¿Cuál es el verdadero poder de Soledad en su vida? Ella es su refugio, su fuerza en momentos de tentación y nostalgia. Pero el desván es un territorio inexplorado, un reino de emociones y recuerdos compartidos. ¿Podrá superar el miedo y enfrentar la verdad oculta detrás de la puerta cerrada?

El desván olvidado

Lo siento, hace tiempo que malgastaste tu oportunidad, que perdiste mi tren, que me empujaste a sus brazos. Tuve que dar un giro a mi vida. Esa metamorfosis, alteración, mutación o como quieras llamarlo que te preocupaba, ocurrió. Mira que tantas y tantas veces me preguntaste por ella, ahora dudo si por miedo o pura curiosidad, y mi respuesta era siempre la misma: “Nunca… jamás… imposible que tú salgas de mi vida”.

Soledad es mi amiga, mi compañera, ya desde hace mucho tiempo, permanece junto a mí allá donde voy, me acompaña, está siempre a mi lado. Se ha convertido en mi amante, mi confidente, mi adicción.

Llegó un día cualquiera, no lo recuerdo muy bien con claridad, llamó a la puerta y decidió instalarse conmigo en nuestra casa.

Ese hogar que tú y yo compartimos, lleno de recuerdos, vivencias, momentos, risas y lamentos, que se quedaran perdidos y abandonados en su interior en apenas unos días.

Tan solo falta una semana para que la casa ya no sea nuestra. Por fin podremos deshacernos de este lastre que, en mi caso, me arrastra a lo más profundo del abismo, a encontrarme una y otra vez contigo. Estoy deseando que no vuelvas a formar parte de mi vida.

La mayoría de las cosas ya están guardadas y seleccionadas en cajas, ya sea para la mudanza o la basura. Por el momento no me ha causado ninguna dificultad. Todas tus cosas, las que estaban a simple vista, las recogiste y te las llevaste el día en que determinaste tu marcha.

Ahora me acuerdo, Soledad, llegó poco antes de salir tú por la puerta, decidiendo ocupar así tu sitio en la cama, en el sofá, en mi mente y corazón. Sería muy vulgar acusarte de echarme a sus brazos, pero sabes que fue así.

Reconozco que ella ha sido de gran ayuda. 

Cuando por algún motivo volvías a recoger algo que se te había olvidado, me escribías un mensaje porque querías saber cómo estaba o sí, con total simplicidad. Mis pasos me llevaban hasta tu calle, y entonces tus palabras y tu voz volvían a mí; era ella la que tomaba el control. 

Alejándome de tu mirada, de tu voz y de tus recuerdos. Sacándote a golpes de dentro de mí, mientras rellenaba de nuevo ese lugar con su sola presencia.

Soledad está, siempre está, no tienes que llamarla, ni pedirle ayuda, sabe cuándo y cómo aparecer y echarme una mano para evitar convertirme en el idiota que podría haber sido desde tu partida.

Solo hay un sitio en el que ni ella ni yo hemos vuelto a poner un pie, a partir de que te marchaste. El desván. Allí subí todas aquellas cosas tuyas, pero que eran mías. No sé si me explico, me refiero a cartas, regalos, fotos y, como no, lágrimas…

¿Sabes por qué tengo tanto miedo a subir?

Por algún motivo, ella no puede entrar allí. Se queda en la puerta, bloqueada, sin saber qué hacer, y tendré que ser yo solo, sin su apoyo y compañía, el que me tenga que deshacer de ti, de todo lo que me queda de tu ser, del último resquicio de nuestro amor.

Puedo afirmar, con el corazón en la mano, que ese pavor me paraliza a subir y ponerme a recoger todo lo que pudiera haber. No quiero que la herida que me dejaste se vuelva a abrir y sentir aquel dolor que era como un rayo atravesándote de los pies a la cabeza, partiéndome en dos. Sentir esa oscuridad que me envolvía al principio, justo antes de que ella llegara y lo absorbiera todo.

Y, sin embargo, Soledad, esa sensación con nombre de mujer, estará esperándome en la puerta, con los brazos abiertos para arroparme en su abrazo. Sentándome a su eterna compañía el resto de mi vida.

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@yugm76