Una cita con @GalianaRgm: «Tiempo en la sala de pensar»

Todos tenemos un lugar de nuestra casa dónde nos sentamos y reflexionamos, allí nadie nos molesta. ¿Tú tienes?

Tiempo en la sala de pensar

Ir al baño para llevar a cabo las evacuaciones pertinentes permite tomarse unos minutos y reflexionar aprovechando que nadie, salvo urgencia, va a interrumpirte. La mejor y más genuina sala de pensar que se ha inventado y que se inventará jamás.

Es una ironía que el lugar donde encontramos un espacio donde estar a solas con nosotros mismos sea tan denostado y nos produzca hasta repulsión.

Conozco personas que para hacer sus necesidades se toman su tiempo, a otras, como es mi caso, nos vale con un par de minutos. Son unos momentos en los que tenemos la facilidad de poner todo aquello que nos rodea patas arriba, de darles la vuelta a cuestiones que nos preocupan y a otras que están porque tienen que estar.

Hoy, al ir a sentarme en el inodoro, me ha llamado la atención que ella se hubiera dejado la tapa levantada, el dentífrico abierto sobre el mueble del lavabo y el cepillo del pelo enmarañado sobre la estantería.

Estaba sentado y miraba aquel desastre. ¿Desde cuándo sucedía aquello? Tal vez ha sido así desde siempre y no me he dado cuenta nunca, tal vez solo ha sido hoy porque ella tenía prisa antes de irse a trabajar.

Me siento molesto, tremendamente incómodo con un desorden que no esperaba. No es que sea un maniático de la armonía y el equilibrio; si bien es cierto que tengo tendencia a ello, detesto determinados comportamientos que denotan dejadez y falta de consideración hacia la persona con la que convives.

El verbo convivir no es precisamente lo que hacemos de un tiempo a esta parte. Ella siempre llega tarde, parece absorta en sus cosas. Le pregunto y contesta con monosílabos. Cuando lo hace insisto en el tema y termina o bien respondiendo con otra pregunta, con evasivas, o frases entrecortadas o inconexas. Todo suena a excusa, como si quisiera sembrar dudas. Dudas sobre una más que evidente falta de sinceridad en las palabras que salen de su boca.

Esa boca que me volvió loco, que me buscaba a todas horas. Ahora está ausente. Su calidez se ha transformado en frialdad. Intenta disimular su desgana, su apatía, con ello lo único que consigue es un gesto de tirantez permanente, un rictus que hasta le afea el rostro.

Sentado en el inodoro no puedo dejar de pensar en que debería levantarme y poner orden en todo el caos que me rodea de un tiempo a esta parte. Me pregunto si realmente merece la pena hacerlo o, como en otras ocasiones, terminará por recolocarse sin que yo me vea en la obligación de intervenir.

Intervenir no es un verbo que me guste poner en práctica, soy más partidario de dejar que todo fluya. No soy de los que se inmiscuyen en según qué temas, he aprendido que al hacerlo lo único que consigo es una larga lista de reproches inciertos sobre tiempos pretéritos que están fuera de lugar.

Acabo mi necesidad fisiológica. Me levanto del inodoro. Tiro de la cadena. Observo como el agua se va por el desagüe e irremediablemente pienso que mis reflexiones se van por el mismo sitio, pero no, siguen ahí, incrustadas en mi cabeza. Bajo la tapa. Me lavo las manos. Todo está como debería estar.

Cierro el dentífrico y lo coloco dentro del armario del cuarto de baño. Cojo el cepillo y le quito los pelos, los envuelvo en un trozo de papel higiénico para llevarlos al cubo de la basura.

Pongo la mano en el pomo de la puerta para abrir. No quiero salir del baño, quiero seguir pensando en nuestras cosas, que ya son solo mías. Salgo, no sin antes contar hasta diez y decirme a mismo que mejor no decir nada, dejar que todo siga como hasta ahora.

En la cocina deposito en el cubo de la basura el papel con tus cabellos caídos. Enciendo la cafetera.

Mientras el café se está haciendo entro en la habitación. Es hora de vestirse e ir al trabajo. Abro el armario. Mis camisas perfectamente alineadas, lo mismo que mis trajes, mis corbatas, los vaqueros. A continuación hay un hueco donde debería estar tu ropa. Entonces recuerdo.

Recuerdo cómo hace unos días al abrir con la mano el pomo del baño no conté hasta diez. Fui a la cocina donde preparabas el café y te dije que así no podíamos seguir, que estaba harto de tus verdades a medias, de tu falta de compromiso, de tu desorden, de tu egoísmo, de…

Cuando acabé me miraste de arriba abajo. No dijiste nada. Fuiste a la terraza de la cocina. Cogiste la escalera. Con ella en la mano fuiste al dormitorio. Del altillo del armario bajaste una pesada maleta que ni recordaba que guardábamos todavía.

Galiana

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Escritora, bloguera, podcaster, enamorada de todo lo que huele y sabe a Cultura
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