Una cita con @GalianaRgm: «El televisor»

¿Tras la jubilación qué?

El televisor

Sentado desde primera hora del día frente al televisor. Se repite en silencio, a modo de letanía, que toca estar allí mirando aquella sucesión de imágenes inconexas. Hace rato ha quitado el sonido. Le molestan las voces de diversos locutores en las diferentes cadenas. Todos dicen lo mismo, ninguno nada.

La televisión, desde que se jubiló, ha ocupado el tiempo libre del que dispone, salvo cuando duerme. Ahora, en los asuntos de la dormida, incluye una siesta de padrenuestro, pijama y orinal.

El rato que no duerme ni ve la tele es el que pasa en la cocina comiendo. Sigue sentándose a mesa puesta. Engullendo como los pavos cuando lo que hay en el plato no le gusta. De niño le enseñaron que es de mala educación rechazar algo que han hecho para ti.

Entre ver la tele, dormir y comer, podría pasar el día entero, achaca a la mala suerte que no puede ser.

Desde que se jubiló, hace dos años, su mujer no para de atormentarle con que está todo el día metido en la casa.

Ya no queda nada de aquella muchacha pizpireta que conoció en una verbena en las fiestas del pueblo, aquella con la que se casó de forma apresurada, la que le dio cuatro hijas y ningún hijo, la que decidió no trabajar fuera del hogar para ejercer de madre, esposa, educadora, cocinera, costurera, economista, filósofa, psicóloga, médico…

Desde que las chicas se casaron, va por las mañanas, entre semana, a clase de cosas mil. Hoy, al volver, se plantó delante del televisor y le dijo que no podían seguir así. Le pidió el divorcio, y él se echó a reír.

Tras eso se levantó sin hablar y se fue a la cocina. Se sentó en la mesa; era la hora de comer. Ella entró. Le miró. Sin decir nada, se puso a preparar la comida. Ambos siguieron en silencio hasta que ella puso la sartén sobre el salvamanteles. Luego los platos, los vasos, los cubiertos. Sacó de la nevera el vino y, al ir a colocarlo, él no estaba. Le escuchó farfullar desde la sala algunas palabras ininteligibles sobre que la comida sabía diferente. Se quitó el delantal. Fue al salón. Se sentó frente al televisor. Le habló. No contestó, como si algo en la pantalla le hubiera abducido. Se acercó. Le tocó. Se aseguró que estaba frío. Después regresó a la cocina. No comió. Recogió todo, poniendo especial esmero en desinfectarlo todo. Se sentó en el sofá, al lado de su marido. Cogió el mando de la televisión y dijo:

—Por fin puedo ver la novela de la tarde sin interrupciones.

Galiana

Acerca de Galiana

Escritora, bloguera, podcaster, enamorada de todo lo que huele y sabe a Cultura
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