En la quietud de la noche, una llamada inoportuna despierta fantasmas del pasado. ¿Qué secretos ocultan las palabras que fluyen a través del auricular? ¿Podrá enfrentarse a la tormenta de emociones que amenaza con desbordar su corazón? Adéntrate en este relato de amor y despedida para descubrir la fuerza necesaria para dejar ir.

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Llamadas nocturnas

El sonido del teléfono corta el silencio de la noche como un cuchillo afilado. Estoy recostada en el sofá junto a mi pareja, sumergida en la pantalla azulada de la televisión, pero el timbre insidioso trae consigo una perturbadora interrupción. Una pausa, un intercambio de miradas fugaces con mi compañero, y luego me veo obligada a levantarme para responder, sintiendo el peso de la familiaridad sobre mis hombros.

—Lo siento—, su voz llega al otro lado de la línea, cargada de una mezcla de angustia y remordimiento. —Sé que prometí que no volvería a llamarte.

Respiro con profundidad, tratando de mantener la calma mientras las palabras que ya he escuchado innumerables veces atraviesan mi oído. —Lo sé—, respondo con la frialdad de la costumbre, aunque en mi interior una tormenta de emociones comienza a surgir. Es difícil mantenerme firme cuando el pasado llama a mi puerta de manera tan insistente.

—Estás con él, ¿verdad?— Su pregunta es más una afirmación que una indagación genuina. —Puedo escucharlo en el fondo, no estoy tratando de interponerme entre vosotros dos, pero…

Sé lo que viene a continuación, su confesión de dolor y su necesidad desesperada de estar conmigo. Y aunque ya no siento por él lo que una vez sentí, no consigo ignorar por completo el eco de esa conexión que alguna vez compartimos. —No es el momento adecuado—, le digo con una franqueza que apenas sostengo. —Lo sabes tan bien como yo.

Pero hay algo en su voz, una urgencia casi nada contenida, que me obliga a escuchar un poco más. —Necesito verte—, insiste, y siento la fuerza de su deseo a través de la línea. —Es más fuerte de lo que puedo manejar solo. Creo que me estoy muriendo sin ti.

Por un momento, me detengo a considerar sus palabras. Él está luchando, lo sé. Aunque ya no puedo ofrecerle lo que él busca, no niego el conocimiento del dolor que él lleva consigo. —Estás tratando de ser valiente—, le digo, escuchando el temblor en mi voz. —Pero no podemos seguir así. No hay nada que pueda compensar este vacío que sientes.

La súplica llega entonces, como siempre. Promesas de cambio, de hacer todo lo que pueda para recuperar lo que perdimos. Pero sé, en lo más profundo de mí ser, que no hay marcha atrás en este camino que he tomado. —Ya no hay vuelta atrás—, le digo, mi voz más firme de lo que creo posible. —Lo siento.

Él suspira al otro lado, una exhalación cargada de resignación y dolor. —Te amo—, murmura, como un último intento de retenerme junto a él.

No hay palabras que puedan cambiar lo que ya está escrito. —Adiós—, respondo, y cuelgo antes de que la tentación de volver atrás se apodere de mí. No quiero hacerle más daño del necesario, aunque sé que el dolor persistirá, al igual que una herida que tarda en sanar.

El teléfono vuelve a sonar, como una señal de que esta noche no será la última vez. Y aunque me duela, sé que tendré que enfrentar cada batalla nocturna hasta que él comprenda que el ciclo ha llegado a su fin. Que ya no queda nada entre nosotros más que los ecos de lo que una vez fuimos.

Que es hora de dejarme ir.

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@yugm76