‘Pa’ habernos ‘matao’ por @VictorFCorreas, serial sobre el duque de Alba, incluye el podcast de @ivoox: «A mí me los vas a tocar»

Capítulo 28: A mí me los vas a tocar

12 de mayo de 1555. Ese día, don Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel llegó a Milán. Había partido de Bruselas el 20 de abril, donde se reunió, como bien recordarás, con el emperador Carlos, y pasado por Augsburgo, Friesen e Innsbruck. Lo primero que hizo nada más llegar fue poner las pilas a los defensores del ducado. A lo bestia, y sin misericordia. Caña al gabacho como si no hubiera un mañana. Así resumió el primer encuentro con franceses: «Llevaron una mala mano y estuvo cuasi rota su caballería. Hubo muchos muertos y heridos…». Y sin temblarle el pulso. ¿Cuánto tiempo estuvo en Milán? Todito lo que quedaba de ese 1555, pues había que ajustar las defensas por si a los franceses les daba por seguir tocando los cojones. Una vez conseguido el propósito, puso rumbo a Nápoles dejando el gobierno del ducado en manos del marqués de Pescara.

Pasa que ocurrieron dos cosas que, tarde o temprano, terminaron por darle la matraca. La primera fue el cierre de sesión de la reina Juana, madre del emperador Carlos, a mediados del mes de abril. Éste vio la ocasión pintiparada para mandar todo y a todos a escalfar cebollinos y abdicó a favor de su hijo Felipe, mientras que el imperio quedó en manos de su hermano Fernando. En consecuencia, a partir de ese momento quien mandaba era el hijo; que no era el padre. Que dentro de lo que cabe, todavía se le podía llevar. El tiempo le terminaría dando la razón. La segunda fue otro cierre de sesión. O más bien doble: su santidad Julio tercero pasó a mejor vida —eso se dice. Aún no ha vuelto nadie para afirmarlo o desmentirlo— el 23 de marzo. No somos nadie. Pero resulta que su sucesor, el cardenal Cervini —papa Marcelo segundo, por concretar—, se fue para el otro barrio a los veintiún días de ser elegido con apenas cincuenta y cuatro palos. El Señor lo quiso así. En él estaban depositadas las esperanzas de continuar las reformas iniciadas por el Concilio de Trento. Para sustituirlo se eligió al cardenal Caraffa como Paulo cuarto.

¿Y?

«¡Pero los Caraffa eran conocidos enemigos de España!», recuerda Manuel Fernández Álvarez en El duque de Hierro. Por consiguiente, «fue entonces cuando resonó el grito del papa: ¡Fuera de Italia los españoles!», prosigue el profesor. Por si no tienes bastante, esto que cuenta Henry Kamen en El gran duque de Alba: «Paulo cuarto, cuyo odio hacia los Habsburgo rayaba la locura, llegó al extremo de desposeer a Felipe segundo de su título de monarca de Nápoles».

Un papa jaleando que no quería a los españoles ni en pintura. Y menos en Italia. Y el tercer duque de Alba por aquellos lares. Para qué queríamos más días de fiesta…

¿De dónde le venía tanta inquina a su santidad? Por ponerte en contexto: Paulo cuarto tenía 79 palos de almanaque. Casi 80. Un milagro para la época. Por lo tanto, había visto mucho, como Roy Batty en Blade Runner: se había comido la llegada de los españoles a Nápoles, luego la batalla de Pavía, el saco de Roma y todo lo que trajo consigo… En definitiva, parafraseando al mítico comisario Lorenzo Castro de Los hombres de Paco, encarnado por el inmenso Juan Diego, Paulo cuarto quería expulsar a los españoles de la península por sus santos cojones.

Lo primero que hizo fue dejar los asuntos políticos en manos de su sobrino, el cardenal Carlos Caraffa, al que nombró secretario de Estado. Había que reformar la Iglesia, pero a lo bestia. Sumemos a esto que se dedicó a perseguir a aquellas familias nobles romanas afines al emperador, como era el caso de los Colonna, tal y como apunta Henry Kamen. Y lo segundo fue… adivina adivinanza… ¡Correcto! Cerrar un pacto con Francia en diciembre de 1555. Pero, para su asombro, Enrique segundo, rey de los franceses, como que no lo veía demasiado claro y prefirió firmar las treguas de Vaucelles con los españoles en lo que fue el último servicio del emperador Carlos a su hijo Felipe antes de liar el petate y largarse para Yuste; pensando que le dejaba un futuro más tranquilo. Angelito.

