La línea entre la tentación y la autodestrucción se vuelve borrosa en esta historia cargada de suspense y pasión. ¿Podrías resistir los encantos de quien una vez fue tu perdición? Descubre los oscuros secretos y las revelaciones impactantes que acechan en cada llamada perdida.
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Al diablo con el diablo
Es la enésima vez que se enciende la pantalla del teléfono. Lo que equivale a tu número de llamadas. No pienso, ni quiero, ni puedo cogértelo. Sé que vas a insistir hasta que la seducción sea más fuerte que yo, y caiga en ella y desplace el botón verde.
Eso es con total exactitud lo que eres, una tentación, un impulso atrayente a la vez que inconveniente, una persona que emana una seducción de la cual no se puede escapar. Eres irresistible.
Sería mucho más fácil apagar el teléfono que dejarlo sonar. No obstante, deseo que seas consciente que no quiero responder a tus llamadas. Lo mismo hago con los mensajes: leo todos menos los tuyos, deseo que veas la hora de conexión y comprendas que lo nuestro se acabó.
No sé por qué, no hace más que venírseme a la cabeza, un pasaje de la Biblia. Ese que conoce todo el mundo. El que decía que la serpiente tentó a la mujer, llamada Eva, de comer del árbol prohibido y luego ella se lo ofreció a Adán, que cayó en la tentación, y ambos por la cólera de Dios fueron expulsados del paraíso.
Pues te diré, querida mía, eso es lo que has estado haciendo conmigo estos últimos tiempos, provocarme, tentarme, incitarme. Con la única diferencia, que en tu caso la serpiente y tú sois la misma persona. Naciste con la maldad en la sangre, el mismísimo Satanás. No, en realidad, eres peor. Él en algún momento fue un ángel, y sin embargo, no creo que haya nada de bondad por tus venas.
Hemos llevado la vida de éxito que tú has querido, y sonará a tópico, pero ha sido así: “sexo, drogas y alcohol”. A eso se ha resumido nuestra decadente relación. Un torrente de malas acciones, una vida de crápula, una pesadilla disfrazada de cuento de hadas, del que por fortuna he despertado y al que no quiero volver.
Pienso en ti, seguro que estás cabreada, por mi ausencia de noticias. Estarás pensando un plan para hacerme volver, algo maligno y enrevesado, que sin lugar a dudas estás convencida de que creeré a pies juntillas. Una mentira más de tantas otras. Un puñal más que clavarme por la espalda.
También recuerdo como empezó todo. Nos conocimos en una fiesta, una de esas caras, de las que tienes invitación y contraseña para entrar. Tu aparición fue estelar; tenías muy bien ensayado el cuento, y cual Cenicienta, embaucaste al primer príncipe que se te puso a tiro, un rico heredero de clase alta con el que te asegurabas dinero, fama y poder. Como un tonto caí en tu trampa. Me sedujiste y, cuál jovencito inexperto, me dejé arrastrar a tu infierno.
A partir de ahí, no había evento, fundación, estreno, etc. En el que no fueras enganchada a mi brazo. Siempre perfecta, con la eterna sonrisa, majestuosa y atrayente. Dándoles a todos una pequeña píldora de tu encanto para poder ser el centro de atención. Nunca me di cuenta, ni cuando tirabas de tarjeta sufragando todos tus gastos, o me decías que te marchabas una semana a ver a tu madre y en realidad tardabas un mes. Ahora, sospecho que lo hacías adrede para que sintiera esa necesidad por ti, esa ansiedad que me producía el no estar contigo.
Eres como la peor de las drogas; sabes que tomarla te hace daño, y sin embargo, no puedes evitar meterte el siguiente chute.
Todo iba relativamente bien hasta que un tropiezo de mis acciones en bolsa hizo que apareciera tu verdadero ser. Asomaron tus cuernos y tu rabo. Pude ver con mis propios ojos como volvías a la caza de algún incauto para poder mantener tu nivel de vida y tu posición social. Pensaste que no acudiría a la fiesta, que me quedaría resolviendo la situación en el despacho. Es curioso, me conoces tan poco, que no entendiste que en esos eventos es donde se sanan los negocios y que allí iba a subsanar el error de mi inversión. Lo mejor ha sido cuando me has visto y he podido comprobar el miedo en tu cara. Has sabido que era el fin. Que lo había entendido todo; no eres más que un demonio en el exuberante cuerpo de mujer.
Lo siento, ahora no vas a salirte con la tuya; no volveré a ser una marioneta entre tus brazos. Son las 6 de la mañana, está amaneciendo. Tengo 66 llamadas perdidas.
Lo tengo muy claro; no quiero regresar a tu infierno.
Relato hecho a petición de un tema musical de un lector.
Comprueba si has acertado el tema musical.
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