La ciudad visigoda perdida VI

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La ciudad visigoda perdida VI

¡Nacho, no tenías a otro tonto a quien enseñarle tu grabación? Podías haber llamado a la Fundación Toledo o a los de Toledo Mágico. Los primeros la harían “desaparecer”, y los segundos montarían un fiestón tremendo, porque no tienen ni pizca de ganas de enredar con los misterios toledanos ni nada esta gente.

El caso es que tenías que acudir a mí, el más tonto de todos los tontos, el único idiota capaz de ir a mediodía a tu casa y hartarme de escuchar esa dichosa grabación hasta aprendérmela como el padrenuestro, de corrido y sin respirar. Una grabación que, por nada del mundo, quisiera escuchar esta noche.

¡Qué mentiroso soy! Claro que quiero escucharla, quiero sentirla. Soy como Santo Tomás: necesito ver para creer, meter los dedos en la herida del costado de Cristo para saber que ha resucitado. Esa grabación es lo único que tenemos para obligar al mundo a descubrir qué se esconde bajo esta tierra seca, cuyo polvo se me pega a la garganta tanto o más que mi cigarrito.

Me siento muy solo en esta cruzada particular. Es verdad que no soy más que un peón en este galimatías. Soy un loco romántico que prefiere hablar de visigodos en los bares antes que de los goles de Ronaldinho, de las elecciones turbias del pasado verano en el Real Madrid o de si Fernando Alonso volverá a ser campeón del mundo con permiso de Ferrari. Un nostálgico que daría lo que fuera por imaginar cómo era una casa en el siglo VI. Un iluso que preferiría caminar con cuidado por una antigua calzada antes que esquivar el tráfico en la avenida de Europa para dejar al niño a las nueve en el Ciudad de Nara, y que no me diga su profesora que se nos han pegado las sábanas otra vez.

Sé que no estoy solo en esto. Aunque sea de lejos, me siento respaldado por la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas, por la de San Fernando, por algún político que, por ir a contracorriente, da la cara por esto, por la UNESCO e ICOMOS. Y, por supuesto, por los miles de toledanos que, por primera vez, han alzado la voz, han salido de sus casas y se han unido para defender lo que es suyo, para defender que queremos seguir siendo lo que somos: una ciudad patrimonio de la humanidad. Porque nos gusta serlo, porque estamos orgullosos de ello. Es nuestra seña de identidad, que dirían ciertos políticos catalanes si tuviéramos que redactar un Estatuto para la ciudad. Le pese a quien le pese, este es el lugar al que pertenecemos, y en estos tiempos sentirse identificado con el sitio donde vives es un lujo. No hablo de ser toledano por haber nacido aquí, haber sido bautizado en la Catedral o pertenecer a la hermandad de la Virgen del Valle —que eso está muy bien, pero…—. Un toledano es quien vive esta ciudad, quien lucha por ella, quien la recorre a diario, quien admira sus rincones, quien descubre algo nuevo en una calle por la que pasa todos los días para ir al trabajo. Como decía mi padre: “Uno es de donde pace, no de donde nace”. Y que nadie se ofenda, que no pacemos como animales. Aunque, la verdad, algunos tienen más de animal que de persona, y no pienso señalar a nadie.

¡Qué frío hace! Debí traerme más abrigo. ¿Qué será de los que excavan aquí cuando lleguen las heladas? Seguro que los arqueólogos del Ayuntamiento traen estufas como las de las terrazas de los bares en invierno. Aunque, pensándolo bien, no sé quiénes serán esos arqueólogos. Hasta donde sé, entre los funcionarios municipales no hay ningún puesto con esa categoría, ni está presupuestado.

¡Qué tonto eres, Julián! Los arqueólogos vendrán con un equipazo maravilloso, pagado por la donación anónima de una empresa con ganas de plantar un centro comercial en estos terrenos. Total, esa donación les desgrava impuestos, y cuanto antes extraigan los restos, antes podrán construir y poner en lo alto del edificio su banderita verde y blanca tan característica. El problema es que pensaban encontrar cuatro cachitos de vasijas rotas, algún azulejo y poco más, pero ha resultado que hemos descubierto algo tan gordo como cuando Howard Carter encontró la tumba de Tutankamón. Ya sé que Egipto queda lejos de nuestro Toledo, que se nos cae a pedacitos.

¡Ay! Si a los constructores les diera por rehabilitar las casas del casco en vez de apostar por este Plan de Ordenación Municipal tan moderno… Pero ya sabemos que este plan engordará sus bolsillos, y los de algún otro que no es constructor. Mejor no comparo con Marbella; lo dejaré en que aquí no tenemos playa, y eso de la sombrillita y el mar tira más que tanta muralla, tanta Puerta de Bisagra y tanta Catedral.

Hablando de la Catedral, cualquier día deciden desmontarla y llevarla a Santa Teresa, donde quedaría de lujo en ese barrio VIP. Y en el lugar de la torre de la Catedral ondearía la banderita verde y blanca del centro comercial. Desde el Ayuntamiento podríamos ver el cartelón de las rebajas de verano, con la modelo en bikini, y Monseñor, desde el Palacio Arzobispal, convocaría un nuevo Concilio de Toledo, de esos que se hacían en la época de los visigodos, para excomulgar a políticos, empresarios y afines. No estaría mal subir al Valle por la noche y descubrir, entre San Juan de los Reyes y el Alcázar, el verde y blanco del centro comercial, siempre iluminado.

To be continued…

Galiana

 

 

 

 

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