En el anochecer de Cádiz, un encuentro fortuito entre tres almas marcó el inicio de una trama envolvente y tormentosa. ¿Qué secretos escondían las miradas de Carmen y Ana? ¿Podrán sobrevivir al dilema del amor y la lealtad en un juego de pasiones prohibidas y destinos entrelazados?
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Recuerdos ardientes
De aquello ya han pasado veintiún años, pero sigo recordándolo como si fuera ayer. Nunca le conté nada a Carmen, jamás le revelé a Ana que conocía su verdad. Hasta hace poco, que ya no pude soportarlo más…
En noches como hoy es cuando me acuerdo de aquello, y recuerdo a Ana. Rememoro lo que pudo haber sido y nunca fue. Evoco el fuego que ardía en su mirada cuando nos encontrábamos, el deseo que emanaba de su piel cada vez que nos rozábamos por casualidad.
Vi cómo Ana se marchitaba poco a poco por su amor. Lo pasó muy mal.
Estoy harto de mi presente, de que mi relación de pareja haga aguas por todos lados. Desde que las cosas no van bien con Carmen, no pienso más que en Ana. Sé que muchos otros han pasado por su vida; ninguno duró demasiado.
Por eso no pierdo la esperanza… Quiero poseerla, sentir su piel desnuda sobre la mía, tenerla entre mis brazos.
Cierro los ojos y me sumerjo en un mundo donde Ana y yo somos los únicos habitantes, y nuestros cuerpos se encuentran en un baile sin fin de deseo y pasión.
La imagino frente a mí, su mirada ardiente clavada en la mía, sus labios entreabiertos ansiosos por el beso que los devore. Mis manos exploran su piel con avidez, cada caricia provocando gemidos de placer en su boca. Nos entregamos al éxtasis, sin barreras ni inhibiciones, con nuestros cuerpos fundiéndose en una danza desenfrenada de satisfacción.
La deseo con una intensidad que quema como fuego; y ella responde con la misma pasión, cada beso, cada roce, alimentando la llama que arde entre nosotros. Nos perdemos en un mar de sensaciones, donde el tiempo se detiene y solo existe el aquí y el ahora, el deseo que nos consume hasta no dejar nada más que cenizas de satisfacción.
La llamo, la escribo, la acoso, enviándole fotos íntimas mías y mensajes subidos de tono, y ese tipo de cosas. No hago más que intentar seducirla.
Ahora me doy cuenta de lo que perdí; la quiero a ella, soy yo el que la desea más que a nada en este mundo. Pretendo con desesperación reconstruir lo que una vez sintió por mí; sé que nunca será suficiente.
Un mensaje me hace regresar a la realidad y despertar de mi ensoñación. Es ella, es Ana. “Déjame en paz, olvídate de mí. Carmen fue, es y será mi amiga.” Es como una horrible sentencia que me rompe por dentro.
Ahora soy yo el que la desea, ahora soy yo el que soy presa del dolor.
Veamos si has acertado
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