Relatos musicales de @yugm76, diciembre 2025: «Herencia maldita»

¿Cuántos secretos pueden enterrarse? ¿Y hasta dónde llegarías para mantener una fortuna intacta? Cuando escuchó las primeras palabras de la confesión, supo que no había marcha atrás. Lo que estaba a punto de descubrir cambiaría su vida para siempre.

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La herencia maldita

El anciano yacía en la cama, rodeado de lujosas almohadas que parecían insignificantes frente a su decadente estado. Su respiración era irregular, cada inhalación un recordatorio de lo poco que le quedaba. El notario, sentado a su lado, repasaba los documentos con la frialdad propia de alguien acostumbrado a estos momentos. Pero había algo en el ambiente que le inquietaba, más oscuro que la habitual espera de final.

—Voy a dictarte mis últimas voluntades —susurró el anciano, su voz apenas audible pero cargada de intención—. Sin embargo, antes, debes conocer mi historia. La de las cinco mujeres que estuvieron conmigo… y cómo terminaron.

El notario alzó la vista. Había oído rumores sobre sus múltiples matrimonios fallidos, pero hasta ahora todo lo que le interesaba era el testamento. Sin embargo, la forma en que el anciano hablaba captó su atención.

—Cada una de ellas dejó una herida en el alma —continuó, su tono cambiando a una mezcla de nostalgia y desdén—. Todas me abandonaron, no porque no pudiera mantenerlas. Si no porque yo… decidí que debían irse.

El notario dejó de escribir, intrigado por el tono del anciano. Un escalofrío le recorrió el cuerpo, como si algo siniestro estuviera a punto de revelarse.

—La primera… era todo lo que un hombre podría desear. Hermosa, cariñosa, leal. Pero yo, joven y ambicioso, estaba más preocupado por mis negocios que por ella. Un día, discutimos. Quería irse. Tropezó en las escaleras… yo la ayudé a caer.

El anciano sonrió con amargura y el notario sintió un nudo en la garganta. No se atrevió a interrumpirlo.

—La segunda… ella amaba el lujo, lo que mi fortuna podía darle. Joyas, mansiones, coches. Pero no era suficiente. Quería ser libre, decía que estaba atrapada en una jaula de oro. Entonces… le serví una copa de vino… con cianuro. Su corazón falló antes de que terminara de cenar. Nadie sospechó.

El notario, aún con la pluma en la mano, ya no escribía. Escuchaba las palabras, más tenso a cada momento.

—La tercera… bueno, con ella no hubo amor, solo un acuerdo. Pero empezó a robarme. ¡Me estaba dejando sin dinero! La descubrí un día, revisando mis cuentas. No tuve más opción. La estrangulé con mis propias manos. Luego la enterré en el pozo detrás de la finca. Nadie la buscó.

El notario apenas podía respirar, atrapado en una mezcla de incredulidad y terror.

—La cuarta fue distinta —prosiguió el anciano—. Ella me amaba, o eso pensé. Pero no soportaba la vida que le di. El dinero la aplastaba, o eso decía. Le di somníferos, y cuando se quedó dormida, la enterré junto a su rosal favorito, el que tanto cuidaba. Qué irónico, ¿verdad?

El notario sintió que el ambiente de la habitación se volvía más opresivo, como si el aire se espesara a su alrededor.

—¿Y la quinta? —preguntó, sabiendo que la respuesta no sería mejor que las anteriores, pero incapaz de detenerse.

El anciano esbozó una sonrisa maliciosa.

—Ah, ella fue la que más me dolió. En realidad la amaba. Pensé que podría mantenerla a mi lado, pero quiso marcharse. La esperé en el jardín, donde solía leer. Cuando pasó, la golpeé con una pala en la cabeza. La enterré justo bajo el banco donde leía todas las tardes.

El notario sintió el sudor recorrerle la espalda. Las historias del anciano eran tan detalladas, tan frías, que se hacía imposible dudar de su veracidad.

—¿Y ahora qué? —preguntó, apenas capaz de mantener la voz firme.

—Ahora —dijo el anciano, con un tono calculador—, toda mi fortuna será tuya… si haces una sola cosa. Debes destruir cualquier rastro de ellas. Las fotos, los documentos, las evidencias. Nadie sabrá lo que pasó. Si lo haces, te quedas con todo. Si no… entregarás esta carta a la policía con mi confesión completa. — dijo dándole un sobre que ocultaba bajo la almohada.

El notario sintió que el mundo a su alrededor se derrumbaba. El anciano no solo había cometido cinco asesinatos, sino que ahora lo estaba implicando en ellos. ¿Qué debía hacer? La tentación de la riqueza era poderosa, pero el peso de la culpa sería abrumador.

El anciano soltó una risa ronca, entrecortada por la falta de aire. Su mirada era oscura, perturbadora.

—A veces —dijo, su voz desvaneciéndose—, el mayor castigo no es que te dejen… sino tener que cargar con lo que queda.

El notario miró los papeles en su regazo, sintiendo que su vida acababa de cambiar para siempre. Con manos temblorosas, anotó las últimas voluntades del anciano mientras este cerraba los ojos para siempre

El silencio en la habitación era ensordecedor. ¿Sería capaz de mantener el oscuro secreto del anciano y disfrutar de su fortuna, o terminaría denunciándolo, condenándose a perderlo todo?

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@yugm76

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About Galiana

Escritora, bloguera, podcaster, enamorada de todo lo que huele y sabe a Cultura
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