Las relaciones entre los hombres y las mujeres son diferentes, no hay ninguna igual a la otra.
Fragilidad
Las voces en mi cabeza, la primera vez que la vi, me advirtieron acerca del peligro de su fragilidad. No porque fuera una mujer de aspecto menudo, que lo es, sino porque frente a ella tienes la sensación de ser menos que nada, o lo que es peor, de hacerte añicos en cualquier momento para volver a recomponerte por completo con sólo una de sus miradas.
Su aspecto de mujer frágil forma parte de su encanto; desde el minuto cero supe que era una encantadora de serpientes, que iba a ser mi perdición.
No pude irme, tampoco quise; una fuerza invisible me empujó a quedarme ahí; me ancló al suelo que ella pisa. Me quedé mirándola embobado a sabiendas que sería mi ruina.
A medida que me fui dejando atrapar por el magnetismo de su fragilidad, me sentí enredado, más y más, en su tela de araña invisible.
Al principio me convencí a mí mismo que podía escapar en cualquier momento, pero solo hasta que descubrí que ella es una depredadora nata y yo una de sus víctimas a la que ha hincado el diente en la yugular. Fue en el momento en el que vi mis miedos reflejados en sus ojos; justo ahí me tuvo desnudo, a su merced.
Ella y su fragilidad fueron capaces de volver mi mundo en algo siniestro cuando me encontraba lejos. Mejor no te cuento como lo descubrí. Tan solo te diré que la asfixia es brutal. Para respirar, necesitas sentir cerca esa sensualidad que emana de su aura, esa que despliega en la distancia corta, esa que te destroza sin derecho a réplica alguna y te aniquila sin compasión.
En su aparente fragilidad, me hizo creer que podía tratarla como un bello animal al que acariciar y lucir en sociedad como si fuera un objeto de mi propiedad. Soy tan imbécil, tan idiota, que lo hice con una actitud tan insultantemente escandalosa que acabé postrado a sus pies, humillado ante todos, amigos y enemigos.
Todo, todo, todo tiene un precio. Ella me ha cobrado hasta por el aire que respiro.
De forma pretenciosa, llegué a pensar que yo me había cruzado en su camino, ¡qué iluso!, ¡qué arrogante!, cuando fue ella quien siempre tuvo el control.
Me convirtió en su juguete, no necesariamente el preferido.
A día de hoy soy un cadáver más de los muchos que esconde entre sus sábanas. Todo, gracias a su inocente fragilidad.
Galiana













