Me los estáis tocando demasiado
Que al emperador se los tocaran demasiado, como que le hacía tanta gracia como una patada en lo que le tocaban. Y estando de luto, que ya hay que ser cabrones. Pero los cabrones que más se los tocaron, estando con el alma rota de pena como estaba, fueron sus paisanos de Gante y los alemanes. Estos últimos, todo hay que decirlo, ya llevaban tiempo haciéndolo, y lo llevarían hasta el extremo de liarse a hostias con ellos, pero hostias de verdad —hostialidades por todo lo alto—, unos cuantos años después.
Los de su pueblo decidieron subirse a sus barbas imperiales allá por 1540. Por resumir, le montaron un Cristo a la reina María de Hungría, gobernadora y hermana de Carlos, por incrementarles los impuestos un par de años atrás, en 1537, cuando se pensaba que el francés, o sea, Francisco I, una vez más iba a arrear para arriba contra ella.
Como la emperatriz Isabel ya estaba criando malvas y Felipe aún andaba por la pubertad, tuvo que confiar el peso de Castilla en el buen tino del Cardenal Tavera al lado de su bisoño hijo mientras él se iba a repartir manguzás y tollinas como aspas de molino; aparte de que con esta decisión también pretendía que aquel cardenal le enseñara cómo hacerse con el asunto en caso de que el que cerrara la sesión fuera él, lo que tampoco era descartable andando por esos mundos de Dios dando guantadas y evitando otras.
Camino de Gante, el emperador hizo parada y fonda en París, que Francisco I le dijo que subiera todo tieso para arriba sin miedo, que él le franqueaba el acceso a los Países Bajos y, de paso, se tomaban una copas y tal; además de conocer, como todo hijo de vecino que viaja a París por primera vez, el Sena, Notre Dame, etcétera. El Louvre y la Torre Eiffel no, que son de siglos posteriores. Que lo sepas.
La entrada en Gante, el 14 de febrero de 1540 fue, por decirlo suave, como aquello de «aquí estoy. A ver si ahora tenéis cojones para tocármelos». Eso, en compañía de 5000 mercenarios alemanes. Muy mercenarios, y muy alemanes. Tres días después, el 17, comenzó una represión antológica contra los líderes y todo aquel que había pintado algo en aquella rebelión que conté líneas más arriba. Aquellos fueron días de terror, pero terror del chungo; y una zona de Gante fue arrasada para construir un castillo que recordara a los ganteses quién era su vecino más conocido, además de quitarle el escudo a la ciudad, bienes y armas, y todos sus privilegios y libertades. Tonterías, las justas.
Y contada la de Gante, vamos con los alemanes. Carlos se personó al año siguiente en Ratisbona, donde tocaba Dieta en 1541. No obstante, lo de Alemania iba a resultar más complicado que lo de su ciudad natal. No se trataba de una cuestión de un impuesto de más o de menos, sino de controlar la herejía luterana, que había prendido a lo bestia en casi todo el país; y que había dado alas a unos cuantos príncipes para comenzar a pensar en volar por cuenta propia también en lo político. De ahí que tuviera claro que, si no tocaba el asunto, se podía dar con un canto en los dientes para el resto de las cuestiones relativas al gobierno del país. La prueba está en cómo resolvió la Dieta celebrada también en Ratisbona en 1532, con el turco grande sembrando el terror por el oriente y con ganas de seguir de marcha por Alemania y sus alrededores.
Pero lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible. El problema tenía una raíz más profunda, sobre todo cuando varios príncipes alemanes decidieron aliarse allá por 1531 en una asociación que llamaron Liga de Esmalcalda. Es decir, tacto, tacto, tacto, que aquello era lo más parecido a darse un baño en una bañera con decenas de pirañas deseando hartarse de trozos de emperador. Arreglar el asunto por las buenas tenía peor pinta que un morteruelo a primera vista —pero sabe que te cagas. Ya te lo digo yo.
Asunto que se complicó al dejar que un alemán, el vicecanciller del imperio, Matías Held, se encargara del particular. Held era católico. Pero católico, católico; y pertenecía a una de sus ramas más intransigentes. Y lo que hizo fue poner a los luteranos más calientes que una pizza recién sacada del horno. Un bárbaro, el colega. Viendo los resultados, Carlos no tardó en sustituirlo por alguien más moderado, su consejero Naves, en un intento por atenuar un incendio sobre el que Held había arrojado una gasolina inesperada.
La consecuencia fue la firma de un acuerdo el 19 de abril de 1539 antes de la celebración de la Dieta por el que el emperador lograba atemperar un poco los ánimos —en especial, respetando a los firmantes de la Confesión de Augsburgo de 1530 y otros menesteres para rebajar la temperatura del asunto—. Algo es algo. Buenas perspectivas, en suma, para la Dieta de Ratisbona.
Pero no.
Fue aquella Dieta una cita para intentar calmar los ánimos en religioso y en lo político, más en lo primero que en lo segundo; una Dieta con muchos tiras y aflojas, de muchas voces y no menos tú eres esto, pues tú el doble; de posiciones encontradas sin ninguna solución, pues la cuestión religiosa estaba tan enquistada como algunos de sus defensores en sus respectivas posesiones; y que acabó de manera desesperanzadora para el emperador, aquejado, para colmo, de un ataque de gota que le traía por la calle de la amargura. Todo esto unido a su hermana María, harta de los Países Bajos y amenazando con tomar la calle de en medio, y con los dos turcos —Solimán por el oriente y Barbarroja por el Mediterráneo— con ganas de cachondeo.
Total, que el emperador firmó los acuerdos de la Dieta de Ratisbona el 29 de julio de 1541 con el mismo entusiasmo que un condenado su pena de muerte y con la mayoría de los príncipes alemanes diciendo que se abstenían de hacerlo. Una bofetada del copón para su ánimo, que ansiaba arreglar aquello de manera pacífica. Lo que vendría a continuación —en siguientes capítulos lo contaré— fue una demostración por su parte de si esto no se arregla por las buenas, se arregla por las malas. Y malas de verdad.
Así que, para subirse el ánimo, se lanzó a por Barbarroja en Argel. Para chulo, yo; y también para ir calentando el cuerpo de cara a lo que vendría después.
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