¿Qué hizo su santidad? Liarse la manta a la cabeza y organizar un ejército para enfrentarse con los tercios viejos de guarnición en el reino de Nápoles, pensando que el rey Enrique tarde o temprano se le uniría. A los españoles, ni agua, insisto. Fue enterarse el duque de las intenciones de su santidad… «Al gran soldado no le costó trabajo montar un poderoso ejército con que plantar cara a las ambiciones de los Caraffa», relata Manuel Fernández Álvarez. Total, que el 1 de septiembre, se plantaba frente a Roma, donde sus romanos se iban por la patilla recordando que lo ocurrido en 1527 podría volver a repetirse. Don Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel no quería liarse a hostias contra un papa. «Iba en contra de todos sus principios de incuestionable lealtad a la autoridad y cabeza visible de la cristiandad», como cuenta Kamen en su biografía del duque. Pero no le quedó más remedio que dejar las cosas claras, y para eso había que acojonar a los romanos a base de bien. El duque se valía y se bastaba. Antes de abandonar Nápoles, se le ocurrió escribir una carta a don Juan de Figueroa, embajador español en Roma, para contarle lo sucedido en un pequeño lugar llamado Trevila donde no demostraban demasiado aprecio por los españoles. Lo hizo con estas palabras: «El castigo que se ha hecho en los del lugar de Trevila ha sido muy bien empleado, porque los otros convecinos no se desvergüencen a hacer lo que aquél hacía». Y añade: «Y creo que, para acabar esta guerra al último, será necesario venir a la crueldad y a no dejar al enemigo comodidad ninguna». Venir a la crueldad. O lo que es lo mismo: acojonar. Y como bien apunta Fernández Álvarez, si bien esto de acojonar es más viejo que la tos, «en esa frase de cómo estaba dispuesto a proceder en Italia está ya en germen el inmisericorde guerrero que más tarde habría de espantar en los campos y en las ciudades de los Países Bajos».

Desde su campamento al pie de Roma, don Fernando envió una carta al consistorio cardenalicio en respuesta a la que había recibido previamente en la que se comprometía a no invadir los Estados Pontificios; y que lo único que pretendía era que las cosas volvieran al estado anterior en que a su santidad le dio por liarla parda. Es más, se comprometía a restituirle los territorios ocupados sin necesidad de recurrir al rey cuando tuviera la seguridad de que la hostilidad hacia los españoles había cesado. Eso sí, siempre y cuando las cosas tampoco se movieran en Nápoles, que no quería tonterías allí.

Si bien su santidad todavía se resistió unos días a dar su brazo a torcer, la ocupación de la plaza de Ostia, tan cercana a Roma, el 18 de noviembre lo forzó a firmar diez días después unas treguas con España. Lo que fue pan para hoy y hambre para mañana, porque los Caraffa otra cosa no, pero odiar a los españoles… Y tanto fue el cántaro a la fuente que consiguieron lo que buscaban: que Enrique segundo de Francia rompiese las treguas de Vaucelles y declarara la guerra a España. Lo cual, lejos de sorprender al duque, esperaba. Hondonada de hostias a la vista. Pero entre la defensa de los muros de Civitella por parte de los viejos tercios e incluso de las mujeres del lugar, como cuenta William S. Maltby en El gran duque de Alba, que aguantaron las acometidas de los franceses una y otra vez y la hostia a mano abierta que Enrique segundo recibió en San Quintín —llegó a pedirle al duque de Guisa que dejara el sur de Italia y subiera a la de ya, temiendo que los españoles se plantaran en París—, Paulo cuarto esta vez sí que sí se vio obligado a firmar la paz con España el 13 de septiembre de 1556. Seis días después, don Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel entró en Roma a lo grande, donde «besaría el pie al santo padre», como recuerda Fernández Álvarez.

Cincuenta palos de almanaque tenía entonces el duque.

«Estaba en la cumbre de su carrera», según Fernández Álvarez. Había cumplido lo que se le había pedido, y podía dejar Nápoles con honra para emprender lo que su rey le quisiera ofrecer.

Y lo que le encomendó fue arreglar una paz entre España y Francia. Lo que contaré en el próximo capítulo.

Ahora dale al podcast en ivoox, recuerda hay variaciones entre el texto y el audio.

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@VictorFCorreas

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