¿Alguna vez has sentido una conexión tan intensa que no necesita palabras ni contacto físico? Adéntrate en esta historia de pasión y misterio, donde dos almas se encuentran en una danza silenciosa en la mesa de un elegante restaurante. ¿Qué sucederá cuando finalmente den rienda suelta a su deseo?
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Antes del amanecer
El susurro del piano se desliza con dulzura entre las notas, una caricia sutil que flota en el aire. Me siento en una mesa de un elegante restaurante, envuelto en el crepúsculo dorado de las luces tenues. La melodía me envuelve, y cierro los ojos por un momento, permitiéndome ser arrastrado por su hechizo. Pero no es solo la música la que me tiene cautivo esta noche.
Frente a mí, su mirada oscura se cruza con la mía. Sus ojos, profundos como pozos de misterio, contienen un fuego silencioso que me quema desde el interior. Nos hemos conocido hace apenas unos días, pero cada instante compartido ha sido una eternidad. Su risa, su voz, incluso la forma en que inclina la cabeza cuando está pensando, todo en ella es una sinfonía que resuena dentro de mí.
—¿En qué piensas?— Su voz es un murmullo suave, apenas audible sobre la música. Sonríe, pero hay un desafío en sus ojos, como si supiera que mis pensamientos están muy lejos de la conversación trivial que mantenemos.
—No es nada,— respondo, tratando de sonar despreocupado. Pero ella sabe. Lo sabe porque yo también lo sé. Hay algo más profundo en juego esta noche, que va más allá de las palabras educadas y las miradas furtivas.
Mientras hablamos de cosas sin importancia, siento un calor ascender por mi cuerpo, empezando por mis pies y subiendo muy despacio, como un río de lava invisible. Es un contacto sutil, pero lleno de una electricidad que me deja sin aliento. Mi corazón se acelera, y tengo que concentrarme para no tirar mi copa de vino. El simple roce de su mirada es suficiente para encender un fuego que arde con más intensidad que cualquier otra cosa que haya conocido.
El tiempo parece detenerse. Cada segundo es una eternidad, una tortura deliciosa que no quiero que termine. Sus labios se curvan en una sonrisa que es a la vez inocente y maliciosa. Ella sabe con exactitud lo que está haciendo, y yo estoy perdido, por completo, a su merced.
La música cambia, volviéndose más lenta, más íntima. Es como si el universo entero conspirara para acercarnos más. Bajo la mesa, no hay contacto físico, pero siento su presencia, un lenguaje sin palabras que dice todo lo que no nos atrevemos a decir en voz alta.
La intensidad de su mirada me atrapa, como una corriente que me arrastra hacia un abismo desconocido. No necesito tocarla para sentir su cercanía; es igual que si nuestras almas estuvieran entrelazadas en una danza invisible. Mis pensamientos son un caos de deseo y anticipación, y cada pequeño gesto suyo, el movimiento de sus labios al hablar, es una promesa de algo más.
Nos quedamos en el restaurante, rodeados por el bullicio suave de la gente y la música, pero es como si estuviéramos en una burbuja aparte. El mundo exterior se desvanece, dejándonos a solas con la tormenta silenciosa que ruge entre nosotros. La fragancia de su perfume flota en el aire, mezclándose con los aromas del vino y la comida, creando una atmósfera embriagadora.
Cierro los ojos por un momento, dejándome llevar por las sensaciones. En mi mente, nuestras almas se encuentran, tocándose en un lugar donde las palabras no son necesarias. La pasión es una llama que arde sin consumir, una presencia constante que nos arrolla
Ella continúa hablando, su voz un murmullo hipnótico que me envuelve en su calor. Cada palabra es un pétalo de fuego que cae con suavidad, encendiendo mi imaginación. No necesito tocarla para saber que está pensando lo mismo; lo veo en sus ojos, en la forma en que me mira como si quisiera devorarme.
El restaurante se convierte en un escenario para nuestro juego silencioso, un lugar donde los sentimientos y las sensaciones se despliegan en un lenguaje invisible. Nos entendemos sin palabras, y aunque no hay contacto físico, la intensidad de nuestra conexión es casi tangible.
La noche avanza, sin embargo, seguimos sentados frente a frente, la distancia entre nosotros parece reducirse a cada momento. Es una danza mental, un juego de miradas y susurros, de deseos no expresados pero sentidos con intensidad. La promesa de lo que podría ser flota en el aire, una que ambos sabemos que no necesita ser cumplida de forma corpórea para ser real.
Finalmente, la cena llega a su fin, pero la tensión que ha crecido entre nosotros no disminuye. Pago la cuenta, mis manos temblando con la anticipación. Nos levantamos de la mesa, y en ese momento, el mundo exterior vuelve a la vida a nuestro alrededor. Caminamos hacia la salida, y aunque las manos no se tocan, hay una corriente eléctrica que fluye entre nosotros, como si las almas estuvieran conectadas por un hilo invisible.
Salimos del restaurante y el aire fresco de la noche nos envuelve. Nos detenemos por un momento, mirándonos a los ojos. No hay necesidad de palabras; ambos sabemos lo que viene. La promesa que flotaba en el aire dentro del restaurante ahora se convierte en una certeza.
Sonrío y ella devuelve la sonrisa, una chispa de complicidad en su mirada. Juntos, comenzamos a caminar hacia la noche, sabiendo que lo que nos espera es algo más que físico; es una conexión profunda, una pasión que al final tendrá rienda suelta.
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