¿Y cómo es él?
Lo de la revuelta comunera y su posterior derrota en Villalar se cerró como se cerró; lo de Lutero todavía le provocaría más de una ulcera; y, para rematar el asunto, Francisco I de Francia decidió echarse al monte rompiendo la paz ese mismo año de 1521, iniciando una serie de guerras que se sucederían durante todo el reinado de Carlos V. Y se lo quería perder.
No obstante, también le urgía otra cosa, y era poner orden dentro de su casa. La imperial, digo; lo más parecido a un hotel —el imperio— con muchas habitaciones —territorios a gobernar— e inquilinos de su padre y de su madre —los pueblos de aquellos territorios.
—Crudo lo tiene —le confesó un cortesano a otro, miembros del círculo personal del emperador.
—Pero tiene una ventaja con respecto a sus antecesores —admitió otro que paseaba a su lado.
—¿Cuál?
—Su cosmopolitismo.
—¿Mande? —replicó el segundo, enarcando las cejas.
—Con el tiempo lo entenderá vuestra merced.
Una cualidad más de las muchas que tuvo. Seguro que estarás harto de verlo en series y documentales, pero ¿era Carlos tal como lo pintan en todos aquellos? Si echamos un vistazo a los distintos retratos y bustos que existen de su primera época, el resultado es un joven de largo cuello, ojos ensimismados, propios de un soñador, según el busto de Conrad Meit que puedes encontrar en el Museo Gruuthuse de Brujas, con el detalle del collar de la Orden del Toisón de Oro; y el hombre de mediana estatura, de frente espaciosa, ojos azules, dominadores, nariz aguileña y mandíbula prominente —rasgo característico que luego heredarían sus sucesores— del retrato de Alonso de la Cruz a raíz de su muerte en Yuste. ¡Ah! Si quieres verlo en persona y a tamaño real, acércate al Museo Carlos V de Mojados, en Valladolid. Allí tienes una réplica por si tienes ganas de hacerte una foto con él.
Aquella mandíbula fue también su mayor defecto y origen de múltiples dolencias. Como no le encajaban bien los dientes, verlo comer era un espectáculo, de ahí que prefiriera hacerlo solo para evitar el trago a quienes lo acompañaran en el trance; y eso también se traducía en un habla dificultosa. Por eso los cronistas imperiales nos pintan a un tipo que no es que fuera la alegría de la huerta en las reuniones y coloquios —salvo que la ocasión le obligara—, y que sufría una indigestión tras otra como consecuencia de su manera de comer.
—¿Y lo de la gota? —le preguntó aquel primer cortesano al segundo.
—Más adelante —le contestó el otro.
—Bueno…
Analizado desde el punto físico, vamos con el otro, o sea, el carácter. Para eso se basta Menéndez Pidal, que lo describió así:
«Es de complexión, en principio, melancólica, mezclada, sin embargo, con temperamento sanguíneo, de donde tiene también naturaleza correspondiente a la complexión. Es hombre religiosísimo, muy justo, desprovisto de cualquier vicio, nada inclinado a los placeres, a los que suelen ser inclinados los jóvenes, ni se deleita en pasatiempo alguno. En alguna ocasión va de caza, pero raras veces; sólo se deleita con negociar y estar en sus consejos, a los que es muy asiduo y en los que está gran parte del tiempo…».
—Lo de la gota es por lo de la caza, ¿no?
—Mire que es pesado vuestra merced.
¿Recuerdas lo del cosmopolitismo? Ahora dice serlo todo Dios, pero en el siglo XVI pocos podían presumir de serlo. Uno de ellos fue el emperador. Y si no, repara: educado en la corte borgoñona de su tía Margarita, en Malinas, en Flandes. Un espacio germánicamente hablando cuando la lengua de la Corte era el francés, así como la de todo el círculo de Borgoña; una herencia materna bien definida —Juana era española, no lo olvides—, con una serie de hechos de sabor hispano que actuaron y educaron a Carlos en Flandes. Por un lado, las hazañas de los conquistadores en América, ampliando los territorios que serían suyos con el paso del tiempo. Por otro, el ideal caballeresco y un profundo sentimiento religioso —del que ya avisó anteriormente Menéndez Pidal—. Para explicar lo primero hay que tener en cuenta que Carlos presidía una Orden, la del Toisón de Oro, en la que cabían todas las virtudes caballerescas: el valor, la lealtad, la piedad, la sencillez. De lo segundo te puede servir como explicación el sentido providencialista tan propio de la Corona hispana, y que le viene por influencia de sus abuelos maternos, los Reyes Católicos. Ese sentimiento de ser objeto de las preferencias divinas por parte del español que penetra en la Edad Moderna —Croce, un italiano de la época, llegó a afirmar: «¡Dios se ha hecho español!»—, y que Carlos asumió con motivo de su elección como Emperador.
Y no podía faltar Italia para darle color y completar ese cosmopolitismo. Ten en cuenta que sardos, sicilianos y napolitanos lo tuvieron por soberano, y pronto amplió su dominio efectivo sobre los milaneses, y por extensión, sobre toda Italia. Influencia que también sería recíproca.
¿Y Alemania? Mira que nos han vendido la moto del emperador alemán y tal, Pascual, cuando nunca dominó su lengua. Lo que no es óbice para ser consciente de que la corona del Sacro Imperio Romano Germánico le había dado el dominio sobre Europa, lo que le llevaba a considerarse heredero de Carlomagno. En consecuencia, una vez que ya sabes cómo era Carlos a fondo, es momento de verlo en acción
Después de leer viene lo de escuchar, ya sabes que el podcast y el post no son iguales
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