Un encuentro fugaz, una mirada que cautiva. ¿Qué misterio se oculta detrás de esa sonrisa eterna? ¿Podrá él superar sus miedos y confesar lo que siente?
No dejes escapar este relato; el final te dejará sin palabras.
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El secreto de una obsesión
Donde quiera que mire, a cualquiera que observe, es la que está ahí, siempre ella.
Sé que estoy perdiendo la cordura, que no se puede vivir así; es como caminar por el desierto, siento la más terrible desesperación, y sin embargo, guardo la esperanza de que algún día encuentre un oasis. Un lugar de remanso y paz, un sitio en el que solo esté ella. Que mi espejismo sea real.
No recuerdo con exactitud cuándo empezó esta ofuscación. Aquel día, era como cualquier otro. Estaba en mi trabajo, una tienda de equipos informáticos y telefonía móvil, atendiendo al público cuando ella apareció. Esperando con paciencia a que llegara su turno.
El cliente anterior no debió quedarse muy satisfecho con la compra, pues yo ya estaba pendiente de otra cosa y quería terminar cuanto antes.
No podría decir en ningún momento que fuera una mujer espectacular, ni en su belleza, ni en su manera de vestir. Es más, puede que ni siquiera me hubiera fijado en ella en otras circunstancias, o tal vez sí, no sé. El caso es que me hechizó.
No podría definirla, no existen palabras en el diccionario para ello. Es la viva imagen de la seguridad en sí misma, de la falta de timidez, de la espiritualidad, de la alegría, de la pasión. Emana bondad, sensibilidad, simpatía.
He de reconocer que mi corazón saltó del pecho en el mismo momento que ella entró por la puerta. Nunca en mi vida me he sentido así, de verdad.
Aquella visita fue corta, le vendí lo que venía buscando y se marchó. En mi mente se quedó su eterna sonrisa. No soy capaz de imaginarme a esa mujer enfadada, y si en algún momento lo hace, debe de ser algo efímero, muy fugaz. Y sus ojos, qué mirada. No es su color, que es bastante habitual, sino la luz que emanan, la vitalidad, sin maquillar, al igual que todo el rostro.
Ella es pura naturalidad.
Nadie puede sentirse como yo lo hago. Odio los fines de semana y los días que libro, cada día los soporto menos. En ellos, pierdo la oportunidad de volver a verla, a sentirla cerca durante unos instantes, a perderme en su luz, y buscar algún indicio, una señal, algo que me dé el motivo suficiente para quedar con ella y confesarle lo que siento.
Los días laborables son los mejores. Mi esperanza se mantiene intacta, aguardando que entre por la puerta. Ya se ha convertido en usuaria de la tienda, y le digo a mi compañera, “No, quiero que me atienda él”. En ese momento, si aún no la he visto, solo con oírla, mi alma pega un brinco. ¡Por fin!, ¡ha vuelto!
Siempre la misma historia, una sonrisa de mi parte, un: “hola ¿Cómo estás?”, algún comentario gracioso, tratar de enseñarle varios modelos del producto que me está solicitando para retrasar su marcha el mayor tiempo posible y al final, tan solo un: “Ten un buen día guapa”, sin más, de esos que se le pueden decir a cualquiera.
Soy un verdadero estúpido, un cobarde que no hace caso de lo que siente y que sigue perdido en un laberinto del que no encuentra salida.
Lo peor de todo, es que no se escapa de mi mente. Si estoy en casa, viendo un partido, recuerdo el día que vino a por una tele. En el gym, intentando mantenerla alejada de mi cabeza, liberando dopamina, serotonina y endorfina, aparece sin darme cuenta en la mirada de cualquier usuaria del centro deportivo. O si decido despejar mi mente y me pongo a leer, puedo ver su cara reflejada en la pantalla de mi móvil, sonriendo, resplandeciente.
Todo el mundo me reprocha que hace algún tiempo tengo la cabeza en otro sitio. Nadie sabe dónde es.
Salgo de casa, el uniforme de la empresa puesto con estrategia. Tengo la sensación de que hoy es el día. No lo voy a demorar más. No esperaré que llegue otra oportunidad.
Meto la mano en la mochila para asegurarme de que lo llevo todo, la cartera, las llaves del coche, etc. Sin darme cuenta, realizo un gesto que ya está siendo habitual en los últimos meses. Deslizo los dedos pulgar, índice y corazón de la mano izquierda por el anular de la derecha. Introduzco el objeto en el bolsillo más pequeño del macuto.
Guardo y escondo mi alianza. No debe saber que estoy casado.
Comprueba si has acertado el tema musical.
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