¿Qué propiedades tiene el tiempo? ¿Cómo es posible que momentos inolvidables se conviertan en recuerdos fugaces? Descubre la sorprendente capacidad del tiempo para transformar vidas y curar heridas en este relato lleno de giros inesperados.
La implacabilidad del tiempo
En realidad me parece asombroso la cantidad de propiedades que se le atribuyen al tiempo: es diligente, reponedor y sanador.
Si miro hacia atrás aún puedo recordar la fiesta que me organizaron mis padres cuando cumplí los 18. Vale, de acuerdo, no hace tanto tiempo… También puedo recordar el incidente que tuve con la bici con apenas siete años, mi primer beso o el día al completo de cuando falleció mi abuelo. No, no quiero hacer mención a mi memoria, que en mi caso tiende a recordar sucesos que para la mayoría pasarían desapercibidos, sino al tiempo.
Cómo van transcurriendo las horas realizando tus rutinas y al final ya ha llegado la noche. Van sucediéndose las semanas sin apenas darte cuenta, y pasas de las vacaciones de verano a la Navidad en un abrir y cerrar de ojos. Sin querer, estás celebrando el Año Nuevo cuando todavía te acuerdas del Fin de año anterior y, sin embargo, el tiempo pasa, lenta e inexorablemente.
Miro hacia atrás. Apenas solo un año, sus 365 días, con sus correspondientes meses, semanas, etc. Siento que se ha pasado como una exhalación. Aunque tengo que admitir que en mi caso ha sido lo mejor. Quien me iba a decir hace un año que me iba a encontrar así, tan bien, tan listo y preparado, tan entero. Sintiéndome persona una vez más.
Recuerdo con total claridad el 27 de diciembre del año anterior, no sé qué se le pudo pasar por la cabeza como para agarrar el teléfono y decirme, con toda su sangre fría y tranquilidad, que allí y ahora se acababa, que no quería volver a verme, en definitiva, que me dejaba. Entré en estado de shock, y más aún, cuando varios amigos y conocidos de ambos, me contaron que el día 31 ya estaba besándose con otro en la fiesta de Fin de Año. Yo la pasé solo en casa, no tenía ánimos para otra cosa.
En aquel momento sentía que no podía levantar cabeza, notaba la necesidad de aislarme del mundo, como en la cuarentena, no quería saber de nada ni de nadie. Solo me quedaba el trabajo y eso era lo único que hacía, de casa al curro y del curro a casa. Pensaba que habíamos dejado tantas cosas a medias, sitios por visitar, lugares donde ir, que ya jamás ocurrirían. Mi energía no conseguía despegar del suelo. Una enorme tormenta permanecía siempre encima de mí. Así que decidí llamar al Teléfono de la esperanza.
Aquellas conversaciones se convirtieron en algo bastante habituales, llegaba a casa, y en la soledad, marcaba el teléfono en busca de compañía.
Una noche, a finales del mes de mayo, más o menos, las cosas empezaron a cambiar. No sé, quizás, el tiempo es el que se encarga de ponerlo todo en su sitio, lo dicho, es reparador. Pues bien, aquel día mis amigos consiguieron sacarme de casa a tomar unas copas. No me parecía el mejor plan del mundo, pero no estaba mal. Además, por consejo de los que me atendían cada noche, ya había borrado de mi teléfono todas las fotos en las que aparecía y trataba de recuperar mi vida.
Aquel día me presentaron a varias personas, entre ellas al gerente de una empresa al que le gustó mucho tanto mi historia personal como profesional, y decidió ofrecerme un puesto en su negocio. No sé si por la emoción del momento, o por la “terapia” recibida, el caso es que agarré a la primera que se me puso a tiro y me la llevé a la cama. Aun puedo oír las voces de mis colegas gritando: “Fiera, fiera…”
Así empezó una nueva era para mí.
Ahora, vuelve a ser 31 de diciembre, en mi memoria retazos de aquel romance al que ni siquiera se le podía llamar amor, pues eso es con total precisión lo que siento hoy. Estoy superbién, con todo nuevo: trabajo, ciudad, casa y en especial mi pareja. Entonces me doy cuenta con cierta curiosidad, cuánta razón… el tiempo también es sanador… aunque a veces se ralentice recordándote.
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