‘Pa’ habernos ‘matao’ por @VictorFCorreas (serial sobre Carlos V) para leer y escuchar: «Pavía»

Pavía

Ole el capítulo que te traigo. No me pongo a bailar al son de unas palmas por vergüenza, pero es de aúpa; el reflejo de lo que pasó en aquellos años iniciales de la relación Carlos-Francisco. Llena de momentos inolvidables. Pavía, para empezar. Momentazo, para qué te voy a engañar.

¿Te acuerdas de las películas de Bud Spencer —Carlo Pedersoli. Tengo una foto con él. Una presencia impresionante la suya— y Terence Hill—Mario Girotti—? Cuando al primero le calentaban los cascos y el tío aguantaba con cara de ajoporro hasta que no podía más y se desataba la catarsis de la guasca.  Pues Francisco I, lo mismo con Carlos. Desde 1515, cuando se le metió el norte de Italia entre ceja y ceja para celebrar su ascensión al trono de Francia; luego, aliándose con Turquía ―que ya eran ganas de cabrear a Carlos. El enemigo de los enemigos― para contrarrestar el poder e influencia del ya Emperador; para continuar con lo de Fuenterrabía que ya te conté en la anterior entrega de esta vida. De vuelta a casa, Carlos se dedicó a poner en orden los asuntos domésticos, pero una vez arreglados… Se lio parda.

En primer lugar, Carlos se aplicó en la recuperación de Fuenterrabía. 60 grandes piezas de artillería cantando día y noche y que no dejaron piedra sobre piedra, más el vaciado del agua de los fosos para asegurar el asalto a la ciudad. Los sitiados se rindieron y, según cuenta Sandoval, cronista del emperador, «se hizo en toda España gran demostración de alegría, porque tenían estos reinos por afrenta e ignominia que franceses tuviesen un palmo de tierra en ellos». Lo que cantan los Cantores de Híspalis:

«Que cuando España se pone a bailar,

Tócala, tócala, tócala, tócala, ¡Ole!

Se forma la tremolina y es canela fina mi felicidad»

En segundo lugar, a aquel lugar llegó un nuevo aliado, Carlos III, duque de Borbón, que decidió jugar la carta del emperador en lugar de ser fiel a su rey, Francisco I. Carlos I de España y V de Alemania le otorgó el mando supremo del ejército emplazado en el norte de Italia, y el duque no tardó en invadir Provenza para, así, provocar un alzamiento contra el rey francés. Este asunto no fue muy allá, pues fracasó de manera estrepitosa aun habiendo llegado hasta Marsella. Sólo se conquistó la plaza de Tolón y hubo que abandonarla deprisa y corriendo porque al francés se le antojó conquistar Milán, así que el duque de Borbón tuvo que volver sobre sus pasos y centrarse en lo que interesaba, que era la defensa de las posesiones italianas del emperador.

Que lo de Italia se lo había tomado en serio Francisco I lo prueba que cruzó los Alpes con un poderoso ejército y entró en Milán el 26 de octubre de 1524. Como consecuencia, Roma ―donde ya era Papa Clemente VII. Otro que, ya te anticipo, va a deparar grandes momentos― y Venecia abandonaron la alianza firmada con Carlos para echarse en brazos del francés, con el que cerraron una alianza el 12 de diciembre de 1524. Un cisco de tres pares de narices. Y en todo esto tinglado, un valiente como Antonio de Leyva, resistiendo en Pavía; atrincherado como gato panza arriba junto a sus hombres.

¿Qué hizo Carlos? Primero, acudir a Tordesillas —lo que te conté en el capítulo anterior— a ver a su madre, donde pasó una larga temporada ―la mayor de todas las que estuvo allí―. Más de un mes, desde el 3 de octubre hasta el 5 de noviembre de 1524. ¿Para? Para ver qué pasaba con su hermana menor, Catalina, y con quién la casaba. El elegido fue el rey portugués, Juan III; lo que abriría las puertas a su futura boda con Isabel de Portugal, hermana de aquel monarca. Quédate con la copla.

¿Y lo de Italia? A ello voy. Todo lo ocurrido en Italia le permitió cerciorarse de que Francisco era poderoso de narices; y también de que no contaba con suficientes soldados en Italia tras las deserciones de pontificios y venecianos. Mal asunto. Pero luego le dio vueltas al asunto y también detectó que la cosa tenía más beneficios que pérdidas. Para empezar, el gustazo personal de darle en los morros a Francisco; su consagración como emperador; y ponerle en bandeja la corona imperial. Y esa tendría que correr por cuenta de Su Santidad. Ni el mejor de sus sueños húmedos tenía mejor pinta.

Cierto es que Carlos no lo pasó nada bien durante aquellos meses. Lo prueba que él mismo dejó escritas las preocupaciones que le embargaban, que eran muchas. A saber: la angustiosa situación de sus tropas en Italia, con Leyva defendiendo como podía el último reducto imperial y con un empeoramiento de las relaciones internacionales. A la deserción de pontificios y venecianos de sus filas se sumaba que su tío Enrique VIII no le estaba ayudando como esperaba. Lo de sus y a por ellos, en consecuencia, para otro momento, y a buscar una paz con Francia para atemperar las cosas.

Pasa que Francisco, como era lógico, no estaba por la labor, así que barra libre para las hostialidades después de sacar perras hasta de debajo de las piedras para que el virrey de Nápoles, Lannoy, mantuviera en pie a su ejército para batallar al francés. Dinero, decía. ¿De dónde lo sacó?, te estarás preguntando. Mira que te lo dije antes: de Portugal, casándose con Isabel. Claro que eso suponía romper la promesa contraída con Enrique VIII de casarse con su hija, María Tudor. Esas cosas de la Edad Media. La gracia que le hizo a Enrique fue floja, como te puedes imaginar.

Total, que Carlos, que por entonces soñaba con hacer algo grande ―eso con lo que pasar a la historia, que le diera fama y gloria eternas―, veía pasar el tiempo con preocupación, y eso le trajo por la calle de la amargura. Que no podía consentirlo. Así que hizo el petate y se largó para Italia para conseguir la gloria soñada. O lo que es lo mismo: enfrentarse a Francisco I. Eso sí, dejando arreglados los asuntos que tenía abiertos con portugueses ―boda― y Enrique VIII ―futura boda― y también quién se hacía cargo de los asuntos españoles durante su ausencia. Que esa también era floja.

Pero llegó lo que nadie esperaba, y en el día de su cumpleaños: 24 de febrero de 1525. Sus ejércitos no sólo derrotaron a los franceses en Pavía, sino que también apresaron a su rey. Sí, a Francisco I. Con un par. Y todo a resultas de una batalla que los generales imperiales se vieron obligados a buscar pues, de no hacerlo, no les quedaba más remedio que licenciar a las tropas por falta de perras.

Una victoria que trajo consigo muchas consecuencias. Entre otras, pensión completa para Francisco I en Madrid a cargo de Carlos. Y sin reparar en gastos, oiga. Por tan distinguido huésped, lo que hiciera falta.

Después de leer viene lo de escuchar, ya sabes que el podcast y el post no son iguales.

🎧🎙👇

@VictorFCorreas

Avatar de Desconocido

About Galiana

Escritora, bloguera, podcaster, enamorada de todo lo que huele y sabe a Cultura
Esta entrada fue publicada en ‘Pa’ habernos ‘matao’, Carlos V y etiquetada , , . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario