544 en lo que viene a ser de nuevo el punto de partida, con reforzamiento de la moral del emperador, pero con el problema de Flandes y del Milanesado enquistado y pendiente de resolución por medio de alianzas matrimoniales —la muerte del duque de Orleans y su significado en dicha paz y sus consecuencias daría para una novela de éxito—. Un contexto inexplicable desde el punto de vista del siglo XXI, insisto —un vodevil que daría para miles de capítulos de cualquier serie de sobremesa en cualquier televisión—, pero no visto con los ojos del siglo XVI.

Así que, una vez medio arreglado lo de Francia —con Francisco I de por medio nunca se podía hablar de nada arreglado por completo—, era momento de trasladar las hostialidades a Alemania, puesto que su santidad Paulo III había convocado concilio en Trento y había que presentarse allí con las cosas claras en cuanto al protestantismo, su idea de la Iglesia, y destruir la semilla que Lutero había sembrado por tierras alemanas. De raíz bien fuerte y agarrada. Pero que bien.

Has leído y ahora dale al podcast en ivoox, recuerda hay variaciones.

🎙🎧👇

@VictorFCorreas

Avatar de Desconocido

About Galiana

Escritora, bloguera, podcaster, enamorada de todo lo que huele y sabe a Cultura
Esta entrada fue publicada en ‘Pa’ habernos ‘matao’, Carlos V, Historia y etiquetada , , . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario