Lunes de «Gana el rojo pasión» por Medussa (@MedussaEros): «El sustituto»

El sustituto

El agosto madrileño abrasaba, con el asfalto humeante y un aire tan denso que pesaba en los pulmones. En un bloque de apartamentos de Chamberí, don Anselmo, el conserje veterano, se despidió con una maleta rumbo a la playa. Su sustituto llegó. Rubén, unos cuarenta y tantos años, moreno, estatura media, un tipo normal pero sólido. Su camisa entreabierta dejaba ver un pecho velludo, y sus brazos, robustos por el trabajo, llamaban la atención. Las vecinas lo observaban con disimulo, los ventiladores giraban sin descanso y los pasillos susurraban deseos contenidos. Rubén no era un modelo: era un hombre de verdad, con una rudeza que prometía experiencia.

Clara, del 4.º B, treintañera, soltera y agotada por el calor y la rutina, regresaba del super con bolsas que le hundían los hombros. El ascensor, fiel a su costumbre, estaba averiado y ella, con la blusa pegada por el sudor, maldecía en voz baja. Rubén apareció en el portal, apoyado con una naturalidad magnética.

—Permítame ayudarla —dijo con una voz grave y masculina que la entró como una caricia. Sus ojos oscuros la recorrieron sin prisas, y Clara, entre el cansancio y un cosquilleo prohibido, aceptó. Subieron las escaleras, él cargando las bolsas con facilidad, sus brazos fuertes moviéndose con soltura, ella notando cada roce como una chispa en la piel.

En el apartamento, Clara le pidió que dejase las bolsas en la cocina. El espacio era reducido, con azulejos blancos reluciendo bajo la luz ardiente que entraba por la ventana. Rubén colocó la compra en la encimera, pero no se apartó. Se giró hacia la mujer, su presencia llenando la estancia como una promesa peligrosa.

—Es una cocina acogedora —murmuró, con un tono que invitaba al pecado. Clara, con una chispa en la mirada, respondió:

—Todo depende de quién la ocupe.

El aire se volvió denso, cargado de una electricidad que crepitaba. Rubén la atrajo por la cintura, sus manos callosas deslizándose bajo la blusa empapada. Clara no opuso resistencia; sus labios se encontraron en un beso voraz, hambriento, que sabía a verano y deseo reprimido. Él la levantó sin esfuerzo, sentándola en la encimera, y las bolsas cayeron, una botella de aceite estrellándose en un charco ignorado. Rubén le arrancó la blusa, los botones saltando derrotados, mientras ella le desabrochaba la camisa, revelando un torso moreno, velludo, fuerte sin artificios. Sus manos subieron por sus muslos, levantando la falda con urgencia, y ella lo atrajo, sus piernas abiertas rodeándolo.

La cocina se convirtió en un campo de batalla. Rubén la besó con saña, su lengua metiéndose como si quisiera comérsela viva, mientras se desabrochaba los vaqueros con dedos rápidos. Clara, con el corazón a mil, lo tenía atrapado entre sus muslos, y él no se anduvo con miramientos: la penetró profundamente con un empujón firme y lento, su miembro viril duro llenándole hasta el fondo, arrancándole un gemido que rebotó en los azulejos. Cada embestida era un golpe bestial, un ritmo salvaje que hacía temblar la encimera, sus cuerpos chocando como si quisieran romperse. Clara se agarró a su espalda, clavándole las uñas en la piel curtida, mientras él gruñía, acometiéndola con una fuerza que parecía querer partirla en dos, su pelvis dándole sin piedad en un vaivén que era puro sexo sucio. El suelo crujía, el aceite se esparcía, y el clímax los arrastró como un tsunami, dejándolos jadeando, empapados, desparramados sobre la encimera, con el aire oliendo a sudor y vicio.

Clara, con el pelo revuelto y una sonrisa traviesa, se recompuso.

—Por las bolsas… y el extra —dijo, sacando un billete de veinte euros. Rubén lo tomó con un guiño, guardándoselo con naturalidad.

—Siempre a su disposición —respondió, y salió con la calma de un hombre satisfecho.

Al día siguiente, Clara bajó al portal y vio a Rubén ayudando a la vecina del 2.º A con sus bolsas, la misma sonrisa seductora, las mismas manos fuertes. Soltó una risa amarga. Había pagado veinte euros por un servicio que, al parecer, era la oferta del verano para todo el bloque.

—Buen negocio, conserje —musitó, subiendo las escaleras sola, con la ironía de saber que su aventura ardiente fue solo un artículo más en el catálogo de Rubén.

@MedussaEros

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About Galiana

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