Ante el fallecimiento de un ser querido cada cual reaccionamos de manera diferente.
Cosas que no hacen los muertos
Los muertos no envían correos electrónicos, ni llaman por teléfono, ni se presentan en la puerta de tu casa como si se tratase de una visita inesperada a la hora de la cena.
Ella estaba muerta. Yo mismo tuve que ir al depósito de cadáveres para reconocer su cuerpo, aunque realmente lo único que identifiqué fue el tatuaje con forma de cola de sirena en su antebrazo izquierdo que se hizo las últimas vacaciones que estuvimos en México. El forense no quiso enseñarme el rostro alegando que tal y como estaba era absurdo que yo tuviera que pasar por aquel trance.
Gracias al dichoso tatuaje comenzaron con las pruebas de ADN. Tres meses después nos confirmaron su fallecimiento y nos entregaron su cuerpo para que procediéramos a la incineración del mismo.
Hoy, justamente hoy, hace un año que renuncié a traerme las cenizas en una urna. Nunca he sido de guardar reliquias y siempre me ha dado mucho qué se yo tener parte de un muerto en casa.
Hoy, a primera hora de la mañana, me llegó un e-mail desde su correo con un número de teléfono al que debía llamar a las doce justas, ni un minuto antes ni un minuto después.
Como un imbécil me pasé la mañana mirando el reloj y a la hora convenida hice la llamada. Escuché su voz en el buzón de voz diciendo:
—En este momento no puedo atenderte, deja un mensaje y yo te llamaré.
¿Qué mensaje se le deja a una persona que está muerta? ¡Qué gilipollez tan grande estoy haciendo!
A la una tenía una reunión muy importante. No estaba dispuesto a que una broma macabra de mal gusto, que es lo que estaba sucediendo, me estropeara el que iba a ser el negocio de mi vida. En mitad de mi exposición sentí como el teléfono vibraba en mi bolsillo. Acabada la reunión comprobé que tenía un mensaje en el buzón de voz del número de teléfono que se me había indicado llamar.
—Espérame en casa sobre las diez de la noche, no se lo digas a nadie.
¿Cómo era posible si ella estaba muerta que estuviera escuchando su voz? Porque era su voz, no una imitación, era la suya con su particular tono al terminar las frases.
De nuevo estaba en casa mirando como avanzaban las manecillas del reloj. A ratos deseaba que dieran las diez de la noche aunque solo fuera las siete de la tarde, pero en otros momentos no quería porque estaba seguro que todo aquello no conduciría a nada.
Sonó la alarma que yo mismo había puesto a las diez. Nadie en sus cabales siente mariposas en el estómago cuando a la hora señalada toca el timbre de la puerta, con la seguridad de ver a la mujer con la que compartió algunos años de su vida y que lleva incinerada más de uno.
Me dirigí hacía la puerta lleno de miedo, ansiedad, ¿qué sé yo? Recuerdo que pensé en el momento justo de abrir la puerta y antes de perder el conocimiento sobre que los muertos no mandan emails desde su propia cuenta de correo, ni te llaman por teléfono, ni se presentan en tu casa a la hora de la cena.
Galiana













