‘Pa’ habernos ‘matao’ por @VictorFCorreas (serial sobre Carlos V) para leer y escuchar: «La distancia es como el viento»

La distancia es como el viento

Después de lo de Augsburgo, Carlos V tenía unas ganas locas de volver para casa, esto es, España, y ver a la Isabel de sus amores todo lo que pudiera, pero no pudo. El imperio es así. Tardó una temporada larga en regresar para perderse en sus brazos.

Primero, por lo de los protestantes, a los que ya habrá que empezar a llamar herejes, tal como eran considerados; contra los que algunos le pedían prudencia que y dejara pasar el tiempo, que ya había bastante con las ganas de jarana que traería Solimán el Magnífico —el turco grande— para la primavera. Es entonces cuando aquí entra en danza una figura clave en este asunto: el cardenal García de Loaysa, un fraile ascendido desde Roma hasta lo más alto y que le insistió en que nada de paciencia: caña a los herejes como si no hubiera un mañana. Nada de persuadir; y, asimismo, que si su santidad no se decidía a convocar Concilio, al menos que él, como emperador, quedara como dueño de una Alemania amenazada por la herejía. Que no quede por ti y todo eso.

Ni que decir que, tras la Dieta, no hubo entente cordial entre luteranos y Roma, por lo que aquella cita mantuvo su condena al luteranismo hasta que, en 1999, a Juan Pablo II le dio por decir que vale ya de tanta tontería, que ya somos mayorcitos todos y vamos a llevarnos bien, firmando un acuerdo en Augsburgo por aquella fecha que establecía la paz; que, para Carlos, llegaba con 500 años de retraso. Pero, como se suele decir, nunca es tarde si la dicha es buena.

Y luego estaba la cuestión de reorganizar el imperio en Alemania. Tal como quedaba el patio tras la Dieta de Augsburgo, las esperanzas del emperador de tenerlo controlado eran las mismas que las de uno que espera que le toque el gordo de Navidad sin comprar décimo alguno. Lo único que pudo sacar de aquella Dieta fue algunos arreglos gubernativos en torno a la Cámara de Justicia del Imperio, aunar voluntades contra el turco grande y preparar la elección de su hermano Fernando como rey de Romanos; quien se encargaría de representarle cuando él se ausentara del imperio, o sea, cuando le tocara pasarse por los Países Bajos, España o Italia.

De todo esto quedaban dos claras: que Fernando quedaba encarrillado para sucederle llegado el momento ―lo que acabó pasando―, más siendo coronado rey de Romanos en Aquisgrán el 11 de enero de 1531; y la pasta que había sacado de la Dieta, suficiente como para armar un ejército de 40000 soldados y 8000 jinetes durante seis meses, listo para cuando al turco se le ocurriera darse otro garbeo por la Europa continental, lo que no ocurrió en 1531, sino en 1532.

Para rematar este guirigay, va su tía, Margarita de Austria, y no se le ocurre mejor cosa que cerrar sesión. No somos nadie. La persona que le había criado cuando sus padres pusieron rumbo a España en 1505 para controlar el patio; y a la que Carlos V lo único que podía achacarle era su simpatía por la Reforma. Que sí, que sí; que Lutero le dedicó una versión de los Cuatro Salmos que había hecho en 1526. Que ya había que tener cojones después de los de Worms. Del particular Margarita le tuvo que dar las oportunas explicaciones. Es más, la prueba de que la cosa no había generado recelos entre ambos es que Carlos V la reclamó a su verita, sin saberlo, cinco meses antes de que Margarita se marchara para el otro barrio, lo que es ejemplo de la estima que tenía por ella y sus consejos.

Con este percal, ¿cómo iba a volver a casa? Alma cándida… Si es que me lían, estuvo a punto de soltarle a la emperatriz. Había que ir a los Países Bajos a ver cómo resolvía lo de su tía Margarita, que para eso era la regente en su ausencia ―la elegida fue su hermana María, reina de Hungría. A la que recordarás seguro por la que montó Solimán, el turco grande, en la batalla de Mohács en 1526, cuando se cargó a su esposo Luis II, entre otros―; y prepararse para el nuevo intento de aquel turco de expandir sus dominios, al que se le había metido conquistar Viena remontando el Danubio por sus cojones musulmanes.

Por lo tanto, entre Carlos e Isabel hubo cartas y más cartas para intentar relajar el abismo de la distancia, pues lo de volver a España ― «la cosa que más deseo», llegaría a decirle en una de aquellas muchas cartas. «Porque demás de por mi contentamiento es la cosa que más deseo mi vuelta, principalmente por verla y estar con ella», le dictaría a su secretario en otra―, iba para largo. Pero largo, largo.

Cartas, palabras de amor, etcétera. El que traía poco de eso era Solimán el Magnífico, el turco grande. Venía como los de Desmadre 75 cantando aquello de «Saca el güisqui cheli para el personal / Que vamos a un guateque / llévate el casete pa poder bailar/ como en una discoteque». Con unas ganas de jarana que te rilas, como te imaginarás.

Después de leer viene lo de escuchar, ya sabes que el podcast y el post no son iguales.

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@VictorFCorreas

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About Galiana

Escritora, bloguera, podcaster, enamorada de todo lo que huele y sabe a Cultura
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