
¿Qué impulsa a alguien a prender fuego a los lugares más emblemáticos de Madrid? ¿Qué historia ocultan las cenizas? A medida que una inspectora sigue las pistas, el misterio se vuelve cada vez más personal. No te pierdas lo que el fuego ha dejado tras de sí.
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Cosas que perdimos en el fuego
Llevaba días sin dormir. Los incendios estaban multiplicándose y, con ellos, la presión. Madrid ardía, pero no era el calor del verano lo que preocupaba a la ciudad. Todos los fuegos habían tenido lugar en sitios emblemáticos: el Parque del Retiro, la Plaza de Oriente, etc. Al principio pensé que podría tratarse de un pirómano, alguien sin un motivo claro, pero conforme investigábamos más, empezaba a ver un patrón. Demasiado específico y meticuloso.
El último incendio nos llevó al Templo de Debod. El aire olía a ceniza y agua apagada; el fuego había consumido casi todo, pero algo entre los escombros llamó mi atención: una pequeña flor de papel, apenas chamuscada por el fuego. No parecía dejar nada al azar. Algo, o alguien, estaba detrás de esto. Pero ¿quién?
Decidimos reunir todas las pistas que habíamos recogido. Teníamos varios sospechosos, cada uno con una historia que encajaba, aunque fuera de manera retorcida, con los incendios. La prensa había empezado a especular, y nos llegaban denuncias diarias de ciudadanos que creían haber visto al culpable en alguna esquina o café. Alguien con el que compartieron una mirada oscura o, con total simplicidad, porque vivía cerca de alguno de los lugares atacados.
El primer sospechoso era un hombre que trabajaba en el Retiro, cuidando los jardines. Había sido despedido hacía unos meses tras una disputa con uno de sus superiores. Los incendios habían comenzado poco después de su despido. En apariencia, tenía un motivo claro: venganza. Alguien que quería hacer daño a la ciudad que le había dejado sin trabajo. Pero tras interrogarle, quedó claro que no tenía acceso a los otros lugares atacados y su coartada era sólida para la mayoría de las fechas.
Luego estaba el dueño de una librería cerca de la Plaza de Oriente. Nos informaron de que había tenido problemas financieros. La papelería, un lugar de referencia donde buscar libros de poesía o textos románticos, estaba al borde de la quiebra. Algunos testigos dijeron haberle visto merodear por los alrededores de la plaza antes del incendio. Decidimos seguir la pista, pero tampoco encajaba del todo. Al investigar más a fondo, descubrimos que el hombre no tenía ninguna relación con los otros sitios atacados y que, la noche del incendio en la Casa de Campo, había estado trabajando hasta tarde, con testigos que podían confirmarlo.
Otro posible sospechoso era un artista callejero. Su figura era un punto fijo en la Puerta de Alcalá, siempre rodeado de turistas y parejas que se detenían a admirar su trabajo. Fue visto cerca de dos de los incendios y, según rumores, había estado involucrado en un altercado con la policía meses atrás. Nos llamó la atención su perfil, sobre todo porque algunos de sus trabajos más recientes mostraban un marcado cambio de estilo: imágenes oscuras, agresivas, y, en más de una ocasión, dibujaba parejas rodeadas de fuego. Al interrogarle, se mostró evasivo y su explicación fue simple: la ciudad le había inspirado; sin embargo, nunca había hecho daño a nadie. A pesar de su actitud, no logramos encontrar pruebas sólidas que lo vincularan por completo a los incendios.
El caso empezaba a desesperarme. Todos parecían tener razones para querer causar estragos, pero ninguno encajaba. Las cámaras de seguridad no habían sido de mucha ayuda. Algunas captaban figuras borrosas en los alrededores, pero nunca con la suficiente claridad como para identificar a alguien con certeza.
El giro vino cuando decidimos revisar los informes de testigos una vez más. Existía un nombre que empezaba a repetirse de manera sutil en varios testimonios, pero que hasta entonces habíamos pasado por alto. Era el de una mujer que, según muchos testigos, había sido vista en los alrededores de todos los incendios, aunque siempre de manera discreta. Las descripciones eran vagas: vestía ropa sencilla, no destacaba entre la multitud, pero siempre estaba ahí, como una sombra.
Decidí investigar su vida más a fondo. No había nada fuera de lo común en su historial, pero cuando descubrimos que cada uno de los lugares incendiados coincidía con sitios que solía frecuentar con su expareja, todo comenzó a encajar. Había sufrido una ruptura hacía pocos meses, y parecía estar dejando tras de sí un rastro de destrucción, incendiando los lugares donde había compartido momentos con él. No era una venganza contra la ciudad, sino contra sus propios recuerdos.
Cuando al final dimos con ella, su apartamento estaba lleno de flores de papel, idénticas a las que habíamos encontrado en las escenas calcinadas. Confesó sin resistencia.
—Pensé que si los incendiaba —me dijo, con la mirada perdida—, los recuerdos desaparecerían. Aunque no importa cuántas flores queme, ¿verdad?
Y ahí estaba. No fue fácil llegar hasta ella, pero al final, todo giraba en torno a la desesperación de alguien que intentaba quemar su pasado.
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