‘Pa’ habernos ‘matao’ por @VictorFCorreas (serial sobre Carlos V) para leer y escuchar: «Y dejaron Roma como un solar»

Y dejaron Roma como un solar

Lo dejé apuntado en el anterior capítulo de la vida del emperador: en pleno bautizo de su churumbel, le llegaron los ecos de la que habían organizado sus Tercios en Roma. Una consecuencia como otra cualquiera de dejarlos sueltos a sus anchas por Europa. Y la soldada, mal, tarde o nunca. Así que su sustento dependía de lo que fueran pescando por el camino. Lo mismo que una comisión para un político: como para desaprovecharlo.

Te voy a resumir el asunto para que no se te haga más largo que un día sin pan: su santidad, Clemente VII, ya se olía algo; y más cuando Carlos le exigió a finales de 1526 la celebración de un concilio. En estas, en el sur de Italia, aguardaban acampadas tropas imperiales al mando de Carlos de Lannoy, virrey de Nápoles para lo que surgiera o fuera menester. Como para que su santidad no los tuviera por corbata. A eso súmale que lo gordo, gordo le iba a llegar por el norte. Y eso sí que era hors catégorie, que diría Francisco I.

Lo gordo, gordo, si nos atenemos a las cifras que da el cronista Santa Cruz, era un ejército integrado por 18000 mercenarios alemanes, 10000 españoles ―cerca de tres Tercios viejos―, 6000 italianos y 5000 suizos; y una pedrea compuesta por 6500 caballos y artillería para aburrir. Eso, todo eso, era la apuesta con la que el emperador Carlos esperaba detener las ganas de Solimán el Magnífico de dejar como un solar todo lo que pillara. Todo eso era lo que marchaba camino de Roma.

También es cierto que una parte de ese contingente se quedó en la guarnición de Milán bajo el mando del ya mítico Antonio Leyva por si al francés le entraban ganas de darle a su cuerpo alegría, Macarena. El resto, no menos de 25000 soldados con el duque de Borbón al frente, fue lo que se plantó delante de las murallas de Roma a comienzos de mayo de 1527; a los que el tal duque les soltó que los pocos duros que iban a ganar esos días dependerían de lo que rapiñaran tanto dentro de Roma como de las ciudades que iban atravesando. Entre otras cosas, la Toscana, donde respetaron Florencia. Un detalle, ya ves.

25000 soldados. Y Roma, defendida sólo por 3000. Se mascaba la tragedia, oé, oé. Antes de lo inevitable, el duque de Borbón exigió a su santidad 300.000 ducados, y aquí paz y después gloria, a lo que el santo padre dijo que de 150 000 no podía pasar. Las risas y el descojone de aquellas tropas casi las podrías escuchar tú, que estás leyendo estas líneas. Tocaba asalto a Roma. ¡Y qué asalto!

Lo peor que pudo pasar en todo aquello es que al duque de Borbón la palmara en aquel escenario, lo que dejó a la soldadesca sin voz ni amo. En consecuencia, aquello se convirtió en Sodoma y Gomera en cuanto los soldados del emperador rebasaron las murallas y se lanzaron a las calles de Roma a ver qué pasaba con lo suyo.

Allí se robó, se violó, se profanó, se incendió, se pilló, etcétera, todo lo que se pudiera robar, profanar, incendiar y pillar en Roma. Todo eso durante tres días. Me ahorro detalles, pero te los puedes imaginar. Está faltando una buena serie de Netflix, Amazon o HBO, que el asunto da para ello. Hasta que el príncipe de Orange, cabeza visible de la soldadesca en sustitución del caído duque de Borbón, dijo que vale ya, coño. Y su santidad, cercado en el castillo de Sant Ángelo, al que escapó desde San Pedro por un pasillo secreto para evitar caer en manos de los soldados.

Pues esto fue lo que conoció Carlos con retraso, y en menos que dura un suspiro se puso a intentar arreglar el asunto. El marrón le correspondió a Alfonso de Valdés, hasta entonces un modesto secretario de cartas latinas de la cancillería imperial; a quien Gattinara ―canciller del emperador― encomendó la tarea de pacificar el asunto y salvar el honor del emperador como fuera. De Valdés, un humanista de los pies a la cabeza, se lo curró para convencer a las cancillerías europeas de que lo ocurrido en Roma era necesario, pero no suficiente. Y todo eso valiéndose de una maniobra de propaganda ágil y hábil; buscando la verdadera raíz del asunto tras defender la inocencia del emperador como cosa de los designios de Dios. Te recomiendo la lectura del Diálogo de Mercurio y Carón, en el que explica el proceder del emperador producto de que Francisco y Enrique se habían aliado para tocarle los cojones. Ojo por ojo y diente por diente, que para eso el francés se había comprometido a unas cosas y luego si te he visto ni me acuerdo.

¿Y en cuanto al Saco de Roma, como se conoce a aquella que liaron los soldados del emperador? Alfonso de Valdés fue claro: Carlos no era culpable, sino quienes habían desatado toda clase de males declarando la guerra. Blanco y en botella, su santidad Clemente VII; y que, si había alguien capaz de restaurar la paz en el cristianismo, ese no era otro que Carlos.

A consecuencia de todo aquello se pudo disfrutar de un poco de paz. No es que la cosa fuera para tirar cohetes, pero algo hubo. De las rencillas y rencores surgidos y habidos se encargaron los diplomáticos y demás, que para eso saben ganarse el sueldo. Mientras, a Carlos le esperaba un retoño recién nacido ―el futuro Felipe II, en septiembre de 1527― y una peste que te rilas arrasando Valladolid. Que este valle de lágrimas es así. Alegrías, las justas. Y cuando llegan hay que bebérselas de un golpe.

Después de leer viene lo de escuchar, ya sabes que el podcast y el post no son iguales.

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@VictorFCorreas

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Escritora, bloguera, podcaster, enamorada de todo lo que huele y sabe a Cultura
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