Las jaulas que no pueden oírse
Hablo y entonces algo dentro de mí se desvanece,
unas cortinas gastadas por los años y el humo,
aquel animal viscoso que recorre en lento mis fotografías.
Hablo,
mi boca abierta a la costumbre del ruido,
al pasar de la gente,
a las azoteas donde los hombres sin corbata se arrojan
a un mar de sílabas hostiles.
Hablo,
un río sale de mi garganta,
una familia que no sabe compartir la luz de sus cuchillos.
Hablo
y de repente se forma una isla entre mis dientes,
me quedo quieta en el invierno de 1890.
Hablo y una bandera con los colores sucios toma la palabra por mí.
No hay calor en su discurso,
solo peces destripados y el aplauso de un muerto que se repite.
Hablo.
Mi voz subiendo los peldaños del cielo.
Mi voz cavando tumbas en el algodón de una camisa.
Mi voz adiestrando a todos sus pájaros roncos
para que acudan a un lugar oscuro
donde la lluvia cae sobre las jaulas que no pueden oírse.













