
Aquel hombre mirando a través del telescopio, la vio reventar con violencia extrema. Brillando, quemando, como si fuera oro licuado, saliendo despedida hacia la oscuridad, espesa y fría del escenario celeste. Tras de sí, como un séquito divino, miles de lágrimas calientes, se le antojaron joyas talladas por una mano divina. La muerte daba lugar a la vida efímera y todo aquello, tan singular y hermoso, había sucedido, solo para sus ojos.
@nataliadocampo












