En algunas culturas las piernas son utilizadas para otros menesteres que no son caminar, correr, trepar…
Piernas para caminar
Intenté pisotearla, no porque me pareciese bien; ella se lo mereciese o pensase que debiera castigarla por alguna cosa que hubiera hecho mal. Lo hice porque así me habían educado; de no hacerlo me saldría de la norma establecida, de lo convencional, de lo que se esperaba de mí como hombre.
En aquel momento puse todo mi empeño en autoconvencerme que someterla era lo correcto. Busqué en mi rabia, mi ira. Infructuoso intento. Uno no da lo que no tiene.
La educación recibida no me servía para patearle el cuerpo, por mucho que me lo hubieran enseñado desde que podía recordar que las mujeres eran inferiores. No fui capaz de imponerme de aquel modo.
Ni esa vez, ni las tropecientas veces más que volví a proponérmelo pude hacerlo. Fue un desastre estrepitoso.
No me sentí un fracasado. Cada una de las veces que no levanté mi piernadel suelo para patear su cuerpo porque ella opinaba diferente, me sentí aliviado. Aliviado de ir contra las normas, de no cumplir con lo que desde niño me había sido inculcado.
Me calzaba como debía hacerlo. Ella a mis pies, como debía ser. A continuación se colocaba en la posición correcta. Después, yo debía separarme la distancia justa para levantar la pierna y poder desencadenar el horror contra su cuerpo.
Aquello, por mucho que los mayores siempre se hubieran referido a ello como la ley entre los hombres y las mujeres, un derecho del marido, para mí era una atrocidad. Una barbaridad que se había instaurado nadie sabía desde cuándo como una ley, y que los varones estábamos obligados a cumplir con nuestras esposas desde el día siguiente de contraer matrimonio.
No he podido en todos estos años de casados cumplir con este precepto. Ella, cuando cree conveniente me lleva la contraria, sí procede. Cumplimos con el procedimiento del ritual para no faltar a la norma;yo me arrodillo ante ella y la libero; le doy permiso para ser y hacer lo que guste. Somos conscientes que nadie puede saberlo o ambos seremos ajusticiados. Ella perderá la vida lapidada y yo recibiré algunos latigazos.
Algún día ella y nuestra hija podrán opinar fuera de las paredes de nuestra casa cuanto quieran. Podrán lucir su cabello al viento, vestir como gusten, caminar de la mano de la persona que amen, no un paso por detrás.
A nuestro hijo le hemos educado de este modo. Es un grano de arena en el desierto; allí es el único lugar donde usamos la fuerza de nuestras piernas tanto él como yo para caminar.
Galiana













