Una cita con @GalianaRgm: «Instintos»

Tras el parón veraniego regreso a las citas «marteriles», esta temporada las alternaré con el colega Percheron siempre que éste tenga alguna actualidad tecnológica que traernos.

Tú, yo y el resto nos regimos por algo tan primitivo como los instintos, esos que nos hacen vibrar, que nos llevan a cometer locuras, que…

Instintos

Ella, después de terminar el postre en la que había sido nuestra primera cena para dos, me pidió que la acompañara a un lugar que consideraba secreto y que no compartía sino con quien consideraba podría llegar a ser importante.

Habíamos estado saliendo un par de veces y, sí, me gustaba mucho, más de lo que estaba dispuesto a admitir.

Me atraía que es de esas mujeres clásicas, de ésas que hay que conquistar poco a poco, de las que tienen muy claro lo que quieren; de las que marcan el cómo, el cuándo, el dónde y el porqué; de las que controlan tus instintos de principio a fin y no sabes muy bien cómo lo hacen pero tampoco te importa que lo hagan.

Desde que nos subimos al taxi con destino a ese lugar que sólo ella sabía mi cuerpo se llenó de latidos con olor y sabor a pecado que sólo se apaciguan satisfaciendo vicios en lugares secretos y discretos, dónde la razón no atiende a negociaciones.

Pensando en toda clase de perversiones estaba mi mente dentro de aquel taxi donde el perfume de ella apagaba el tabaco apestoso del cliente anterior y me resultaba complicado ocultar la descomunal erección de mi entrepierna. Es cierto que su falda, su escote, su manera de caminar habían hecho bastante para que todo yo estuviera ardiente, pero las palabras mágicas con voz susurrante de “Te voy a llevar a mi lugar secreto” habían sido un punto de no retorno.

Mi boca tenía serías dificultades para seguir una conversación sobre un tal Platón y cómo el tipo distinguía entre la realidad inteligible y la sensible. Yo lo único que quería hacer era caso de mi instinto y éste me decía que ella era quien mandaba. Ella lo que ordenaba era ir a su lugar secreto porque allí iba a poder satisfacer su deseo que era el mío, con lo que Platón y todo lo demás estaba de más.

El taxi nos dejó en una esquina. Le pagué. Ella me dio la mano y tiró de mí andando como si no hubiera mañana.

Se detuvo delante de una puerta de hierro en un edificio que parecía iba a venirse abajo en cualquier momento. Del bolso sacó una llave de ésas que abren cerraduras blindadas sin parar de decir que me iba enseñar un tesoro. Yo sonreía maliciosamente, estaba ansioso de disfrutar de su ofrecimiento.

Entramos en un lugar oscuro.

—No te muevas hasta que dé la luz y pueda mostrarte mi secreto.— Me dijo mientras reía divertida.

Me gustaba su juego de seducción. Esa manera de ir de intelectual, de restregarme que sólo le importaba cultivar la mente de los hombres y, después de una cena llena de conceptos de lo más intelectuales, arrastrarme llena de fogosidad hasta el interior de un edificio desvencijado que olía como huelen los suburbios, a lujuria, pecado, sucios y bajos instintos. En mi puñetera vida hubiera ido a un barrio como ese salvo que el premio fuera alguien como ella.

Dentro del local se respiraba a nuevo, a limpio, a ella, a…, en la oscuridad pensé que todo formaba parte de su maravilloso, enigmático y seductor juego.

Ella no es una mujer que se revuelca en un estercolero por mucho que te lleve a las afueras, necesita finura.

La estancia se iluminó. Su secreto quedó al descubierto.

No era lo que yo imaginaba. Conocía su profesión, bibliotecaria, sabía de su pasión por los libros y allí lo único que había era una pequeña biblioteca perfectamente ordenada sin cabida para los instintos que yo había imaginado en el trayecto hasta aquel lugar tan lleno de conocimiento.

Galiana

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