Algunas personas se empeñan en que otras pidan perdón hasta por respirar.
Pedir perdón
Pedir perdón es algo que está sobrevalorado, sobre todo, cuando uno tiene que hacerlo por ser quien o como es. He llegado a la conclusión que no voy a hacerlo, no quiero, no encuentro ningún motivo para proceder así.
Me llamarán orgulloso; no es tal la cuestión. También dirán que lo hago por soberbia. Tampoco tiene que ver con esto. Sencillamente, no creo tener que pedir perdón por mis múltiples defectos ni por ninguna de mis muchas virtudes, que de eso también tengo.
Es cierto que no soy como los demás, pero… ¿dónde está escrito que deba serlo? Y no solo eso: ¿por que los demás me cataloguen como diferente tengo que solicitar indulgencia? ¿De veras?
El matiz está en que son ellos quienes me ven diferente. Yo me considero igual que el resto, uno de tantos.
Duermo, respiro, tengo hambre, bebo y, por supuesto, hago mis necesidades primarias como cualquier hijo de vecino. Así que, si soy, siento y padezco como cualquiera, no entiendo muy bien donde está la diferencia. Alguien me tendrá que explicar las razones por las cuales se me exige, casi para cualquier cosa, pedir perdón.
Quizá la razón principal esté en que no he cumplido con las expectativas que otros tenían puestas en mí.
Lo cierto es en que, digan lo que digan, no tengo ninguna razón para hacerlo. No fui yo quien las generó. Bastante tengo ya con alcanzar aquellas que yo me impongo como para andar preocupándome de ver hasta dónde quiere el resto que yo llegue.
Soy hombre de pasos cortos para equivocarme lo justo y asumo que tropiezo con frecuencia. Soy de rectificar cuando toca. Me acuso de no poder evitar alguna que otra piedra… ¿Qué le voy a hacer? Soy humano. Me acuso también de levantarme y volverme a caer más veces de las que me gustaría; de regresar a la casilla de salida cada cierto tiempo víctima de mis propios errores, pero creo que nadie está exento de algo así. No me duelen prendas reconocer que soy adicto a ese método de conocimiento del ensayo-error.
Me han señalado desde que tengo uso de razón por ser como soy. No sé cómo querían que fuera, ni me interesa demasiado. Me exigen que pida perdón por haber luchado desde muy abajo y haber alcanzado la cumbre, por tener una empresa que podría hacer caer al gobierno del país si quisiera.
Los envidiosos pueden decir y exigir lo que quieran; pierden su tiempo. Yo, en cambio, el mío lo aprovecho en innovar, aprender y mirar al futuro.
¿De veras tengo que pedir perdón por todo eso? ¡A otro perro con ese hueso!
Galiana













