‘Pa’ habernos ‘matao’ por @VictorFCorreas (serial sobre Carlos V) para leer y escuchar: «Vamos para Italia, Oh, Oh, Oh, Oh, Oh, Oh»

Vamos para Italia, Oh, Oh, Oh, Oh, Oh, Oh

En las anteriores entregas de esta vida de Carlos le dejamos más contento que unas pascuas con su churumbel, con Italia hecha unos zorros por culpa de sus Tercios y el comportamiento de su santidad, y el luteranismo dando signos de que la cosa iba para largo.

Para arreglar lo de la zapatiesta que aquellos Tercios montaron en Roma, Carlos dijo que era necesario darse un garbeo por Italia. Pero no por fardar de imperio o porque le salía de la entrepierna sin más, sino porque así lo exigía el buen gobierno de aquel imperio, y también para llevar la paz a todas sus tierras. Además, pensaba proponer a su santidad la celebración de un concilio general para, además de restañar las heridas entre ambos, reformar la Iglesia y así cortar por lo sano el luteranismo que bullía en Alemania; que amenazaba con coger la mochila y salir de visita por cuanta más tierras, mejor.

Cierto es que hubo algunos que le recomendaron que mirara al otro lado del Mediterráneo, a esas costas del norte de África de donde procedían los piratas —argelinos, especialmente— que asolaban las costas españolas una y otra vez. Pero Carlos, erre que erre, dijo que Europa, y de ésta le interesaba Italia más que nada, además de sus jaleos con el papa, para agradecer a los partidarios que habían vuelto a su redil y asimismo a los nuevos —como los Dorias, en Génova, hasta entonces aliados del francés— su adhesión a la causa.

Por lo tanto, después de visitar a aquellos súbditos que le reclamaban un poco de atención o tiraos el rollo y hacednos una deferencia, como en el caso de los valencianos —a los que nunca hasta entonces había visitado— y de dejar encarriladas las Cortes de Monzón celebradas en el verano de 1528, el emperador decidió marcarse un viaje a Italia.

Pero sucedió algo inesperado por entonces, aunque muy habitual en la época, y es que el francés, Francisco I, decidió desafiar al emperador. Un desafío hombre a hombre. O sea, a hostia limpia, sin tonterías, y así poner fin a las diferencias que ambos tenían a cuenta de lo pactado y no cumplido, y que arrancaba desde el mismo momento que ambos optaron a lo mismo —el trono del imperio— y sólo uno —Carlos— ganó.

Un desafío la mar de delicioso en lo que se refiere a la correspondencia epistolar que Carlos y Francisco se cruzaron, y del que te contaré todo, con pelos y señales, en la próxima entrega de esta vida de Carlos.

Después de leer viene lo de escuchar, ya sabes que el podcast y el post no son iguales.

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@VictorFCorreas

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About Galiana

Escritora, bloguera, podcaster, enamorada de todo lo que huele y sabe a Cultura
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