Relatos musicales de @yugm76, octubre 2025: «¡Esto se acabó!»

¿Cuánto puedes aguantar antes de romperte? ¿Y cuántas veces puedes perdonar a quien ya no quiere ser salvado?

Ella está al límite. Y esta noche, ya no piensa callarse.

Clica para saber cómo se juega.

👇👇👇

¡Esto se acabó!

Te juro que esta vez iba a callarme. Me prometí no levantar la voz, no removerle los defectos como si fueran cartas marcadas en una partida amañada. Pero cuando vi la hora en el reloj —las tres y cuarto de la madrugada— y escuché su risa tonta al otro lado de la puerta, borracha y ajena, algo dentro de mí se quebró como un vaso contra el suelo. Esa risa, tan despreocupada, tan vacía, me recordó todo lo que habíamos perdido.

Entró haciendo ruido, como siempre, con ese olor a alcohol barato y a humo de tabaco que ya se había convertido en la banda sonora de mis noches. Y aún tuvo la desfachatez de sonreírme. Esa sonrisa falsa, la misma que me enamoró cuando era sincera y no una máscara. Él no era así. Antes no, era diferente. Pero esa noche, como tantas otras, yo estaba esperándolo, cansada, hecha polvo, con el pijama arrugado y los ojos rojos, pero no de llorar. No esta vez. En esta ocasión eran de rabia, de desesperanza.

—¿Otra vez? —pregunté, aunque ya sabía la respuesta, como si la ignorancia pudiera salvarme de la realidad.

Él se encogió de hombros, dejó las llaves sobre la mesa y se fue directo al sofá, sin mirarme, como si no importara que yo estuviera ahí, esperándolo, aferrada a los restos de una relación que se deshacía cada noche. No había ni una pizca de culpa en su mirada, solo indiferencia.

—No quiero discutir —dijo sin levantar la vista.

Y esa frase fue la chispa que encendió la mecha de todo. Porque yo tampoco quería, pero era la única forma que tenía para sentir que todavía estábamos vivos, que aún existía algo entre nosotros que mereciera la pena salvar.

—¡Claro que no quieres! —exploté—. Porque eso significa enfrentar lo que haces, implica asumir que esta relación no va bien, que tú vas aún peor. Pero no, tú prefieres salir con esos imbéciles del trabajo que solo te arrastran más abajo. ¡Te estás perdiendo! ¿No lo ves? ¿No ves que yo me estoy muriendo aquí, sola, con este vacío que no sé llenar?

Él soltó un bufido, cerró los ojos, de la misma manera que si estuviera aguantando la respiración para no oírme, y no sentir el peso de mis palabras. Como si yo fuera el problema, cuando en realidad soy la única que intenta agarrar un pedazo de este naufragio.

—Siempre igual… Solo sabes reprocharme. Recuerdas lo malo, lo que no hice, lo que prometí y no cumplí… ¿Para qué estás conmigo si únicamente me ves como una decepción? —me respondió, con esa mezcla de cansancio y resignación que me rompe el alma.

—¡Porque te quiero, joder! —le grité—. Y tengo la estúpida esperanza de que vuelvas a ser el hombre que eras, el que me hacía sentir segura, y no esta sombra que llega de madrugada oliendo a fracaso y abandono. ¡Te estás destruyendo y me arrastras contigo!

Entonces se hizo un silencio espeso, pesado, que se pegaba a la piel como un sudor frío. Él no dijo nada más. Ni una palabra. Se limitó a quitarse los zapatos y tumbarse en el sofá, al igual que si aquella fuera su única verdad: dormir lejos de mí, lejos de todo, como si con cerrar los ojos pudiera borrar este desastre.

Yo me quedé ahí, en medio del salón, observando el campo de ruinas que habíamos creado. Y sentí el vacío… que se tragaba mi pecho, que hacía que mi corazón doliera con un peso insoportable. Uno tan grande que no cabía en mí ni una lágrima más. Era la ausencia de esperanza, de ilusión, de futuro.

Pensé en todos los domingos que pasamos juntos, viendo películas y riendo, en esos desayunos lentos y cálidos en la cama. Recordé en cómo nos cuidábamos, en cómo me prometió que todo sería diferente. Sin embargo todo eso quedó enterrado bajo una montaña de promesas incumplidas y noches perdidas. Antes de caer en esta espiral, de rodearse de las malas compañías, de esas personas que solo lo alejan de mí y de sí mismo.

Sé que también tengo mis fallos. No soy perfecta, ni mucho menos. Me paso la vida señalando sus defectos, obsesionada con lo que hace mal, con lo que no me gusta. Pero lo hago porque me duele. Sé que mi amor no es cómodo, no es tranquilo. Es un grito desesperado intentando salvar algo que se me escapa entre los dedos.

Y él, en cambio, solo quiere silencio. Paz. Que no le toque mirar, que no le reclamen, que no le empujen a volver a ser lo que era. No le importa nada más. Ni siquiera que yo me hunda, que me rompa, que me quede vacía. Solo quiere que no discutamos, que no le moleste. Que me calle.

La indiferencia con la que me mira me hace sentir invisible. Me duele más que sus ausencias, que sus noches de fiesta. Porque al menos cuando se va, sé que no está. Pero cuando está y me ignora, me siento sola en la misma casa.

Así que, en el momento en el que él se quedó dormido, me levanté con el corazón hecho trizas y la garganta seca. Cogí mi móvil, pensé en escribirle mil cosas, en recordarle cuánto lo amo y cuánto me está destrozando, pero no hacía falta. Mis palabras estaban en el aire, en cada gesto, en cada silencio.

Cerré la puerta con cuidado, para que ni el ruido despertara su indiferencia, y me susurré a mí misma, para que él lo escuche aunque no quiera:

«Esto es un último aviso: cambia o olvídame para siempre. Porque yo no voy a esperar a que te pierdas del todo.»

Ahora que lo has leído… ¡no te pierdas el vídeo en YouTube! Lo que vas a ver va más allá del texto. Dale al play y descúbrelo por ti mismo.

👇🎙🎧

Ahora comprueba si has acertado el tema musical.

👇👇👇

@yugm76

Avatar de Desconocido

About Galiana

Escritora, bloguera, podcaster, enamorada de todo lo que huele y sabe a Cultura
Esta entrada fue publicada en Relatos musicales, Temporada 6, Yu Gm y etiquetada , , , . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario