Una cita con @GalianaRgm: «Veinte años, no es nada»

…Que veinte años no es nada
Que febril la mirada, errante en las sombras
Te busca y te nombra
Vivir con el alma aferrada
A un dulce recuerdo
Que lloro otra vez…

Es la letra de un tango que cantaba Carlos Gardel, «Volver» lleva por título.

Veinte años, no es nada

Volvía de mi paseo matinal por la orilla. Siempre he sido de comenzar la mañana junto al mar. Al ir a cruzar la calle para doblar la esquina y enfilar recto hacia mi casa ahí estaba ella, sentada en nuestra terraza de siempre.

Me quedé mirándola como de costumbre unos segundos, congelando el tiempo, el espacio, la memoria, deteniendo cuanto estaba en mi mano detener.

Lo primero que me vino a la mente fue preguntarme por qué no me había avisado de su llegada.

Lo bueno que tienen las aceras llenas de palmeras es que siempre puedes esconderte detrás uno de sus troncos y observar sin ser visto. Eso fue lo que hice. Desde aquella posición privilegiada contemplé, durante la siguiente media hora más o menos, qué hacía ella.

Tampoco se dedicó a gran cosa. Desayunar, lo de siempre, café y barrita de jamón con tomate y aceite de oliva, y escribir en su teléfono.

Recordé la primera vez que la vi en el patio de la casa de sus padres, en la zona más alta del pueblo. Por aquel entonces vivían allí las gentes con más poder, hoy la zona está habitada por chalets que valen una fortuna. Su familia hizo mucho negocio con aquellas tierras, como tantas otras en el lugar. Yo por aquel entonces tenía seis años. Acompañaba a mi padre a llevar pescado a aquella casa que me pareció enormemente grande comparada con la nuestra.

La siguiente vez que me topé con ella fue en la discoteca del pueblo el verano de nuestra adolescencia. Se había convertido en una de las chicas más bonitas de la zona, yo en un bandarra al uso. Nos caímos bien, nos hicimos amigos y hasta el día de hoy. Sobre mi hombro ha llorado todas sus penas de amores. Su primer novio fue un chiquilicuatre que iba tras la pasta de su padre; por fortuna ella descubrió, con las invitaciones de boda ya enviadas, la clase de energúmeno que era y le dio boleta antes de vestirse de blanco. No estaba dispuesta a ser una mujer florero de un buscafortunas. El resto de tipos con los que ha ido saliendo han cojeado todos del mismo palo, por lo que cada cierto tiempo cambia de pareja y la marcha nupcial de Mendelssohn sigue esperando poder sonar para ella.

Entre nosotros siempre ha habido una relación de amistad, nada más, salvo la noche de la boda de mi hermana. Ella, como su mejor amiga, no iba a dejarla sola en aquel momento; no llevaba acompañante así que me ofrecí a ser su pareja. Bebimos, bailamos… La acompañé, ya entrada la madrugada, a la nueva casa que se habían construido sus padres; ellos estaban de viaje, no recuerdo el sitio, y me quedé a dormir en su cama. Estaba amaneciendo cuando me vestí, le hice un café, desayunamos, me marché y nunca hemos hablado de aquello. Como si nunca hubiera sucedido, como si nunca hubiera recorrido su piel con mi boca, como si nunca hubiera disfrutado de cada centímetro de ella, como si nunca la hubiera hecho mía como jamás había sido de otro.

De aquella noche a esta mañana han pasado veinte años; como dice el tango, no son nada.

Durante ese tiempo, cada uno por nuestro lado hemos estado con otras personas. Hemos seguido contándonos nuestras confidencias, para eso somos amigos. Nos vemos con frecuencia donde ella vive y, por supuesto, en verano aquí donde yo siempre he vivido. Lo mío fue heredar la pescadería de mi padre; tuve esa maldita suerte.

Es octubre; ella no debería estar aquí sino en su trabajo al frente del negocio familiar que también ella heredó de su padre; hace unos meses, una empresa de forma hostil compró las acciones suficientes para que tuviera que abandonar la presidencia. Todavía se están preguntando quién está detrás de aquella operación. Yo tengo la respuesta, la misma persona que durante todos estos años ha escuchado sus fracasos sentimentales, la misma que le ha hecho llegar por distintos medios las infidelidades de las personas de quienes decía estar enamorada; la misma que pagó por deslealtades compradas a prostitutas.

Veinte años desde aquella mañana que al despertarnos abrazados en la casa de sus padres le puse el café; veinte años desde que me rogó que nadie se enterase que ella había estado con el hijo del pescadero; veinte años teniendo que ser únicamente su amigo porque mi familia no era como la suya y yo debía, como ella decía, hacerme cargo.

Galiana

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