Una cita con @GalianaRgm: «La camarera»

Una noche de farra, una camarera te pone unas copas y…

La camarera

Fui a aquella fiesta porque tocaba, no me apetecía en absoluto. No es que odie las celebraciones, al contrario, me apasionan y la ocasión de festejar haber sacado en la academia de policía el número uno de tu promoción bien merecía unas copas con los compañeros, aunque mi cuerpo no estaba para folclores debido al reciente fallecimiento de mi madre.

Fuimos a un pub cercano, uno que los veteranos frecuentaban y al que nos tenían prohibida la entrada a los novatos por eso de las tradiciones de putear a los nuevos y tal. Ella servía las copas detrás de la barra. Todos, entre los que me incluyo, pensamos que era la causa de tal prohibición, es normal que nadie quiera compartir una mujer como esa. Su cara de rasgos adolescentes no se correspondía con la figura curvilínea de su cuerpo. Calcularle la edad era poco más que una adivinanza, lo mismo podía tener veinte que treinta, alguno apuntó que las marcas de su cuello delataban que los cuarenta ya los había cumplido.

Los compañeros empezaron con cervezas para ir subiendo el nivel de alcohol y luego ir cambiando de bebida. Yo nunca he sido bebedor, mucho menos en ocasiones en las que todo el mundo acaba borracho aunque de eso trataba el asunto.

Pensar en mi madre, en cómo le hubiera gustado asistir a mi graduación, en su trágica y cercana muerte, hizo que me apartase al otro lado de la barra alejándome del grupo de compañeros a los que ya les resultaba complicado disimular el estado de embriaguez.

No quería pensar en mi madre por lo que me puse a mirar a la camarera. Servía copas demostrando que lo llevaba haciendo toda su vida, que valía para desempeñar su oficio. Con una diplomacia exquisita y sin mudar la sonrisa se quitaba a los babosos que se le acercaban empujados por el subidón que produce la mezcla de alcohol y alguna otra sustancia que, y más siendo policías, no deberían consumir.

Si lo pienso aún no sé muy bien cómo ocurrió, supongo que aunque no había bebido casi nada en comparación con mis compañeros, dado que no soy bebedor habitual, me es complicado recordar cómo sucedió. El caso es que ella se colocó donde yo estaba y empezó a darme conversación. Tan descarada fue la cosa que hubo quien se me acercó y me sopló en la oreja frases del estilo:

—La tienes en el bote.

O alguna más grosera:

—Esta noche mojas.

La camarera seguía hablándome ignorando lo que aquella panda de degenerados pudiera estar susurrándome sobre el deseo sexual, lo que ella me inspiraba fue mucho más.

Me pidió que la esperase al cierre. Los demás se fueron marchando y allí estaba yo con una cerveza caliente de tanto tenerla en la mano. Mirando a una mujer que no conocía de nada como si formase parte de mi vida desde siempre.

Cerró el garito y la llevé a su casa. Me invitó a subir, por un momento dudé si hacerlo o no, pero caí en la tentación. Desperté ya amanecido, ella no estaba. Sintiéndome extraño en casa ajena sin la presencia de su propietaria me vestí deprisa y salí de allí.

Por la noche fui a buscarla al pub, nadie me dio o quiso darme razón de ella. El casero sólo me dijo que su inquilina había abandonado la casa sin darle explicaciones y sin proporcionarle una dirección de contacto. Durante un tiempo la estuve buscando, fui incapaz de encontrarla, es complicado localizar a alguien del que no conoces ni su nombre.

Ella pasó a engrosar la lista de mujeres que pasan por mi cama sin quedarse más de una noche. No había vuelto a pensar en ella si exceptuamos el primer mes que la estuve buscando como un loco desesperado, cosas de la juventud, hasta que una mañana mientras desayunaba en casa antes de incorporarme al servicio…

La presentadora del informativo daba las noticias, ésas que nunca suelo ver por falta de tiempo o no tengo cuerpo para ello. El rostro de la camarera era el de la periodista. Pensé:

—Alguien ha prosperado mucho en estos años.

Al llegar a la comisaría le pregunté a los compañeros por el nombre de la presentadora del informativo de primera hora. Busqué en internet sobre ella. Llevaba poco más de un año presentando el matinal en una cadena generalista. Miré su rostro, habían pasado siete años y ella seguía igual, con su cara de eterna adolescente y con sus curvas de infarto.

Durante unos días vi el informativo matinal sólo para estudiarla, para recordar aquella noche. Me empecé a obsesionar con ella hasta tal punto que mi compañero se percató. En un arranque de sinceridad le confesé lo que había sucedido la noche de nuestra graduación, que le había perdido la pista y cómo me había revuelto la cabeza el descubrirla en la televisión. Su respuesta fue un:

—¡Macho, no me jodas que llevas todos estos años pillado por esa tipa!

Pillado lo que se dice pillado no, pero obsesionado con saber de ella bastante. Leí todo lo que internet me podía mostrar sobre ella, incluso busqué una posible ficha policial que no encontré ya que ni una miserable multa de tráfico tenía. Tan sólo averigüé que era periodista e hija de uno de los banqueros más importantes el país.

—¿Cómo diantres una mujer con dinero acaba poniendo copas en un pub de medio pelo? —Pensé.

Durante un par de meses ella invadió mi pensamiento hasta tal punto que casi di al traste con una investigación policial por no estar atento. Aquel medio fallo, lo conseguí ocultar gracias a que me las ingenié para que mi compañero cargase con las culpas de mi falta de responsabilidad, me hizo olvidar a la camarera convertida en periodista.

En aquel tiempo conocí a Erika, una cajera del supermercado de al lado de casa. Me sucedió como con la camarera, algo dentro de mí hizo click. Se quedó a dormir en casa una noche, luego dos, tres, una semana, dos, tres, un mes y así hasta que poco a poco ocupó mi espacio vital. Un día me dijo que estaba embarazada, no había sido planificado, sucedió. El niño nació y cuando tenía tres meses una noche al volver a casa del turno me encontré que los dos habían desaparecido reduciendo mi papel de padre a enviar una transferencia de un cuarto de mi salario a la cuenta de la madre de mi hijo. Un niño al que por mi profesión y porque a su madre le pareció no he vuelto a ver en estos últimos siete años salvo hace un par de semanas y porque él pidió verme.

Hoy me he levantado. Me he puesto el café, he encendido el televisor. No he prestado atención a las noticias. Llegué a comisaría. Nos dieron aviso de un asesinato en una de esas calles que es mejor no frecuentar a ninguna hora del día. Habían encontrado el cadáver de una mujer salvajemente mutilada en el interior de un contenedor de basura. Mi compañero y yo llegamos al lugar, lo de salvajemente se queda corto con la carnicería que allí teníamos. El rostro era irreconocible. Quien hubiera hecho aquello debía tener mucho odio en su interior y lo había exteriorizado todo hacia la pobre infeliz. Llegó el juez, hizo el levantamiento del cadáver, bajo el cuerpo había un bolso que dedujimos debía ser de la víctima. En el interior había dinero, tarjetas y toda su documentación. A falta de lo que dijera el forense, el nombre era el de la camarera periodista con la que por dos veces había estado obsesionado.

Mi compañero sacó algo de la cartera de ella. Me quedé petrificado. Era una foto de dónde aparecíamos mi hijo y yo, de la única vez que nos habíamos visto hacía una semana comiendo en una famosa hamburguesería.

Galiana

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