¿Eres el segundo en tu familia? ¿Sientes ese peso de no ser el primogénito?
El poder de un segundón
Una de las cosas que siempre había tenido claro es que los hombres atraemos a las mujeres por dos razones fundamentales: nuestro físico y nuestro dinero.
El asunto monetario para mí no era problema: pertenezco a una de las familias más ricas del país; todo el mundo lo sabe. No tengo por qué trabajar. Los asesores financieros de mi familia se encargan de que la fortuna siga incrementándose. Nosotros, con no malgastarla, tenemos suficiente y ¡tontos no somos!
En cuanto al físico, es verdad que mi hermano mayor, al igual que heredará el título nobiliario familiar cuando toque, ha sacado los genes de nuestra madre (en su momento fue una de las modelos más cotizadas del mundo) y también posee el descaro chulesco de nuestro padre.
¿Qué me quedó a mí? La elegancia materna y la simpatía paterna; ni su altura, ni el color de sus ojos, ni la belleza de sus facciones. De eso, nada de nada.
Al no ser demasiado atractivo, opté por cultivar mi intelecto pensando que tal vez así pudiera arrebatarle las mujeres a mi hermano. Pronto descubrí que a ellas este tipo de cuestiones les gustaba para introducirme en sus círculos de amistades culturetas. De otras cuestiones, ni hablar, para eso siempre preferían a mi hermano. Aquello me molestaba sobremanera; ahí estaba yo preparando la jugada para que él solo tuviera que empujarla, meter el gol y llevarse la fama.
Pensé qué otra cosa podía ofrecerles a las mujeres para atraer su interés. El poder lo tienen los grandes empresarios y el patrimonio familiar recaería en mi hermano, que para eso era el mayor. Yo solo tenía opción de disfrutarlo y… hasta ahí.
Opté por entrar en política. Nadie de mi familia había probado ese campo y, tal vez, podría liberarme de la sombra de Alfonso. Así fue como descubrí que, a ellas, además del dinero y de los títulos nobiliarios, les apasionaban los hombres con poder. También supe que la competencia en esos contextos, es mucho más feroz.
La familia al principio se descolocó, hasta que descubrieron que de la política se podía obtener bastante rédito. Entonces decidieron mirar para otro lado y poner la mano.
A los treinta, ya era diputado. No, no era de los que tenía mucha influencia en el partido y desde el principio fui consciente de que estaba allí por mi apellido.
Ganamos las elecciones. Tocaba formar gobierno. Mi nombre no estaba en las quinielas para ningún nombramiento. Siempre he sido un soldado raso, por lo que acepté sin pestañear el ofrecimiento que se me hizo para ir a celebrar la victoria por parte del presidente del partido. Se organizó un minicrucero por el Mediterráneo al que también asistió una conocida actriz con la que él mantenía un discreto affaire. Y allí que fui, en plan carabina, lo que me parecía de lo más normal, pues había que distraer a los paparazzi.
Entonces mi vida dio un vuelco de la manera más tonta e inocente.
Salté de la cubierta del barco para darme un chapuzón en el mar. Tras nadar un poco, subí a bordo. Todo muy normal. Nunca me ha gustado estar con el bañador mojado. Me enrollé la toalla en la cintura. Me quité el calzón. Me sequé el cuerpo. La toalla se cayó. Volví a ponérmela. Cuando el traje de baño se secó, me vestí. Dos días después atracamos en el puerto de Valencia y yo volví a Madrid. Solo.
Al llegar al aeropuerto Adolfo Suárez, me vi rodeado por una nube de periodistas. Pensé que a mi hermano le habrían pillado en algún marrón, algún engaño a su esposa, y que me tocaba dar la cara como ya había pasado antes. Puse mi mejor sonrisa para salir del aprieto, esa que dice: A mí no me preguntéis, de esas cosas no sé, son temas de mi hermano.
La sorpresa fue mayúscula. Todas las preguntas estaban relacionadas con el tamaño de mi miembro viril.
Yo no entendía nada hasta que alguien me enseñó una fotografía. Allí estaba yo en el barco con la toalla a mis pies, como Dios me trajo al mundo.
Salí como pude de aquella nube de fotógrafos, sin entender muy bien cómo habían conseguido la instantánea. Mientras me acomodaba en el interior del taxi, pensé en la actriz que había estado perseguida por el supuesto lío que se traía con el presidente del partido, cuando, después de todo, el cazado había sido yo.
En esas estaba cuando sonó el móvil. La llamada era de Moncloa. Querían verme allí de inmediato. Aquello no sonaba nada bien. Hasta llegar allí, y pensando en la foto dichosa, di por hecho que me harían presentar mi dimisión como diputado, y a saber si tenía que renunciar a no sé cuántas cosas más.
La primera pregunta que me hizo el recién nombrado presidente del gobierno fue si alguien había hecho Photoshop con mi pene mientras volvía a mostrarme la foto.
—No, presidente —fue mi respuesta, mientras le miraba esperando la excusa que me enviaría a casa.
Luego vino una chanza sobre mi verga y, tras las risas, me propuso la cartera de Exteriores.
El día en que los miembros del Consejo de ministros juramos nuestros cargos hubo cachondeo, cómo no, a costa de las medidas de esa parte de mi anatomía. Lo mejor fue que las semanas siguientes todas las ministras sin excepción quisieron comprobarlo personalmente. Y, sí, dieron cuenta, de cerca y de una en una, de las proporciones y de su calidad.
Percibí, en algún ministro masculino, una inusual amabilidad y una especial atención, pero marqué con diplomacia y total contundencia una línea roja. Desistieron con discreción y alguno que otro en plan te la guardo.
La fama de la dichosa fotografía llegó a traspasar fronteras. Saqué partido de ello en alguna que otra negociación, facilitando acercamientos de un modo más íntimo. Gracias a ello, conseguí éxitos como ministro que dispararon al alza mi posición política.
Ni que decir tiene que cuando se me presentó la oportunidad no dudé en emplearme a fondo, muy pero que muy a fondo, incluso con ministros extranjeros o su personal diplomático masculino que pusieron, literalmente, sus países a mis pies.
Toda la vida he querido ser algo más que un segundón, siempre algo más que mi hermano, buscando la manera, sin darme cuenta de que lo tenía ahí mismo.
Si quieres comprobarlo, no soy difícil de encontrar. Lee la prensa, concertamos una cita y luego ya me dirás si cantidad y calidad van de la mano.
Galiana













