Pintor de santos de alcoba
Al fin, después de echar un ratino por Italia -que tenía que darle a la de sin hueso con su santidad, Clemente VII. Y ya que se encontraba en Bolonia, a ver qué le podía pintar Tiziano-, lo que aconteció tras de lo del turco grande, de camino para España, Carlos se reencontró con su amada Isabel. Pero ya te adelanto que eso te lo contaré en el próximo capítulo. En este te hablaré de aquel pintor.
Tiziano, he dicho. Palabras mayores.
Que tenía que tratar con Clemente VII estaba cristalino, como le responde el teniente Daniel Kaffee -Tom Cruise- al coronel Nathan R. Jessup -un descomunal Jack Nicholson- en ‘Algunos hombres buenos’; porque a oídos de Carlos había llegado su santidad andaba tonteando de nuevo con el francés y no estaba dispuesto a que se los tocara de nuevo, como relaté en la anterior entrega. Pero, ya que estaba en Bolonia, por qué no echar un rato con Tiziano. Como tonto.
A ver cómo cuento esto, que el asunto tiene su miga y hay algunos que no lo ven así y otros sí: parece ser -recalco parece- que Carlos ya llevaba tiempo con la idea en la cabeza de tener un pintor bueno a su servicio. Hasta entonces se había puesto en manos de Van Orley, pintor de cámara de la princesa Margarita de Austria desde 1518. Le hizo varios retratos que ahora se pueden contemplar en la National Gallery de Edimburgo o en el Louvre de París. Que sí, aseado y tal, pero no es lo que el emperador buscaba con afán. Van Orley no era retratista, sino pintor de escenas religiosas. Y para colmo, sospechoso de beber los vientos, que diría un periodista deportivo, por las ideas reformistas. Yuyu en consecuencia.
También pasó por los pinceles de Lucas Cranach, el Viejo -retrato que se puede contemplar en el Thyssen de Madrid-, cuyo resultado le hizo la misma gracia que una patada en los huevos. Así que decidió que no quería volver a verlo ni en pintura, y nunca mejor dicho; y por los de Durero. El gran Durero ya le hizo un grabado del copón nada más ser elegido emperador, pero en 1528 cerró sesión, así que ansiaba un pintor que le pintara como lo que era, un césar moderno fetén.
Lo de la visita a Tiziano no era otra cosa que estrechar lazos entre ambos, porque conocerse, como que ya se conocían de antes. En concreto, desde 1530, durante otro viaje de Carlos a Italia, cuando fueron presentados por el duque de Mantua. De aquella audiencia se sacó Tiziano un esbozo -que es el que se conserva en el Museo de Besançon- de un cuadro que nunca llegó a materializarse porque Carlos se enfangó en las dietas de Augsburgo y Ratisbona debido a la amenaza del turco grande; sin sospechar que ya habría tiempo de pintarlo, aunque en ese instante lo que sí creyera es que se iba a quedar sin cuadro como sin abuela este que le da a la tecla.
Era ahora, pues, con el patio más tranquilo, tres años después, en 1533, cuando la entrevista tenía sentido; y porque Tiziano transitaba por la madurez de su genio creativo, con joyas ya a su espalda como el retrato de El hombre del guante. En resumidas cuentas, un maestro de la Escuela Veneciana. Un puto crack, que se dice ahora.
Con lo que se descolgó Carlos fue con un retrato de cuerpo entero a lo cortesano, con perro incluido -cuadro que se puede admirar en el Museo del Prado-, y que Tiziano se atuviera a las líneas de otro cuadro ya pintado por el austriaco Jacob Seisenegger durante la estancia del emperador en Linz el año anterior -si te interesa, está expuesto en el Museo de Bellas Artes de Viena-. Que pintes algo como eso y luego, ya si eso, pues eso. Más o menos.
Cuando vio el resultado, ni que decir que Carlos dio palmas con las orejas y olvidó el de Seisenegger echando leches. De la figura fría e insípida del austriaco, a la luminosa que parieron los pinceles de Tiziano, en la que se atisba el césar que perseguía Carlos; y que anticipa lo que vendría después, que eso ya sí que es hors categorie, como diría el francés. Lo que le pintó Tiziano no era un cuadro más, sino la obra de un genio; y más sabiendo que se lo rifaban las pequeñas cortes renacentistas y también toda Europa Occidental.
Un pintor que, desde ese primer cuadro realizado, supo captar el sentimiento de su firmeza y hasta la arrogancia de quien estaba convencido de haber sido elegido para una misión en lo universal. Y Carlos, encantado de tenerlo a su servicio como pintor de cámara. Tanto lo estaba, que se cuenta -la veracidad de esta anécdota está puesta en duda, ya lo advierto- que, estando en su taller en cierta ocasión, a Tiziano se le cayó un pincel al suelo y fue el propio Carlos quién se agachó para recogerlo y entregárselo como signo de rendición absoluta a su arte y genio.
Quince años después vendría lo de Mülhberg, que Tiziano dejó retratado para la eternidad. Pero de eso ya hablaremos llegado el momento.
Has leído y ahora dale al podcast en ivoox recuerda hay variaciones.
🎙🎧👇














