En algunos trabajos la camaradería siempre va un paso más allá o no.
En pareja
En algunas profesiones tu compañero lo es todo, tu pareja, tu confidente, tu amigo, tu padre, tu hermano, está para ayudarte a escoger un traje de baño, acompañarte al cumple del hijo de tu hermana, sirve para todo, depositas tu vida en sus manos y viceversa.
Es cierto que llevar una pistola puede darte la sensación de que vas a volver a casa al lado de tu marido de una pieza, eso no es verdad, tu compañero es el que hará que así sea.
Entre nosotros tres siempre ha habido esa unión de compartirlo todo. Formamos un tándem perfecto.
Es muy habitual encontrarnos por cualquier local de Madrid, si miras bien y estás leyendo esto en una cafetería puede que estemos en la barra tomando algo. Sobre todo si es un sitio discreto, familiar, nos gusta pasar desapercibidos en sitios comunes.
El fin de semana pasado estuvimos en una de esas cadenas de restaurantes normales y corrientes, de esas donde seguro has ido muchas veces con tus colegas, tu pareja, o incluso en alguna reunión con la familia en la que crees que todo es muy normal. Soy muy observadora, me he dado cuenta que en estos locales la gente se desmadra aunque no lo parece, suelen hacer cosas que en su casa no harían ni estando ebrios.
Dejando a un lado lo que hacen los demás, para serte sincera siempre me ha importado una higa, bastante tengo con mis cosas, nosotros tres habíamos ido a comer allí, sin más.
Del menú te daré pocas pistas, tampoco es plan de que sepas dónde vamos así tan alegremente. En cuanto a lo que bebimos mi compañero de profesión es motero, nada que tenga alcohol, no estaría bien ir por ahí poniendo multas a los demás y tú rebasar la tasa de alcoholemia. Mi marido, en cambio, es adicto a la cerveza, Homer es su segundo nombre, si eres fan de los Simpson sabes de que te estoy hablando. Yo me paso la vida entrenando, así que digamos que mi religión no me permite ni bebidas alcohólicas ni nada carbonatado.
Con esto de hacer vida sana mi pareja y yo fuimos andando hasta el local, bastante horas al día paso ya en el coche patrulla como para tener también en mi tiempo libre que sentarme al volante y él no sabe conducir.
Habíamos salido de casa con un sol espléndido primaveral, tras la comida la tarde había trasmutado en algo lluvioso y desapacible. El transporte público me horripila así que alguien me iba a llevar a casa en moto y alguien se iba a ir en metro para esperarnos allí y ponernos un café. Mi suerte es que mi colega siempre lleva dos cascos, por un por si acaso.
Desde allí a casa en moto hay que coger la M-30, la primera salida, hacer un cambio de sentido… En el metro son dos paradas.
Al llegar a la salida el colega no la tomó, siguió recto, sin mediar palabra supe donde íbamos antes de tomar el café con mi marido, no era la primera vez ni será la última que aquello pasaba.
Sí, te lo estás imaginando y aciertas.
Cuando entre dos personas hay tantísima intimidad como entre nosotros se comparte cama. Así que sí, nos dirigíamos antes en dirección a su apartamento. Y no, no tenía que preguntar. Durante la comida no había parado de mirar mi escote y yo le había puesto los dedos de mi pie en la entrepierna.
Y ahora viene lo que no te esperabas, me apuesto lo que quieras que sabías que entre nosotros había una relación sexual desde que empecé a contarte esta historia. Hago hincapié en lo de relación sexual, no quiero que te líes e interpretes lo que no es.
Presta atención a lo que viene a continuación.
Llegamos a su apartamento. Unos cincuenta metros cuadrados, lo ideal para una persona sola. En lo que se iba quitando el mono y demás cachivaches propios del mundo motero fui subiendo las persianas para verle mejor.
Como estamos en primavera yo sólo llevaba un pantalón vaquero, una cazadora finita y la famosa camisetita de generoso escote.
Comenzó a meter su mano debajo de la ropa, mientras yo fui colocando el teléfono donde tenía que hacerlo.
¿Dónde? te estarás preguntando. En la posición perfecta para que se pudiera ver lo que a continuación estaba por llegar. Inicié una videollamada y empezó la fiesta.
Él me quitó la ropa y yo hice lo propio, dos cuerpos desnudos se tocan y besan. Y no, no en plan cariñoso y dulce sino agresivo, mordisqueando con los labios y dientes, metiendo la lengua hasta dentro.
Si eres un voyeur probablemente te gustaría haber observado cuanto te estoy contando. Tranquilo, alguien lo hizo por ti.
Te he dicho que había colocado el teléfono en un lugar estratégico. Mi colega y yo lo pasábamos cañón delante de la cámara encendida de mi móvil, nos lo montábamos de todas las maneras posibles que te puedas imaginar.
¿Te apetece que yo dé brincos sentada sobre él? Es una buena posición, tan buena como que me ponga a cuatro patas y él llegue por detrás; también me puedo poner de rodillas sobre la cama y él de pie, la cabeza me llega justo a la altura de la entrepierna, no tengo más que abrir la boca y conjugar el verbo lamer y chupar.
La cuestión no está en lo que nosotros hagamos en el dormitorio, simplemente disfrutamos según nos pide el cuerpo.
El quid de este juego, es lo que es aunque hasta ahora no te lo haya parecido, está en la persona al otro lado de la videollamada.
Sentado en una silla totalmente desnudo el afortunado que observa todo es mi marido. Está acariciándose el miembro. Tiene prohibido decir palabra. Solo podrá correrse cuando nosotros, ambos, hayamos terminado y le demos permiso para hacerlo, después tendrá que limpiar lo que manche con la lengua.
Y sí, cuando todo acabe, nos ducharemos e iremos a casa a tomar café, no nos hemos olvidado de ello.
Galiana













