¿Qué harías si la persona que amas empezara a olvidar todo lo que compartieron? ¿Cómo te enfrentarías a ver desaparecer los recuerdos de una vida juntos? ¿Podrías luchar contra el olvido?
No podrás dejar de leer este relato lleno de amor y recuerdos eternos.
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Instantes inolvidables
Cada tarde, cuando el sol empieza a teñir el cielo de tonos anaranjados, me siento junto a ella en el sofá blanco de la sala. La misma rutina desde hace años, pero nunca deja de ser dolorosa a la par que hermosa. En mi regazo, un álbum de fotos con las esquinas desgastadas y las páginas algo amarillentas por el paso del tiempo. Es un ritual sagrado para mí, uno que he cultivado con devoción y esperanza.
Ella me mira con esos ojos verdes que alguna vez estuvieron llenos de vivacidad, pero que ahora parecen perderse en un océano de confusión y olvido. Ya no es la misma. La enfermedad ha robado pedazo a pedazo a la mujer que conocí, esa con la que compartí toda una vida. Pero yo sigo viéndola, intacta, a través de mis recuerdos y de estas fotografías que, cada día, le muestro con la esperanza de que una chispa de memoria vuelva a encenderse en su mente.
—¿Quién es esa niña tan bonita?—, preguntó, señalando una foto en color de una nena con dos trenzas tomando un tazón de leche.
—Es nuestra hija, cuando tenía dos años. Recuerdas que le gustaba mucho dar vueltas alrededor de nuestra casa en bicicleta, ¿verdad?— le digo, tratando de no dejar que mi voz tiemble.
Ella frunce el ceño. —Ella… sí, creo que sí. Siempre fue tan risueña…
Asiento con una sonrisa triste. —Sí, y sigue siéndolo, aunque ahora vive en otra ciudad. Pero nos llama todos los días.
Pasamos la página y aparece una foto de nuestra boda. Ella, radiante en su vestido blanco, y yo, nervioso pero feliz. — ¿Y estos dos?—, pregunta de nuevo, como si fuera un juego que no entiende pero al que le gusta jugar.
—Es nuestra boda. Ese día tan especial en que dijimos ‘sí’ para siempre.
Ella me mira, y por un momento, creo ver un destello de reconocimiento en sus ojos. —Fue un buen día, ¿a qué sí?
—El mejor de todos, —le respondo, y las lágrimas empiezan a acumularse en mis ojos. —Insuperable
Seguimos pasando las páginas, viendo las fotos de nuestras vacaciones, de los cumpleaños de los niños, de los momentos cotidianos que, en su día, parecían tan normales y que ahora son tesoros invaluables. Le cuento historias, anécdotas que compartimos, y aunque sé que mañana no recordará nada de esto, sigo haciéndolo. Porque en estos pequeños momentos, ella vuelve a ser la mujer que conocí. Aunque sea solo por un instante.
Llega una página con una foto de unas vacaciones. Los niños corriendo, el cielo azul, y nosotros dos sentados en varias toallas. —Mira, aquí estamos todos disfrutando de nuestras vacaciones, —le digo. Ella observa la imagen con detenimiento.
—¿Fue un día bonito?— pregunta con una leve sonrisa.
—Sí, lo fue. Comimos bocadillos de la playa y jugamos un montón con los niños, —le recuerdo.
En otra página, hay una foto de nosotros dos bailando. —Aquí estamos en la boda de nuestro nieto. Disfrutamos toda la noche, —comento.
—Creo que me dolieron mucho los pies, —dice ella riendo con suavidad.
—Sí, pero valió la pena. Nos divertimos mucho, —respondo, sintiendo una calidez que me llena el pecho.
Llegamos a una foto de un viaje que hicimos un otoño ya muy lejano. La arena blanca, el mar azul y nosotros dos abrazados, con el viento despeinando nuestros cabellos, en la playa de la Concha. —Ese fue el otoño en que fuimos a San Sebastián con unos amigos. Pasamos horas caminando por la orilla, — digo, dejándome llevar por la nostalgia.
—Me encanta el Cantábrico, —dice ella, cerrando los ojos como si pudiera sentir el sol y escuchar las olas.
—Y a mí verte disfrutarlo, —le respondo, apretando con dulzura su mano.
Finalmente, llegamos a la última página. Una foto de nosotros dos, ya mayores, en nuestro último aniversario. —Mira, ahí estamos, —digo, señalando la imagen.
—Parecen muy felices, —comenta ella, con una sonrisa débil.
—Lo somos. Lo somos, —le respondo, acariciando la piel de su brazo.
Cierro el álbum y me quedo en silencio, observando cómo el último rayo de sol se cuela por la ventana y acaricia su rostro. Aunque la enfermedad haya cambiado tantas cosas, no puede borrar el amor que siento por ella. Cada tarde, cada historia, es mi manera de luchar contra el olvido. De mantener viva la memoria de nuestra vida juntos.
Y así, cada día, vuelvo a abrir el álbum y a contarle nuestras historias. Porque aunque ella ya no pueda recordar, yo me encargaré de mantener vivos nuestros recuerdos.
Comprueba si has acertado el tema musical.
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