Lunes de «Gana el rojo pasión» por Medussa (@MedussaEros): «Un regreso inesperado»

Un regreso inesperado

El sol de la tarde apenas se filtraba por las persianas, bañando la casa en una luz tenue y cálida. Ricardo, con la maleta en la mano, cerró la puerta con suavidad. Su viaje de trabajo, que debía prolongarse tres días más, se había cancelado por un imprevisto. No avisó a Elsa, su esposa; quería sorprenderla, imaginar su sonrisa al verle llegar antes. Subió las escaleras con pasos ligeros, casi ansiosos, pero al acercarse al dormitorio, un coro de jadeos y movimientos frenéticos lo detuvo en seco. Algo no encajaba.

La puerta estaba entreabierta, dejando escapar un torbellino de sonidos viscerales. Ricardo, con el corazón acelerado, se acercó y espió por la rendija. La escena le robó el aliento. En la cama, entre sábanas desordenadas, Elsa se retorcía bajo un hombre que no era él. Era Xavier, un escritor atractivo y canoso, de cuerpo atlético y fibroso, un deportista que Elsa, periodista, había conocido al entrevistarlo para un artículo. Ricardo, un hombre corriente, educado, de modales suaves, sintió una punzada de incredulidad, pero no pudo apartar la mirada. Lo que veía no era amor, sino una explosión de pasión cruda.

Elsa y Xavier se movían con una intensidad animal, sus cuerpos chocando en un ritmo feroz. Elsa, con el cabello pegado al rostro por el sudor, se aferraba a Xavier, que la embestía con una fuerza dominante, cada movimiento un despliegue de poder. La cama crujía bajo su ímpetu, mientras sus cuerpos se fundían en una danza salvaje. Xavier, con su físico esculpido, músculos tensos y brillantes, parecía un depredador, su virilidad imponente como un símbolo de control. Su miembro, de proporciones descomunales, era el eje de cada embate, una presencia que parecía someter a Elsa con cada golpe. Ella, con los ojos entornados, respondía con gemidos urgentes, su cuerpo entregado a esa potencia abrumadora.

Ricardo, inmóvil en el umbral, sintió un nudo en el estómago, una mezcla de celos y fascinación. Xavier no era solo un hombre; era una fuerza de la naturaleza, y su anatomía, expuesta en cada movimiento, era un emblema de supremacía. Ese miembro, casi mítico, dictaba el ritmo, como si tuviera vida propia, imponiendo su voluntad sobre Elsa y la propia escena. Ricardo, un oficinista de vida ordenada, siempre se había considerado suficiente, pero esto era otro nivel. Y, contra todo lo que creía de sí mismo, no sintió solo rabia. Había algo más: un deseo inesperado, una atracción hacia Xavier, hacia ese poder que dominaba la habitación con su cuerpo fibroso y su presencia magnética.

La escena seguía, ajena a su presencia. Elsa, perdida en el frenesí, se arqueaba bajo Xavier, cada embate un recordatorio de su autoridad. Xavier, con una intensidad casi brutal, la guiaba, su miembro como un cetro que marcaba el compás de su entrega. El aire olía a sudor y tensión, y el crujir de la cama era un rugido constante. Ricardo, con el corazón latiendo desbocado, sintió que algo en él se desmoronaba. No quería interrumpir. Quería ser parte de ese torbellino, aunque fuera solo para entenderlo.

Con un movimiento torpe dejó la maleta en el suelo y empujó la puerta. El crujido rompió el hechizo. Elsa giró la cabeza, sus ojos abiertos de pánico, y Xavier se detuvo, su pecho agitado, pero su mirada era de puro desafío, su cabello canoso cayendo con un aire de arrogancia natural. Ricardo, con la voz temblorosa pero firme, dijo:

Sigan. No paren por mí.

Elsa, desconcertada, buscó en su rostro alguna señal de enojo, pero solo encontró una expresión tensa, casi hipnotizada. Xavier, con una sonrisa arrogante, se alzó ligeramente, su miembro aún imponente y erecto era el verdadero dueño de la situación.

— ¿Quieres mirar o qué? —dijo, su voz un mandato burlón.

Ricardo, sintiendo un calor que no podía explicar, respondió:

Eres… increíble. —Sus ojos, sin quererlo, se fijaron en el miembro de Xavier, ese símbolo de poder que lo dominaba todo. —Quiero… participar. —balbuceó intimidado y avergonzado.

Elsa soltó un jadeo, atrapada entre la sorpresa y la excitación. Xavier, con una risa grave, asintió, como un rey concediendo un favor.

Acércate, entonces. —dijo, su tono dejaba claro que él dictaba las reglas.

Ricardo se quitó la camisa con manos temblorosas, sintiéndose pequeño ante la presencia poderosa de Xavier. Pero no había vuelta atrás. Lo que siguió fue un caos de cuerpos, un torbellino de instintos donde Xavier, con su masculinidad como arma suprema, lo dominaba todo, sometiendo a Elsa y a Ricardo con la misma facilidad. No había palabras, solo jadeos, sudor y una entrega salvaje.

Y así, en la ironía más absoluta, Ricardo, el hombre corriente que solo quería sorprender a su esposa, terminó sucumbiendo al poder de Xavier, atrapado por un deseo que no podía resistir. Al final, exhaustos, con las sábanas enredadas y húmedas, Xavier se recostó triunfante, su sonrisa de amo absoluto, su corto cabello canoso brillando por el sudor bajo la luz tenue. Ricardo, rendido, que había querido sorprender a Elsa, había terminado doblegado, fascinado por el escritor que, con sus poderosos atributos, había conquistado el control total.

@MedussaEros

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About Galiana

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