‘Pa’ habernos ‘matao’ por @VictorFCorreas (serial sobre Carlos V) para leer y escuchar (incluye podcast en iVoox): «Lo de Argel»

Lo de Argel

Que sí, que el emperador tenía que darse una alegría para el cuerpo, Macarena, después del mal trago de la Dieta de Ratisbona, y quien se lo puso a huevo fue el turco chico. Pero aquello acabó malamente, tra, tra, para sus intereses. Pero malamente.

Apaciguados los Países Bajos tras “lo de Gante”, y bueno, pues ya está lo de Alemania —si eso, para más adelante. Vamos que si se lo olía el colega. Se lo estaban poniendo a huevo—, tocaba lo que he expuesto al comienzo de este artículo. Las razones, varias: recuperar el favor castellano, algo tocado tras las Cortes de Toledo —por lo de las perras que os conté y tal—; prepararse para una nueva guerra con el francés —otra más, sí—, al que la luna de miel con el emperador le duró poco o menos por un quítame esas pajas —con los Países Bajos y el Milanesado de por medio. A lo que hay que unir el asesinato de dos espías suyos en Lombardía en verano de 1541—; y el turco grande, con ganas de entrar en Budapest sin llamar a la puerta. Por las bravas. Cómo sería el asunto en este último término que Fernando, el hermano de Carlos V, se desgañitó pidiéndole ayuda para lo que se avecinaba, lo que llevó al emperador, a su vez, a solicitársela a su vez al papa santo de Roma para tratar el asunto, además de aprovechar la coyuntura para pedirle la convocatoria de un nuevo Concilio. Los 5000 soldados que aportaron ambos a Fernando como resultado de su reunión en Lucca (Italia), celebrada a mediados de septiembre, le duraron un suspiro a Solimán, que acabó el verano deleitándose con las puestas de sol al pie del Danubio en Budapest.

Lo de Argel hay que interpretarlo como —insisto— he dicho al comienzo de este capítulo, lo que llevó a Carlos V de pasar de una postura siempre defensiva al sus y a por ellos, que son los que son, pero cobardes. En ese momento se encontraba en plenitud de facultades —ataque de gota va, ataque de gota viene, pero por lo demás bien a sus 41 palos—, así que consideró que había llegado el momento de recuperar Argel para la causa, tomada por Barbarroja cuando él apenas era un pipiolo heredero del trono de Castilla, y que era el punto de partida de los piratas que asolaban sus costas mediterráneas. Una promesa que hizo el emperador a su esposa, que en paz descansaba ya; y a los españoles, hasta el gorro del turco y sus secuaces. Por lo tanto, estando el patio como estaba, y antes de que al francés le diera por liarse a guantadas de nuevo con él —eso, para el capítulo siguiente—, tocaba ir contra Argel.

Signos favorables, se encontró con unos pocos: el verano decaía —menos calor, en consecuencia—, el reciente apresamiento de Dragut —una alhaja de cuidado—, lugarteniente de Barbarroja, y una victoria de las galeras comandadas por don Bernardino de Mendoza en las aguas de la isla de Alborán, con cerca de mil galeotes cristianos con las mismas ganas que un inglés de irse para Benidorm en agosto tras ser liberados. A lo que hay que unir que se trajo consigo fuerzas de la gira por el norte de Europa —mercenarios alemanes, cerca de 5000 soldados italianos y sus Tercios, los Tercios Españoles, amén de artillería, caballería, etcétera, etcétera, etcétera—; el apoyo de la nobleza española, con don Fernando Álvarez de Toledo a la cabeza, tercer duque de Alba. El gran duque de Alba, por apostillar; y el de un tal Hernán Cortés, que protagonizó un hecho a la altura de su leyenda.

Todo para nada.

Tras los preparativos y demás, la empresa comenzó a mediados de octubre de 1541 con la moral por las nubes. Nada podía salir mal, pero salió. Para empezar, esa balsa de aceite que es el Mediterráneo conoció esas semanas un temporal de viento que desperdigó la armada imperial y lo prioritario pasó a ser encontrar un puerto en el que refugiarse. Más o menos se consiguió durante un par de días, pero arreció de nuevo el temporal, lo que hizo imposible desembarcar a todo el ejército —lo logró poco más de la mitad, que se encontraron sin víveres ni nada—; después, los Tercios tomaron un monte desde el que plantear el asalto a Argel, pero de nuevo el tiempo volvió a aliarse con el turco chico. Como dejó escrito el emperador, «en anocheciendo comenzó a llover con tiempo de tramontana… el cual y el viento fueron cresciendo de tal manera que la noche para el campo de tierra muy trabajoso y para las galeras y armadas del mar muy tempestuoso y de gran peligro».

Agua, agua y agua como si no hubiera un mañana. Agua que empapaba las mechas de los arcabuces, quedando los arcabuceros a merced de las ballestas argelinas, cuyos propietarios se hartaron de asaetear a los soldados imperiales; que aguantaron la acometida como pudieron, pasando de ofensores a defensores de su plaza mientras, a su alrededor, «…cresciendo siempre la tempestad del agua y viento y la groseza del mar», apostilló el emperador de su puño y letra; y sin el auxilio de las galeras. Las que pudieron, arrojaron al agua todo lo que transportaban para mantenerse a flote. Las demás, al fondo del mar, matarile, rile, rile.

De esta manera, los sitiadores se convirtieron en sitiados, el hambre causó una escabechina entre los imperiales y Carlos V tuvo que salir de allí echando hostias para refugiarse en el cabo Matafú so pena de caer preso del turco chico y sus secuaces, tal y como le aconsejó su consejo de guerra. Lo que ocurrió el 2 de noviembre. Todos dijeron que para casita menos uno, Hernán Cortés, que solicitó al emperador 400 hombres. Con eso le bastaba. A él, que había puesto de rodillas al imperio Azteca. ¿Se los distes? Pues lo mismo el emperador. Para casa y vale ya la tontería.

Total, regreso para España con las orejas gachas y rumiando la derrota. Se acabó para siempre lo de ser el cruzado de la cristiandad y todo eso para dedicarse a cosas mundanas: el francés y los alemanes. Y en eso se entretendría en los años que le quedaban antes de enfilar el camino de Yuste.

Has leído y ahora dale al podcast en ivoox recuerda hay variaciones.

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@VictorFCorreas

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