
La ciudad visigoda perdida VII ( final)
¡Nacho, qué a gustito debes estar durmiendo, pedazo de cabrón! Y yo aquí, pasando más frío que un mono en un iglú. Digo yo, podrías despertarte y pensar:
—Pobre Julián, ahí estás, solito en medio de las excavaciones, con la dichosa grabación martilleándote.
Porque hace un rato que es lo único que oigo. Esa maldita grabación se me ha metido en la cabeza como esas canciones del verano que se repiten machaconamente. Te disculpo porque no sabías que vendría esta misma noche, pero también podría llamarte y pedirte que vinieras a hacerme compañía. Al fin y al cabo, estoy aquí por tu dichosa grabación. Aunque, para ser justos, tú y tu gente os pasasteis una noche entera para conseguirla. Eso no me consuela, porque vosotros al menos vais de dos en dos a hacer estas cosas, y encima dejáis la grabadora y volvéis luego a recogerla. Este que está aquí se está comiendo el marrón él solito.
¡Julián, fuma, que estás empezando a desvariar y aún te queda una noche muy larga!
Para largo, el informe que hicieron antes del verano los responsables de varias instituciones dedicadas a conservar el patrimonio. En él se dice, clarito como el agua, que si edificamos viviendas y un centro comercial en Vega Baja seremos una ciudad más, una del montón, de las miles que hay en el mundo, y perderemos lo que nos hace especiales, diferentes, únicos. ¡Pero si los japoneses vienen con sus Nikon al hombro y le sacan fotos hasta a las tapas de las alcantarillas! Los técnicos no pueden decirlo más alto ni más claro. Sin turismo, nos convertimos en una ciudad dormitorio de Madrid y nos vamos al garete. Con AVE, eso sí, pero al garete. Y yo me pregunto: ¿para qué queremos el AVE si dejamos de ser “el barrio cultural de Madrid”? Eso para ir a trabajar a la capital y tardar menos desde Atocha a Santa Bárbara, que hay setenta kilómetros, o desde el Polígono al Hospital de las Tres Culturas, que habrá unos diez.
Todo acabará como lo de las espadas. Cuando era niño, me encantaba ir al lado del Alcázar a ver cómo las forjaban a mano. Hoy las vemos en los escaparates de la calle Ancha, entremezcladas con las de Conan, El Señor de los Anillos, Los Inmortales o las katanas de los samuráis. Todavía no sé qué tienen que ver esas espadas con nosotros, pero, en fin, el merchandising es el merchandising. ¿Eso es lo que queremos, ser unos más del montón? Yo prefiero seguir viendo a los artesanos del damasquino incrustando hilos de oro en el acero, con formón y martillo, en la puerta de su taller.
Julián, ¿te estás oyendo? No eres tan radical como estás sonando. Debe de ser la noche, que te confunde. O esa maldita grabación que se repite en mi cabeza como si la estuviera escuchando ahora mismo, como si hubiera traído el ordenador de Nacho y retumbara por todo este erial.
Siento más frío que antes. La luna, no sé por qué, parece brillar con una luz más intensa. De repente, se me ha puesto la piel de gallina. Tengo un nudo en el estómago, como cuando sabes que algo no va bien. Es un presentimiento raro, no sé explicarlo. Y esa maldita grabación que no para de sonar en mi cabeza. Siento que, si me doy la vuelta, voy a ver a Nacho con una grabadora en la cara, reproduciendo esa psicofonía en latín:
“NUNQUAM TOLETUM URBS AMISA ERIT”
(La ciudad de Toledo nunca se perderá).
Tengo miedo. Es un miedo absurdo, incomprensible, pero lo tengo. Ya soy mayorcito para temerle a la oscuridad, pero de repente tengo miedo. Quiero irme a casa.
¡Vamos, Julián, que no se diga! No es la primera vez que trabajas de noche y solo. ¡Sé valiente! Te giras, compruebas que no hay nada, que eres tu peor enemigo esta noche, y que esta soledad es la culpable de tu miedo.
¡¡¡Santo Dios!!! ¡¿Qué coño es esto?! ¡¿De dónde cojones ha salido este individuo?!
Muchas gracias por la paciencia de haber leído este serial que es la base de la novela «La ciudad de los godos» publicada en 2015 😉😉😉
Galiana











