«Relatos de estío» de @CristinaSopena1: «Cazador cazado»

Martes y vuelvo con un nuevo relato.

El cazador cazado

Sara, apartó de su mente el riesgo que suponía entrar en la casa sin refuerzos. La adrenalina la protegía detrás de la pistola que apuntaba al frente, iluminado por la linterna. 

La habían entrenado para tener bajo control el estrés. Se movía sigilosa por la inmunda vivienda cómo una serpiente.

Llevaba casi un año detrás de ese malnacido y si actuaba con destreza hoy terminaría la pesadilla y no podría matar a su cuarta chiquilla.

Abrió de golpe la puerta de la habitación del fondo. La estancia estaba llena de fotografías, crucifijos y escritos colgados de la pared, unidos por flechas de tinta roja. Parecido al panel de comisaría.  Una vez comprobado que no había nadie y sin soltar la pistola se detuvo para examinar el contenido.

Cada pared estaba dedicada a una víctima: en la de la derecha pendían cientos de fotografías de la vida de Pilar Juárez, la primera niña asesinada, con tan solo seis años. Sobre uno de los retratos de la niña pendía con dos agujas un crucifijo, colocado alrededor del cuello como un collar.

Josefina Solano de cuatro años y María del Carmen Muñoz de tres, también con sendos crucifijos.

El corazón de Sara bombeó con fuerza deseando salir por la garganta al ver la última pared. ¿Esa era ella?… ¡La última víctima era ella! De pronto, sintió un fuerte golpe en la nuca y todo quedó a oscuras. 

Cuando fue despertando, sin aún ser consciente del todo, sintió un fuerte dolor en la parte trasera de la cabeza. Quiso tocarla, pero no pudo. Las cuerdas que la ataban de pies y manos en una silla le cortaban la piel.

—Hola, Sara.

Sara no contestó. No se atrevía a abrir los ojos. Reconoció el olor a tabaco de pipa impregnado en la ropa de las niñas.

—Te preguntarás por qué no estás muerta. ¿Tal vez te perdone la vida? No, no te confundas. Hoy tienes que morir.

—¡Suéltame, cabrón! 

—Vaya, ya despertaste.

—¡Qué me sueltes! Mis compañeros están al caer.

—Lo dudo, te gusta trabajar sola, como a mi. Durante este tiempo nos hemos ido conociendo, ¿verdad? 

Sara se removió en la silla, clavando a más profundidad las cuerdas de muñecas y tobillos qué la ataban. Dejó de moverse cuando él le acarició la mejilla con la punta de la navaja.

— Nos parecemos, Sara. Los dos somos hijos del pecado y dados en adopción. Tienes derecho a saber de dónde vienes, por eso no te he matado todavía. 

—¿De qué pecado hablas? ¿Y las niñas, por qué las niñas?  ¡Sólo tenían siete años, hijo de puta! ¡¿Qué pecado podían haber perpetrado ?!—gritó Sara. 

—Eran hijas del mal como nosotros. 

—Estás loco…

—Las tres niñas eran fruto de la violación del mismo hombre. Los habitantes del pueblo decidieron ocultar los delitos y a las bebés se dieron en adopción. El agresor daba trabajo a todo el pueblo. Nadie se atrevía con nuestro padre. Si, has oído bien, tú y yo también somos fruto de ese animal, y mira en lo que nos hemos convertido: en asesinos.

Sara frunció el ceño y miró a los ojos a su agresor.

— No lo sabías, ¿eh? Llevamos el virus del mal dentro de nosotros, querida Sara. Somos un cáncer qué hay qué extirpar. Cuando termine con tu sufrimiento terminaré con el mío.

Mañana estaré de nuevo por aquí

@CristinaSopena1

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About Galiana

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