¿Qué haces cuando el miedo te paraliza? Para mí, todo empezó con la invitación a la boda de mi mejor amiga en Mallorca. Un lugar que anhelaba conocer, pero que implicaba enfrentar mi pánico irracional a volar y navegar. Acompáñame en este viaje hacia la superación personal.
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Venciendo mis miedos
Mi mejor amiga desde la infancia había decidido hace muchos años mudarse a vivir a Mallorca. Encontró en la isla un refugio de paz y belleza, un lugar donde el mar y el cielo se entrelazan en un azul eterno. Para ella, Mallorca era más que un hogar; era un oasis.
Desde entonces, nuestra amistad floreció a pesar de la distancia. Nos escribíamos cartas largas y detalladas, compartíamos llamadas telefónicas llenas de risas y anécdotas, y me visitaba siempre que su agenda se lo permitía.
Después de todos estos años, recibí la noticia que cambiaría mi vida: Elena se iba a casar. La emoción en su voz mientras me lo contaba era palpable y su alegría se contagiaba a través del teléfono. Me invitó a la boda, que tendría lugar en Mallorca, en ese sitio mágico que ella había aprendido a amar en profundidad.
Sin embargo, la noticia también despertó algo más en mí: un abismal miedo que había estado enterrado durante años. Desde niña, siempre había tenido pánico a volar. El solo pensamiento de subir a un avión me provocaba una ansiedad paralizante, como si el aire mismo se volviera denso y me aplastara. Pero lo que era aún peor, y que pocos sabían, era mi terror irracional a los barcos y a navegar.
La idea de cruzar el mar, incluso en un ferry corto hacia Mallorca, me llenaba de un pánico indescriptible. Mis manos sudaban, mi respiración se volvía superficial y mi corazón parecía querer salirse de mi pecho. Era como si cada célula de mi cuerpo estuviera programada para evitar cualquier situación que implicara el mar y el movimiento sobre él.
Sabía que no podía perderme la boda de Elena, no después de todo lo que habíamos compartido a lo largo de los años. Pero enfrentar mis miedos era una montaña imposible de escalar por mi cuenta. Fue entonces cuando decidí buscar ayuda profesional.
Mi terapeuta escuchó con paciencia mi historia. Describí cómo el miedo me paralizaba, cómo afectaba mi vida y cómo ahora estaba obstaculizando mi deseo de estar presente en un momento tan importante para mi amiga. Con cuidado y comprensión, la doctora me guió a través de ejercicios de respiración y técnicas de relajación. Me enseñó a identificar mis pensamientos irracionales y a reemplazarlos con afirmaciones positivas y realistas.
Cada sesión era un paso adelante en mi camino hacia la superación personal. Aprendí que el miedo, aunque abrumador, no era más fuerte que mi voluntad de enfrentarlo. La doctora me alentó a visualizar el viaje, a descomponerlo en pasos manejables y a concentrarme en el momento presente en lugar de dejarme llevar por anticipaciones catastróficas.
Finalmente, llegó el día de mi viaje a Mallorca para la boda de Elena. Me encontré en el aeropuerto, rodeada de personas y aviones, sintiendo cómo mi cuerpo temblaba de ansiedad. Pero esta vez, algo había cambiado dentro de mí. Respiré con intensidad, recordé las técnicas que había practicado con la Dra. Martínez y me repetí a mí misma que podía hacerlo.
Subí al avión con manos temblorosas pero decididas. Cerré los ojos mientras despegábamos y me aferré a las imágenes positivas que había creado en mi mente. Sentí el vértigo de la ascensión, pero también noté una extraña calma al darme cuenta de que estaba desafiando a mis propios demonios.
Llegar a Mallorca fue un triunfo personal indescriptible. Percibí una oleada de alivio y alegría al pisar tierra firme, consciente de que había vencido mi miedo irracional y encontrado una nueva confianza en mí misma.
La boda de mi amiga fue mágica. Bailamos bajo las estrellas, compartimos historias y reímos como si el tiempo se hubiera detenido. En ese momento, supe que mi viaje no solo había sido físico, sino también emocional y espiritual. Había demostrado a mí misma que con el estímulo adecuado y la determinación correcta, podemos superar cualquier obstáculo, incluso los más temidos e insuperables.
Elena y yo compartimos muchas lágrimas de alegría esa noche, pero las mías también fueron de orgullo y gratitud hacia mí misma por haber encontrado el coraje de enfrentar mis miedos.
Desde entonces, he llevado esa lección conmigo: que el crecimiento personal y la superación no vienen sin desafíos, pero que cada progreso nos fortalece y nos acerca más a la plenitud de vivir sin miedo.
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