Te entrego mis manos

manos como perlas,

que exhiben su verdad,

abiertas

siempre abiertas

sobre un trípode de voluntades,

desnudas, livianas, volátiles

como el deseo que posee la brisa

cuando duerme en los sueños

de los seres etéreos.

Te entrego mis ojos,

ojos que leen los secretos ocultos

que pueblan los libros invisibles.

Te entrego mis labios,

labios que emiten susurros y notas

que embriagan sin tregua,

el alma de los hechiceros nocturnos.

Ahora

quiero entregarte mi talismán,

aliado fiel

que custodia y ampara

el lenguaje de las almas intrépidas,

oculto bajo los vértices esquinados.

Al fin

te entrego mi ser,

sin dobleces,

ni fórmulas científicas,

expandiendo su musicalidad

sobre la sonrisa de un arco iris,

desplegando su pergamino lumínico.