En la sofocante comisaría, el veterano policía se enfrenta a su último caso junto a su ambiciosa compañera. ¿Qué secretos oculta la testigo del brutal asesinato? ¿Podrán resolver el enigma en medio del calor asfixiante y las tensiones crecientes?
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Confesiones mortales
La calurosa mañana de verano se cuela por las ventanas entreabiertas de la comisaría, donde el aire acondicionado, fiel aliado en días como este, está estropeado. Me encuentro sentado frente a la mesa. Mi compañera, recién salida de la academia y con ansias de demostrar su valía, se halla a mi lado. La diferencia entre nosotros es palpable: yo, el veterano a punto de jubilarme, enfrentando mi último caso; ella, con la energía y la ambición propias de quien está empezando en la profesión.
Entra la testigo. Una mujer que ha presenciado el brutal asesinato de su marido apenas unas horas atrás. Su rostro está marcado por el terror y la angustia, y puedo sentir la tensión en el aire mientras nos relata los terribles acontecimientos. Describe cómo tres hombres, que parecían drogados y en plena ansiedad, intentaron robar a su esposo cuando regresaba del trabajo. Su voz se quiebra al recordar cómo, al no conseguir nada, los delincuentes apuñalaron a su marido en el portal de su casa. Sus lágrimas se confunden con el sudor que resbala por su rostro en medio de esta calurosa mañana de verano.
Durante el interrogatorio, mi compañera adopta un tono más duro y cruel, presionando a la testigo con preguntas incisivas. Yo, en cambio, mantengo la calma y la compostura, tratando de generar confianza y empatía con la mujer que está frente a nosotros. La dinámica entre ambos crea un ambiente tenso y cargado de emociones.
En medio del interrogatorio, otro oficial entra en la sala y solicita la presencia de mi compañera afuera. Mientras tanto, yo aprovecho para seguir hablando con la testigo, intentando sonsacarle más información sobre lo ocurrido aquella fatídica noche.
Cuando mi compañera regresa a la sala, lo hace con una sonrisa maliciosa en los labios y una mirada inquietante. Sin rodeos, le preguntó a la viuda si sabía que su marido había salido antes de trabajar la noche anterior. La respuesta es negativa, al igual que cuando le pregunta por el paradero del móvil de empresa de su esposo.
Entonces saca un sobre transparente de pruebas y se lo muestra a la viuda. Dentro hay un informe de la entidad donde trabaja su marido, confirmando que salió dos horas antes de lo habitual, alegando enfermedad. Además, unas fotos recuperadas del móvil de la empresa muestran a la viuda besándose con otro hombre en la plaza de su casa esa misma noche, horas antes del asesinato de su esposo. A pesar de estas pruebas contundentes, la testigo sigue negando los hechos.
Entonces, decido exponer mi teoría de lo sucedido. Le explico que creo que ella estaba cansada de la soledad debido al trabajo nocturno de su esposo, por lo que decidió tomar medidas. Sin embargo, esa noche su marido estaba enfermo y había ido al hospital. Al regresar a casa, los encontró a ella y al otro hombre besándose en la plaza. En un ataque de ira y desesperación, se desató una pelea en la que el amante sacó una navaja y apuñaló al marido, tal vez por accidente o tal vez con intención. De lo que sí que estoy seguro es que decidieron fingir el atraco fallido, encubriendo así su crimen, y tratando de incriminar a los tres extraños que pasaban por el lugar.
La viuda, al final, rompe a llorar, confesando su participación en el trágico suceso. El silencio se apodera de la sala mientras la realidad asoma.
Mi compañera lo rompe con una frase cortante y jocosa: —El amor mata… ¿verdad? —.
Veamos si has acertado el tema musical.
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