‘Pa’ habernos ‘matao’ por @VictorFCorreas (serial sobre Carlos V): «Cerco un centro di gravità permanente»(Este domingo no hay podcast)

Cerco un centro di gravità permanente

Tras el pifostio montado en Italia y una vez serenado el patio con el francés mediante la llamada Paz de Cambrai o de las Damas, porque la firmaron Luisa de Saboya y Margarita de Austria en representación de Francisco I y de Carlos, respectivamente, firmada en 1529 —una de sus consecuencias fue el matrimonio, ahora sí que sí, de Francisco I con Leonor de Austria, hermana del emperador―, y también con el inglés, y apaciguado asimismo el asunto con el turco grande, Solimán el Magnífico, por recordártelo ―retirado a sus cuarteles de invierno tras el fracaso del asedio de Viena―, tocaba el momento de que las aguas llegaran a su cauce.  

¿Qué le tocó a Carlos V? Lo que cantan los Hombres G: 

«Lo tengo preparado, tengo las maletas 

Vamos juntos hasta Italia,  

quiero comprarme un jersey a rayas» 

Pues eso, poner rumbo a Italia para negociar con Clemente VII los términos de una paz duradera, que incluiría, entre otras cosas, su coronación como emperador a manos de Su Santidad. Que eso, a ojos de Dios, siempre vende más. 

Negociaciones que no fueron sencillas, todo hay que decirlo; y que duraron unos cuantos meses, con peticiones del Papa de todos los colores. Una de ellas, que el ejército imperial metiera en cintura a Florencia, cuya familia se había salido del tiesto ―hay que recordar que el propio Clemente VII era un Médicis. Esas cosas de familia―, ciudad que se rindió antes de correr el mismo riesgo que Roma meses antes. Rendición que ansiaba el emperador, que ya había tenido bastante con una taza de arroz como para querer dos. Tanta alegría se llevó, que llegaría a escribir a su esposa, la emperatriz Isabel, para contarle, entre otros asuntos, que «… y no podría sino recibirse gran daño, aunque se entrase, ni excusarse la perdición de ella acabándose desta manera». Lo que viene siendo que, de suceder otro saqueo como el de Roma, le sentaría como una patada en los huevos; y también que no le quedó más remedio que meterse en ese fregado florentino para terminar de vencer la resistencia de su Santidad. Fregado que, dicho sea de paso, costó unas cuantas vidas entre sus ejércitos. Por ejemplo, la del mismísimo general en jefe de aquéllas, el príncipe de Orange.

Pero, al fin y al cabo, lo que estaba en juego no era sólo la paz con Clemente VII y, con ello, su extensión a toda Italia, sino también ponerse en paz con toda la cristiandad, con la mosca tras la oreja después de lo de Roma. Eso se tradujo, asimismo, en acuerdos para solucionar los jaleos pendientes con el ducado de Milán ―motivo de rencillas entre imperiales y franceses― y con la Serenísima República de Venecia ―siempre a su bola―. En este último caso, el asunto se solucionó con su inclusión en la Liga Defensiva de Italia, en la que entraba junto con Su Santidad, el Emperador, su hermano Fernando ―en breve, Rey de Romanos. Un emperador electo a la espera de ser coronado―, y las repúblicas de Génova, Siena y Lucca, además del duque de Saboya y el marqués de Mantua y el de Monferrato, al que el emperador convertiría en duque. 

En cuanto a lo del ducado de Milán, motivo de disputas entre españoles y franceses que parecían haber quedado solucionadas después de la batalla de Pavía, pero que la Liga de Cognac se encargó de volar por los aires, fue una obra de arte de los orfebres diplomáticos de una y otra parte. Y como Carlos V tampoco quería aumentar sus dominios en Italia, más interesado en alcanzar una paz como fuera, se impuso la cordura en forma de formación de aquella Liga Defensiva de Italia que la librase de nuevas invasiones, liga que se convertiría en pública en Bolonia el último día del año 1529, y cuyo objetivo primordial sería «para la defensa y la quietud de Italia». 

Por lo tanto, y tras tantos años de darse unos y otros hostias hasta en el cielo de la boca, era el momento de disfrutar de una paz que intentó socavar a última hora Francesco Sforza, milanés de pura cepa, y para nada de acuerdo con lo alcanzado en aquellas negociaciones diplomáticas a las que me he referido antes ―para eso era miembro de la familia que había llevado las riendas del ducado antes de que las hostialidades se desataran―. Tras recibir el perdón de mi colega en Bolonia, a donde había acudido Sforza con el rabo entre las piernas después de sufrir derrota tras derrota ante el ejército imperial por aquello de no someterse a la voluntad de mi colega, Francesco Sforza fue repuesto al frente de dicho ducado con la condición de que se estuviera quieto y dejara de hacer el tonto durante una buena temporada, con soldados españoles allí presentes por si se marcaba un Francisco I. 

Por lo tanto, todo estaba listo para que Carlos V fuera coronado emperador en Bolonia a manos de Su Santidad, Clemente VII; y, después, seguir su ruta por tierras del imperio. Pero eso, ya, para la siguiente entrega.

Esta semana seguimos sin podcast. 😭😭😭

@VictorFCorreas

Avatar de Desconocido

About Galiana

Escritora, bloguera, podcaster, enamorada de todo lo que huele y sabe a Cultura
Esta entrada fue publicada en ‘Pa’ habernos ‘matao’, Carlos V, Historia y etiquetada , , . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario