Martes y aquí estoy con un nuevo relato para que podáis leer y escuchar.
Vamos con la lectura.
Amapola negra
Las nubes forman figuras mágicas, figuras que van pasando ante mis ojos y que no se detienen jamás: dragones, princesas, animales fantásticos, castillos encantados, villanos, demonios, ángeles celestiales, paz, solo paz.
La pradera en la que me encuentro está llena de silencio. Es un lugar tranquilo. La hierba roza mis brazos, roza mi semblante sereno. Está alta para la época del año en la que estamos. Creo que estoy soñando porque nunca había visto un prado tan rojo.
Mi mente vaga errante, sin ser consciente de mi cuerpo. Sé que estoy despierto porque tengo los ojos abiertos, fijos en ese manto protector que me cubre.
No sé si alguna vez había sentido esta paz interior, esta paz atronadora que lo envuelve todo.
Por mi mente comienzan a desfilar recuerdos de mi niñez, recuerdos que son como fotogramas. Puedo ver la primera vez que fui al colegio, con una mochila demasiado grande y con lágrimas en los ojos. Recuerdo los primeros amigos, en el patio de atrás, el patio grande y los primeros juegos. Recuerdo a la primera chica a la que di un tímido beso. Recuerdo mi primer amor. Recuerdo la primera bronca por llegar tarde a casa y el castigo de mi padre. Y sobre todo, recuerdo a mi madre.
—Eres solo un niño —me dijo aquella mañana.
—Ya son dieciocho años y puedo decidir.
La dejé llorando y sin poder impedir mi partida.
Ahora contemplo su rostro entre los rayos de sol ¡Ojalá estuviera aquí para arroparme! ¡Ojalá pudiera sentir su mano acariciando mi pelo!
Sin embargo, no hay nada, ya no queda nada. Solo silencio.
Creo que es hora de marchar, es hora de salir de este campo rojo.
Me levanto con lentitud y miro a mi alrededor. Me fijo, por primera vez en la pradera y entiendo su color. Está llena de amapolas rojas, de amapolas que se mecen con el viento, de amapolas que se adaptan al paso del tiempo. No sé porque hay tantas, nunca vi un campo así. Comienzo a caminar y voy acariciando las flores y mis manos se tiñen de un color carmesí y soy consciente de lo que ocurre y tengo miedo.
De repente, me doy cuenta de todo y quiero volver a los brazos de mi madre. Ella siempre tuvo razón pero ya no hay marcha atrás. Ya no volveré a ver su sonrisa porque mi cuerpo ha quedado tendido en esa pradera, mi sangre se ha vertido junto a la de mis compañeros. Ahora entiendo el campo teñido de rojo.
Fuimos cientos, miles, los que quedamos tendidos en esos campos. Las amapolas crecieron en esas praderas para hacer recordar al mundo lo que allí había ocurrido.
A mi madre solo le quedó el recuerdo de una amapola negra, la amapola que simbolizó mi ausencia y que desde entonces envuelve su corazón.
Para los que os gusta la versión podcast os toca darle a la ilustración
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Mañana aquí os espero













