‘Pa’ habernos ‘matao’ por @VictorFCorreas, serial sobre el duque de Alba, incluye el podcast de @ivoox: «Poco que rascar»

Capítulo 25: poco que rascar

Si recordáis, el capítulo anterior terminó justo cuando iba a producirse el primer encuentro entre María de Tudor, reina de Inglaterra, y Felipe de Austria —el futuro Felipe II, vamos— después de que este último tuviera que cambiarse de muda por la que estaba cayendo en Southampton. Menuda bienvenida, debió de pensar. Fernández Álvarez recoge en El duque de Hierro cómo describió el momento el historiador inglés Martin Hume: «Al entrar Felipe II, la reina se paseaba con impaciencia. Estaba, como de ordinario, magníficamente ataviada con muchas joyas sobre su vestidura de negro terciopelo».

Y hubo beso. El cortejo español, entre ellos don Fernando Álvarez de Toledo y Pimental y señora, asistieron al momento en que, como recuerda Manuel Fernández Álvarez, la pareja se saludó: «El galante beso en la mano del príncipe a la reina, según la costumbre española, y el beso en la boca de la reina al príncipe, al gusto inglés». Costumbre, la inglesa, que desagradaba a la duquesa de Alba, como cuenta William S. Maltby en El gran duque de Alba; y también que las damas inglesas eran de «maligna conversación». Ole, ole y ole.

Y si hemos de creer al historiador británico —dice el profesor Fernández Álvarez—, «aquello estremeció de placer a la reina» —¡Eh! Esas mentes. Quietecitos, ¿eh?—: «La pobre dama, famélica de amor toda su vida, traicionada y vejada por los que más obligados estaban a mostrarle rendimiento, había encontrado al fin en aquel joven hermoso y apuesto, y once años más joven que ella, el hombre a quien amar sin temor ni culpa».

¿Qué? ¿Cómo se os queda el cuerpo?

Y, en esas, el duque de Alba ejerciendo la labor de puro cortesano; obedeciendo, como el resto del cortejo español, la orden expresa del emperador Carlos de ser lo más corteses posible con los ingleses —que ya hay que tener ganas— y ni en sueños responder a las provocaciones que les hicieran. Cómo sería el asunto, que recordando lo ocurrido en los Países Bajos, Carlos llegaría a pedir por carta al duque lo siguiente: «Duque, por el amor de Dios, procura que mi hijo se comporte del modo adecuado, pues de otro modo te digo que hubiera preferido no ocuparme nunca de este asunto», como recoge Maltby.

Dos años juegos cortesanos y políticos que no es que hicieran demasiada gracia a un tipo con alma de soldado. Así que, normal que en ocasiones pareciera estar al margen de lo que se cocía en la corte inglesa.

O lo que es lo mismo: nada.

Y es que, no os voy a engañar: de la vida del duque en esta época se conoce lo justo. «Y sabemos menos de lo que pensaba de los ingleses», dice Fernández Álvarez. Y eso que no era como Paco Martínez Soria recién llegado a la estación del Mediodía —en época del inmortal turiasonense. De Tarazona, por aclarar— con la maleta, la cesta con la gallina en el brazo y el retrato de su señora en la otra mano. «Había atravesado Francia dos veces y otras dos Alemania. Conocía Italia de cabo a rabo, desde el Milanesado hasta Sicilia, pasando por Roma y Nápoles. Había saltado dos veces a África», enumera Fernández Álvarez, y conocía el francés y el italiano y entendía algo el alemán. Pero de inglés, ni el básico oigan. En consecuencia, «apenas encontramos en sus cartas referencias de cierto interés sobre la vida en la corte de Londres y nada en absoluto sobre el modo de ser de los ingleses. Se nos antoja como un espectador cuyo ojo de soldado calibra en todo caso los puntos fuertes y débiles de aquella monarquía insular».

¿Qué se sabe? Que tanto él como su señora acompañaron al príncipe Felipe a los solemnes actos del matrimonio. Entre ellos, la boda real, que se celebró el 25 de julio de 1554 en la catedral de Winchester, a la que sólo pudieron asistir quince grandes de España, entre ellos el duque y su señora, con el consiguiente cabreo del resto de ninguneados (y, sobre todo, de sus esposas, como cuenta Henry Kamen en El gran duque de Alba—. ¿Que algo diría seguro acerca de lo descompensado de aquella pareja en cuanto a diferencia de edad —apuesto Felipe y María vamos a dejarlo en poco atractiva—? Seguro. ¿Hay evidencias? Ninguna. Pero, para eso tenemos a Ruy Gómez de Silva en su papel de privado del príncipe, que se arrancó con un pedazo «cáliz que tiene que tomar su señor» —que menudo trago, vamos—, y no se cortó ni un trozo tampoco en llamar ruin a la reina María. Las pocas cartas que existen están dirigidas a personalidades como Francisco de Eraso, secretario del príncipe Felipe, y al diplomático don Bernardino de Mendoza en las que pone en su conocimiento problemas relacionados con la milicia. Por cierto, salseo: cuenta Maltby que en esta estancia inglesa comenzó la animadversión entre el duque y el privado del príncipe. Y que «de no haber sido por el severo control ejercido por el duque, las cosas podrían haber ido mucho peor». Se masca la tragedia, oé, oé…

Si acaso, la única referencia es esta a unas levas que se estaban acometiendo en Galicia y Asturias: «No hay otra cosa, señor, que haceros saber de acá sino que la Majestad del rey está muy bueno y amadísimo de toda la gente». Y añade, esperanzado: «Dios lo lleve adelante». Optimista era un rato…

Pero llegamos a 1555, y la cosa se complica en Italia. Revuelta antiespañola por aquí, jaleos varios por allá… Y aquella tierra sin cabeza militar entre las tropas españolas tras el fallecimiento de Pedro de Toledo —tío del duque— dos años antes, en 1553.

¿Y en quién piensa el emperador como sustituto?

El 20 de abril de 1555, y llevando consigo a la duquesa, concluyó la etapa inglesa del duque de Alba. Ella tiró para España y él para Bruselas por la posta para, desde allí, atravesar el sur de Alemania y cruzar los Alpes por Austria para entrar en Italia. Y, para colmo, gotoso perdido, como refiere Henry Kamen, por lo que no pudo correr todo lo que quiso.

Le esperaban un país que ya conocía, una nueva guerra y, con el tiempo, un cargo a la altura de sus méritos: virrey de Nápoles.

Pero, esa, para la próxima entrega..

Ahora dale al podcast en ivoox, recuerda hay variaciones entre el texto y el audio.

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@VictorFCorreas

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Escritora, bloguera, podcaster, enamorada de todo lo que huele y sabe a Cultura
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