«Oficio de tinieblas» de Pilar Rodríguez (@PilarR1977): «La Llobera» (V)

Encauzando el final de…

La Llobera (V)

El conde aguardaba en lo alto de la escalera.

Junto a él, disimulada la rigidez del uniforme negro por la penumbra del pasillo, la adusta figura de Dorotea.

—Acompáñanos, chiquilla.

—Buenos días —comenzó la joven—. Desperté temprano y limpié…

—Llara, ¿prefieres denuncia por bruja o por buscona? — cortó fríamente la gobernanta.

—¡Cómo se atreve, señora! —siseó.

—Dorotea, por favor, no es necesario ofender. —El noble apretó los labios—. Nadie va a denunciarte, criatura. Acompáñame, por favor.

Asumió Llara que ya estaba la cosa perdida y su reputación manchada: la echarían igual, pero, al menos, no marcharía sin defenderse. Arrastrando los pies les siguió hasta la alcoba principal de la casa, la que fuese dormitorio de los condes; para su sorpresa la recibió el aroma de un desayuno sencillo, café y bollería, servido sobre el tocador. El resplandor del sol matutino, el olor de la comida, conferían calidez y humanidad a la estancia. Gentil, el hombre retiró una de las sillas y, con un gesto de la mano, la invitó a acomodarse.

—Muchacha, deja eso y come algo, por favor —rogó el conde.

—Se lo agradezco, pero es que esto no es correcto, señor.

—No seas melindrosa —. Dorotea le chistó y alzó un dedo—. Siéntate y come.

—Por favor, Llara —insistió suavemente don Sabino, con caballerosidad de raza, no de riqueza.

Obedeció ella con un suspiro y agradeció el hombre con la cabeza y una sonrisa, la misma sonrisa que su hijo heredase. Tras tomar asiento, levantó la cafetera y sirvió una taza a ambos mientras el ama de la casa ofrecía rebanadas de pan y miel.

No rechistó la chica. Dijo “si” al café, a los dos terrones, a la leche, a la miel y a las galletas.

—¿Cómo está Isaac? —preguntó don Sabino

De nada le serviría mentir, admitió rendida Llara. Tomó aire antes de comenzar, enderezando la espalda.

—Bien, señor.

—¿Entero?

—Si, señor —respondió ruborizada.

—No duermo durante sus Lunas — explicó el caballero tras un breve silencio—. Es un lobo joven y fuerte, pero le da por ponerse a tarifar con los Patrones o por incordiar a las mujeres ajenas: es hijo de su madre y, por ello, la Manada le deja marchar de una pieza cuando busca pelea —. Calló. Siguió Llara su mirada, detenida sobre el retrato de una dama situado sobre la chimenea—. Amalia era llobera, aunque eso me trajo al fresco cuando la conocí. Yo era un crío, el hijo de un gran señor y ella, me advirtieron, una curandera, una bruja, una mujer sin linaje…y pensar que para mí lo fue todo, la razón segura por la que Dios me mandó a este mundo. Mi propio padre me desheredó tras la boda…no viene a cuento ahora esa historia, chiquilla…—suspiró—. Nació Isaac y supe entonces que la mayor riqueza, el mayor de los títulos eran el afecto de mi esposa y la palabra “Padre” en los labios de mi hijo. Pero él mismo Dios que la puso en mi vida, también me la arrebató…—Silencio, un silencio que decía todo sin una sola palabra—. De no ser por Dorotea habría cometido una locura…

—No diga eso, don Sabino, que le consta que quiero al muchacho como se quiere a un hijo —murmuró la mujer—. Isaac confortó mis brazos vacíos y en sus manos puse todo el afecto que habría podido dar a mi pobre Aurora.

—Lo siento — susurró Llara, limpiando la lágrima que se deslizaba por su mejilla.

—Es un hombre noble y bueno, el mejor de los hijos — insistió el conde, casi para si—, pero está maldito. Tal vez Dios aún me castiga por haberme unido a una bruja…

—No es cosa de maldiciones, de Dios o del demonio, señor — dijo Llara—, pues, si el Creador permite que seres como su hijo caminen sobre la tierra es porque también son obra suya.

