Los sábados solemos ir a cenar con nuestra pareja. Casi siempre se convierte en un ritual. Cambiamos de local y el resto suele ser siempre lo mismo o tal vez no.
Los sábados de cena
Durante los últimos seis años cada sábado hemos ido a cenar a un restaurante diferente. Siempre tú elegías el sitio, como casi todo, eres de ese tipo de mujeres y a mí me gusta que así sea.
La mesa ya la habías reservado. Desde el primer día me dejaste claro que debías controlar los accesos de entrada al local. Me pareció una excentricidad, debo reconocerlo, me dio lo mismo porque todo lo que viene de ti, sea excéntrico o no, me parece bien.
Hoy es sábado. Hemos salido a cenar. Has reservado mesa en un restaurante nuevo. Todo era de lo más normal. Todo hasta que te has sentado. Has roto tus propias reglas. Por primera vez te has sentado sin controlar los accesos, de espaldas a la entrada.
Me has desconcertado. En un principio he pensado en preguntar pero he esperado hasta los postres, por aquello de tener la cena en paz. Sobre todo porque sé que no te gusta que te haga preguntas, todavía no era consciente de que aún menos me iba a gustar escuchar tu respuesta.
A mi pregunta:
—¿Puedes decirme qué ha cambiado esta noche para que rompas tus propias reglas?
Tu respuesta fue:
—Durante los sábados de los seis años que hemos salido a cenar en los diferentes restaurantes he controlado las puertas de acceso al local. Durante todo ese tiempo ha sido así porque necesitaba una ruta de escape fácil. Hasta hoy no la he encontrado. Por si no te has dado cuenta, a tu espalda hay un espejo, que me permite ver incluso lo que sucede detrás de mí aunque realmente lo que me importa es lo que tengo delante.
La ruta de escape la necesito para huir tras deshacerme de mi enemigo y ese le tengo sentado frente a mí.
Aquello me sorprendió, ella parecía otra persona. No interrumpí su discurso.
—No pongas esa cara, querido. Voy a disparar el arma que tengo apuntándote bajo la mesa justo en la entrepierna. Será una lástima que te desangres en un sitio tan elegante a manos de la mujer que ha aguardado pacientemente para cobrarse una venganza.
Es una venganza, sí.
Quizá pensaste que golpear hasta matar a la mujer que iba a abandonarte por mí iba a quedar sin castigo, sólo porque un juez dijo que eras inocente ya que ibas muy borracho y no sabías bien lo que hacías.
Después escuché una deflagración y a continuación la nada.
Galiana