—¿Cómo sabes tú, sólo una chiquilla, de esas cosas? — preguntó él, sin doblez en la voz, tan sólo con sincero interés.

—Son…cosas de pueblo, señores — mintió—. Sé cómo cantar a las nubes para que se rompan, de emplastos para sanar huesos quebrados y de tisanas para alunados, pero no soy ninguna bruja, ¡se lo juro por la Santina!

—Lo que seas es cosa tuya y de Dios, Llara, más has de saber que él te reconoció la primera vez que pusiste el pie en esta casa —afirmó el conde—; yo ignoro de estas cosas, y me basta con saber que eres capaz de calmar el trance mi hijo con tus artes. Escucha, niña, si sabes cómo hacer su vida más sencilla, que sea él, y no la Luna, el dueño de la misma, yo te quiero en esta casa. No comprometeré tu honor o tu buen nombre y ya advertiré a ese hijo mío de guardarte el debido respeto. Tú pide lo que quieras y te será concedido.

En otro momento se hubiese negado, hubiese dejado el palacete y comenzado una nueva vida en otro lugar, sin lobos, sin brujas. Más el recuerdo de su padre hizo de sus tripas corazón. Seria, digna y calmada, suspiró.

—No quiero nada para mi, señor conde, pero, si usted pudiese ayudar a mi padre…

Caía la tarde cuando don Sabino subió a visitar a su hijo.

Aseado y calmado, la barba recortada y la ropa limpia, Isaac se hallaba concentrado en lo que parecía la portada de un edificio dibujada sobre el pliego abierto encima de la mesa.

—¿Ya no te tiemblan las manos, hijo?

—No, padre —respondió sin levantar la cabeza—. A ver si pronto puedo volver al trabajo; hace meses que no toco estos planos.

—Tiempo al tiempo, Isaac —. Con ternura, acarició el rostro del chico—. Tienes hasta buena cara.

—Sabes que es por la chica.

—Isaac.

—Soñé hace lunas con ella — respondió—. La sentí antes de que llegase a esta casa…—. Tragó saliva antes de continuar—. Mire, padre, usted me enseño que un hombre que se tenga por tal se viste por los pies y yo le juro por la memoria de mi madre que no voy a importunar a la muchacha, tiene mi palabra. Se quedará, ¿verdad?

—Necesita el jornal. Me he comprometido a poner una casita a su padre en Gijón, cerca del mar —. Aferró el hombro de su hijo; bajo la tela de la camisa, la piel aún le ardía— Isaac, de hombre a hombre, es sólo una chiquilla, no pierdas la cabeza.

—Guarde cuidado, padre, que, como dice es una cría y, además, una criada —. Un repentino interés en el plano escondió la tensión de su mandíbula, el relucir de sus ojos.

—El afecto y el deseo poco saben de clases sociales, hijo. Y aquí bullen asuntos que nada tienen que ver con señores o criadas —dijo—. No tardes mucho: te espero en la cena.

Aguardó Isaac a que su padre dejase la alcoba. Procedió a encender las luces, ya umbría la estancia. Aún flotaba en el ambiente el aroma herbal de la fórmula de Llara.

¿Hacerle daño?, murmuró.

Escuchó los toques del gran reloj del recibidor y abrió la caja del suyo propio para, se dijo, tan solo comprobar que estuviese en hora.

La luz dorada de las lámparas convirtió en rayos de Sol los siete largos cabellos de mujer que, como un tesoro, escondía Isaac dentro de su reloj de bolsillo.

Ahora dale a la ilustración para escuchar el podcast, recuerda que no son iguales, incluyo alguna variación.

🎧🎙👇

La próxima semana descubre el desenlace de este Oficio de Tinieblas.

@PilarR1977

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About Galiana

Escritora, bloguera, podcaster, enamorada de todo lo que huele y sabe a Cultura
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